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  • Lionel Messi y el manotazo que pudo haber marcado a fuego la historia del fútbol argentino

    » Infobae

    Fecha: 26/06/2024 10:13

    La obra analiza la influencia de Messi a nivel social y cultural (Dale Zanine-USA TODAY Sports) Lionel Messi es el eje central del reciente libro Messi: 10 miradas sobre el 10, un volumen que analiza la trayectoria del destacado futbolista argentino a través de los ojos de diferentes autores. La obra, publicada por la editorial Tendencias, reúne las observaciones de diez figuras influyentes en el campo del deporte y la literatura. El libro presenta un recorrido desde los inicios de Messi en Rosario, su ciudad natal, pasando por su etapa en el FC Barcelona, su paso por el PSG, hasta su consagración en la Copa del Mundo en Qatar. Este enfoque proporciona una visión multidimensional sobre la carrera de Messi y su impacto tanto en el ámbito deportivo como simbólico. Entre los autores se encuentran Fernando Williams, John Vivas y Claudio Garnica, quienes exploran distintos aspectos de la vida de Messi. Por ejemplo, Rubén Costa y Diego Murzi abordan la influencia de Messi a nivel social y cultural, mientras que Sergio Levinsky y Pablo Brescia analizan su figura desde una perspectiva literaria y mediática. El delantero argentino Lionel Messi (10) avanza con el balón en el partido contra Canadá por el Grupo A de la Copa América (AP Foto/Mike Stewart) Infobae Cultura comparte un fragmento de “La megaestrella que consiguió un cambio contracultural en la selección argentina”, la pieza de Sergio Levinsky en ese libro. La megaestrella que consiguió un cambio contracultural en la selección argentina A pocos podría interesarles que un 17 de agosto de 2005 la selección argentina venció 2-1 a su par húngara en un partido amistoso en Budapest con goles de Maximiliano Rodríguez y Gabriel Heinze. Suena a esa clase de compromisos que se van desdibujando en el tiempo, en la medida en que se van superponiendo competencias oficiales de mayor trascendencia. Sin embargo, hubo un hecho, encerrado en un suceso, que pudo haber marcado a fuego al fútbol argentino del siglo xxi, y que hoy puede ser contado como una curiosa anécdota. Y, para que eso haya ocurrido, contribuyó con su carácter y su irrefrenable decisión nada menos que Lionel Messi. En un intento de darle espacio en la selección mayor argentina, un José Néstor Pekerman muy dedicado a observar el desempeño de los juveniles, con los que había ganado tres mundiales Sub-20, en 1995 en Qatar, en 1997 en Malasia y en 2001 en Argentina, pero que a poco más de un año del Mundial de Alemania 2006 se había hecho cargo de la responsabilidad del reemplazo de Marcelo Bielsa —quien argumentó haberse quedado «sin energía» luego de poco más de seis años y con la clasificación encarrilada—, decidió otorgarle una oportunidad a Messi tras su soberbia actuación en Holanda. En el Mundial Sub-20 de aquel año que había culminado un mes y medio antes, exactamente el 2 de julio, la promesa internacional de la Selección obtuvo el título de campeón mundial con el equipo y el galardón de jugador del torneo. Messi, chico, en Barcelona. (BarcelonaFC) Y no solo esto. Antes de la final ante la Nigeria de Obi Mikel en Utrecht se produjo la firma de renovación de contrato con el Fútbol Club Barcelona, cuyos dirigentes se desplazaron para que la joven estrella firmara con una cláusula de rescisión que a los dieciocho años igualaba la de un consagrado compañero de equipo como el brasileño Ronaldinho, en nada menos que ciento ochenta millones de euros. Más allá de que su entrenador en ese Mundial Sub-20, Francisco «Pancho» Ferraro, había decidido no colocarlo como titular en el debut en la fase de grupos ante los Estados Unidos —ni el propio Gustavo Oberman, cuando se vio en la pizarra como integrante del equipo inicial pudo evitar la sorpresa—, y que tras obtener el título manifestó en la conferencia de prensa posterior a la final que si tenía que destacar a un jugador del plantel se volcaba por el entonces volante Pablo Zabaleta, cuestiones con las que el crack del Barcelona debería lidiar culturalmente por muchos años, era evidente que los ojos de muchos aficionados y la lupa de gran parte del periodismo estaban puestos en Messi. Se trataba de un joven al que no se había podido apreciar en las competencias nacionales porque había emigrado a Cataluña con tan solo doce años de edad. Aun así, si Messi pudo concretar en Holanda un trayecto brillante que mereció una llamada telefónica y el primer contacto con el gran ídolo argentino, Diego Maradona, fue en buena parte porque tras la derrota en el debut ante Estados Unidos Ferraro había recibido otra llamada, pero mucho menos halagüeña. Era el presidente de la AFA, Julio Grondona, para darle un ultimátum: o jugaba el chico del Barcelona en el Mundial Sub-20 o el entrenador regresaba a la Argentina. Con la expectativa de verlo en acción, aunque en un partido sin una trascendencia específica, Messi ingresó entonces ante Hungría desde el banco de suplentes a los dieciocho minutos del segundo tiempo, con el número 18 en su espalda para reemplazar al goleador Lisandro López. Apenas habían pasado poco más de treinta segundos cuando recibió la pelota, quiso encarar a su marcador, Vilmos Vanczák, quien le jaló burdamente la camiseta. El joven argentino se lo sacó de encima con un manotazo que rozó su rostro. El defensor local se tomó la cara. El árbitro alemán, Markus Merck, se dejó llevar por esta imagen y procedió a expulsar directamente al argentino. "Messi 10 miradas sobre el 10", un libro para entender y emocionarse. Habían pasado solamente cuarenta y cinco segundos desde su ingreso, con toda la ilusión que podía caber no sólo en él sino en tantos seguidores que pensaban que estaban en presencia de un jugador distinto, que venía a generar luz en tiempos complicados, de magros resultados para la albiceleste. En medio de tanta decepción, con los años, Messi confesó que, tras lo ocurrido, pensó que el entrenador no lo convocaría nunca más para integrar el equipo nacional. Lo curioso es que en las imágenes de la situación puede observarse que uno de los compañeros que discutió con más ahínco con el árbitro Merck fue un tal Lionel Scaloni. Años más tarde se reencontraron en un contexto diferente y con un desenlace infinitamente mejor. La historia de Lionel Messi en la selección argentina es, vista en retrospectiva, la del triunfo del talento, la voluntad, la perseverancia, la resiliencia para vencer no solo toda clase de críticas, muchas de ellas basadas en prejuicios. Por ejemplo, «irse» de los partidos cuando parecían desfavorables, no estar interesado en su país por vivir en el extranjero, preferir el dinero antes que la camiseta, querer imponer siempre su voluntad por poseer, supuestamente, el «poder» absoluto cuando ya era una estrella consagrada y, desde luego había condicionamientos cuando surgía la comparación con Diego Armando Maradona, al que alguna prensa llegó hasta el absurdo de simular pedirle permiso para elogiarlo, de modo que no sintiera que había aparecido alguien que pudiera equipararlo. Es, al fin y al cabo, la historia de un triunfador contracultural debido a que consiguió su mayor consenso cuando más abatido por la falta de resultados parecía, por haber llegado a la cima sin haber pasado siquiera una temporada en el fútbol de su país, por haber sido contrapuesto, en su juego y hasta en su vida, con un semidiós, y porque terminó siendo sostenido por una generación joven en un país en el que la experiencia pesa a la hora de las imposiciones y decisiones del sistema. Lo cierto es que ese muchachito de pelo lacio, de muy pocas palabras y mirada hacia el suelo, del que muchos periodistas argentinos ni siquiera sabían su nombre completo y quisieron entablar algún diálogo en Budapest para conocerlo un poco más, fue creciendo tanto en su club, en el Barcelona, que se había ganado la titularidad superando al francés Ludovic Giuly sin despeinarse. Su desempeño había sido fundamental, con su talento y su velocidad, para que su equipo llegara a la final y ganara su segunda Liga de Campeones de Europa al final de esa temporada 2005-2006 con el holandés Frank Rikjaard como entrenador. Ello, pese a una durísima lesión en Stamford Bridge contra el Chelsea de José Mourinho por los octavos de final que provocó que saliera llorando desconsoladamente y se perdiera la final en París ante el Arsenal.

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