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  • Chébere, 50 años de innovación, anécdotas y un nombre propio en la historia del cuarteto

    » La voz

    Fecha: 16/06/2024 11:14

    Alberto “Beto” Guillén habla con algo de esfuerzo y, aunque en algunos momentos de la charla su memoria lo traiciona, basta pasarle algunas coordenadas concretas para que empiece a recordar cada vez más detalles. Eso sucede cuando, en la redacción de La Voz y junto al histórico locutor Eduardo “Pato” Lugones, el bajista de Chébere intenta reconstruir los momentos previos a un big bang que marcó su vida y la del resto de sus compañeros en la llamada “banda madre”, como la supo apodar el locutor Santiago “Colorete” Gianola. Eduardo Pato Lugones y Alberto Beto Guillén, locutor y bajista de Chébere, durante la grabación de un podcast en La Voz. (Nicolás Bravo / La Voz) Este 19 de junio la formación que por entonces también integraban Hugo “Huesito” Terragni (violín), Ángel “el Negro” Videla (piano), Alberto Pizzichini (acordeón) y el cantante Daniel Reyna, más conocido como “Sebastián”, celebrará el aniversario número 50 desde su debut sobre un escenario. En ese marco, los dos miembros originales que todavía mantienen viva la llama del grupo se dispusieron a recordar la trastienda de un hito central. Un punto de quiebre no sólo en la historia del cuarteto, sino también en lo que respecta a la música y a la industria del entretenimiento en Córdoba. Un antes y un después “Nosotros teníamos un grupo de rock. En el teclado estaba ‘el Negro’ Videla y ‘el Turco’ Julio cantaba”, cuenta Guillén con voz espaciosa y algo tenue. Habla sobre Piedra Pintada, el grupo del que salieron dos de los músicos de la primera formación de Chébere y el futuro segundo cantante. Ya en esa frase se advierte una de las características que convirtieron a la banda en un parteaguas en la historia del ritmo acuñado por las manos de Leonor Marzano y revitalizado sucesivamente a lo largo de las últimas ocho décadas. Que el grupo se haya originado con músicos que venían de otros “palos” fue definitivo para el que se volvería su sello distintivo: ante todo, la innovación y la búsqueda de nuevos condimentos para atraer al público. La agrupación original de Chébere. Ya en esa frase se advierte una de las características que convirtieron a la banda en un parteaguas en la historia del ritmo acuñado por las manos de Leonor Marzano y revitalizado sucesivamente a lo largo de las últimas ocho décadas. Que el grupo se haya originado con músicos que venían de otros “palos” fue definitivo para el que se volvería su sello distintivo: ante todo, la innovación y la búsqueda de nuevos condimentos para atraer al público. Que el grupo se haya originado con músicos que venían de otros “palos” fue definitivo para el que se volvería su sello distintivo: ante todo, el afán de originalidad y la búsqueda de nuevos condimentos para atraer al público. No obstante, para comienzos de 1974 todo era apenas una idea de un productor (Jesús Alfredo Patricelli) y un flamante disco, Cuarteto Chébere, que había sido grabado por sesionistas junto a Sebastián como cantante y con Lugones en la animación (encargado de la inolvidable presentación en spanglish: “Ladies and gentlemans I me presentation Cuarteto Chébere, one, two, three…”). Con las primeras canciones bajo el brazo, salieron en busca de músicos para eventualmente salir a tocarlas. De hecho, Guillén recuerda cómo tuvo que persuadir a Videla para que no entrara a trabajar en la Municipalidad y le diera una última oportunidad a su vocación musical. Luego de que lo convocaran para sumarse, recomendó inmediatamente al pianista, pero tuvo que tomar cartas en el asunto. “Acabábamos de disolver Piedra Pintada y yo pensé en el Negro como tecladista. Él no tenía teléfono, así que me tomé el ómnibus y lo fui a buscar a la casa, en barrio San Rafael. Él iba a entrar de ‘zorro gris’, así que lo tuve que convencer”, recuerda Guillén, quien terminó siendo una especie de mensajero del destino para su compañero, otra leyenda viva del tunga-tunga. “Me decía que ya estaba cansado y yo le insistí: ‘Negro, probemos un año. Este es un proyecto nuevo y es cooperativa’”, le dijo. Y lo conquistó. Sinónimo de moderno La historia cuenta que Chébere surgió del instinto de Jesús Alfredo Patricelli, que en 1973 pensó que sería una muy buena idea formar un grupo de jóvenes músicos para exportar a Venezuela. Así fue el germen de un proyecto que, originalmente, intentó replicar una de las palabras más populares del habla de ese país. A la hora de hacer el trámite en el Correo Central (donde se registraban las marcas en ese momento), una “v” fue cambiada fortuitamente por una “b” y el nombre del grupo quedó inmortalizado tal y como se lo conoce desde hace 50 años. Desde el comienzo, esa chispa de espontaneidad y modernidad (incluso con fortuna) se transformó en parte del ADN de un grupo que, entre otras particularidades, fue clave a la hora de instalar diversos estilos como parte de la columna vertebral de un baile cuartetero (lentos, tropical) y apostó por el desarrollo de cantantes con diferentes perfiles. Así, luego del rápido alejamiento de Sebastián, Chébere se convirtió en una gloriosa cantera de talentos que con el tiempo tomarían vuelo propio. Entre otros, “el Turco” Julio, Pelusa, Fernando Bladys, Jorge “Toro” Quevedo o el brasileño Rubinho Da Silva. Chébere con Miguel "Pelusa" Calderón y Angel "El Negro" Videla. (La Voz / Archivo) “Llegamos en un momento en el que hacía falta algo nuevo. Y nosotros empezamos con trajes de colores, pelo largo, agregar instrumentos. Aportamos luces al escenario también”, cuenta Guillén sobre mediados de la década de 1970. “Éramos un poco más bohemios todos, teníamos una edad más o menos parecida y siempre surgía algo”, lo secunda Lugones, quien venía de ser locutor de Carlos “Pueblo” Rolán y del mismísimo Cuarteto Leo. “Íbamos innovando”, resume respecto al modus operandi que la banda fue haciendo propio. “Acá fue medio rechazado, nos acusaron de estar pudriendo el cuarteto”, rememora luego Guillén, que destaca cómo los otros grupos de cuarteto recelaban las modificaciones que Chébere comenzó a imponer en materia escénica y de iluminación. –¿Y cómo los recibían los bailarines? –Pato Lugones: De a poco nos fueron aceptando porque no dejábamos la esencia del cuarteto. Hacíamos todo tipo de temas, pero siempre la base estaba ahí. Te cuento una anécdota: yo estuve un tiempo en el Cuarteto Leo y uno de sus clientes era un muchacho que le decían “el Negro Pupa”. Era un negro petiso bien feo y andaba siempre de traje (risas). Una noche, fuimos a tocar a Escuela Presidente Roca, era la primera vez que iban las trompetas. Y andaba en el baile el Negro, entonces cuando hacemos una pausa, me llama y me dice: ‘Pato, escuchá, esas giladas que hacen así (imita el movimiento de unos dedos tocando una trompeta), ¿qué son? ¡Nunca había visto una trompeta! El primer baile… de visitante El 19 de junio de 1974, Chébere viajó rumbo a La Rioja para presentarse por primera vez. Fue allí a instancias de Patricelli, que producía espectáculos en la zona y vio la oportunidad para introducir al nuevo grupo. Sin embargo, a raíz de un desacuerdo con el pago de esa primera actuación, fue debut y despedida para la sociedad con el productor. “Él se quedó en el hotel y nosotros fuimos al club y tocamos”, ilustra Lugones, como si todavía estuviera en el lugar y el momento de los hechos. “En el intervalo, el presidente nos lleva a la oficina con ‘Huesito’ para cobrar y nos dice ‘acá tienen la paga’. La base eran 80, no me acuerdo en qué moneda, pero eran 80. Cuando contamos, había 30. Y cuando le dijimos, el presidente nos respondió: ‘No, porque el señor Patricelli sacó 50 de adelanto por Los Iracundos y no vinieron nunca, entonces ahora se lo descontamos’. Fuimos al hotel y ‘chau, gracias por todo’ (risas)”, comenta el locutor. Eduardo Pato Lugones y Alberto Beto Guillén, locutor y bajista de Chébere, durante la grabación de un podcast en La Voz. (Nicolás Bravo / La Voz) –¿Qué se acuerdan de ese 19 de junio de 1974? –PL: De esa noche me acuerdo que este (por Guillén) tenía un equipo de bajo con un bafle grande, importante, y el escenario era techo de chapa, de zinc. Entonces el techo iba al ritmo de la orquesta, crujiendo permanentemente (risas). Y después el viaje, que fue espectacular. A las 10 de la mañana nos fuimos. Cargamos una F-100 y llevamos todo ahí. Nos paramos a comer en Serrezuela, ahí fue el primer almuerzo empresarial (risas). Llevamos una olla con comida, la calentamos, le dimos con el tenedor y seguimos para allá. Ni pensábamos, yo creo que si lo pensábamos un poco, nos volvíamos. –Menos de dos años después, llegó la dictadura, que los impulsó a hacer algunas innovaciones, ¿no? –PL: Ahí agregamos sobre todo la percusión. Porque cuando llegan los gobiernos militares, se prohíbe la difusión del cuarteto. Y una persona, “el Negro” Marlé, que era director de LV2, nos llamó y nos dijo: “Pónganle algo que lo distinga así lo puedo difundir”. Y ahí le pusimos percusión. –Beto Guillén: Y aparte que estaba prohibido el acordeón, con lo lindo que es. Ahora, el problema que teníamos es que hacían razzias, se llevaban a toda la gente, hasta los mozos se han llevado a veces. Era como una bronca personal. Una vez, en el Deportivo, le pregunté a un teniente por qué había tanta bronca y me dijo: “No es con ustedes. Ustedes son los que juntan la mugre, nosotros la llevamos”. Terminábamos antes para evitar esas cosas, pero después llegaba fin de año y nos llamaban para que fuéramos a tocar gratis y a beneficio en la cancha de Belgrano. Eduardo Pato Lugones y Alberto Beto Guillén, locutor y bajista de Chébere, durante la grabación de un podcast en La Voz. (Nicolás Bravo / La Voz) –Cuando se acuerdan de esos episodios y ven todo lo que pasa hoy con el cuarteto en Argentina y en el mundo, ¿qué sienten? –PL: Ahora se ha posicionado mucho más. Nada que ver con los años en los que empezamos nosotros, 50 años atrás. No había tanta difusión ni tantas formas de llegar a la gente. A lo mejor, si todo esto hubiera existido, nosotros también quizás hubiéramos llegado a esos niveles. Yo lo veo con cierto orgullo porque fuimos parte de esta historia. O, como dicen algunos, fuimos una bisagra de toda esta movida. En algunos lugares, en el interior, cuando anunciaban los bailes, nos llegaban a llamar “la Sinfónica de Córdoba”. –BG: Los comienzos fueron difíciles, pero una vez que nos asentamos como banda ya no nos podían prohibir, porque hacíamos un aniversario y venía Rubén Rada. En nuestro octavo aniversario festejamos los 20 años de Palito Ortega. Hicimos cosas de las que nos sentimos muy orgullosos. Una vez trajimos un rayo láser que era refrigerado a agua... –PL: Tuvimos que buscar inclusive un plomero para que rompiera la pared en Atenas y coloque una bomba para que tenga más presión el agua. Fue la primera vez que se puso un rayo láser en el país… –BG: El dueño de Atenas estaba enojado. “Es la primera vez que veo que se aplaude un efecto”, decía. Y bueno, es que era magnífico, nosotros no lo habíamos visto. –¿Qué significa este aniversario teniendo en cuenta toda la trayectoria de Chébere y que ustedes dos ya son leyendas vivas del cuarteto? –BG: Me cuesta darme cuenta, pero cuando llegamos a algún lugar donde hay un grupo ensayando y vemos cómo nos saludan, ahí es como si estuvieran viendo... Según un socio que teníamos, es como si estuvieran viendo un tiranosaurio (risas). Claro, están viendo algo de lo que ellos han escuchado hablar, algo muy importante. –PL: Yo lo que siento es la alegría de haber llegado hasta acá y un poco la tristeza de que se aproxima el final. No sé cuándo va a a ser tampoco, pero el final seguro que va a venir (risas). Todo lo que empieza termina, lamentablemente, es así. Pero estamos contentos de haber llegado a los 50, que es algo que ni siquiera nos imaginábamos. Y acá estamos... y seguimos.

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