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  • El que la vio

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    Fecha: 16/06/2024 04:54

    Profeta, émulo de Moisés, vencedor de cerrazones lingüísticas de ultratumba y líder internacional urbi et orbi, nuestro presidente divide al mundo entre los que la ven y los que no la ven. Tanto si por sanata como por clarificación, el trazo de la línea divisoria resulta muy convocante. Colaborando con esa campaña, se me ocurrió convocar aquí, sin auxilio de invocaciones espiritistas, a uno que sí la vio: Louis-Jacques-Mandé Daguerre. En 1823, don Louis patentó el diorama, una clase de espectáculo visual en el que, Wikipedia dixit: “Se mostraban unas imágenes de paisajes naturales, interiores de capillas u otras vistas mediante elaboradas técnicas escenográficas que incluían movimientos como el de las nubes o el de un sol que al pasar cambia las tonalidades del paisaje. Así, con juegos de luces, transparencias, efectos sonoros, elementos en relieve y otros efectos, se conseguía recrear con gran realismo distintos entornos”. Su arte convocó a las grandes masas semialfabetizadas que constituían la mayor parte de su público. En su mejor momento, nuestro héroe se preciaba de hacerles creer que en sus escenarios llovía de abajo hacia arriba. París estaba a sus pies. Sin embargo, el negocio del entretenimiento es arduo. Pasada una década, sus dioramas habían comenzado a perder parte de su rasgo novedoso, su atracción inicial, y Daguerre estaba pensando en modificaciones y agregados cuando debió cerrar sus teatros a causa de una epidemia de cólera que azotó París. Lucro cesante durante tres años. Reabrió en 1835. “Grandes sorpresas grandes”, anunciaba el cartel en la entrada. Plantado bajo sus flecos ondeantes, sus banderas, vestido con prendas de gala, el mismo Daguerre abrió las puertas, descorrió los telones, se ubicó a un costado. Luz tenue, trino augural de violines. Árboles implantados, coros de niños desafinando a capela, croantes sapos que buscaban su charco y saltaban sobre las faldas y los sombreros de las primeras filas, una cabra que iba de acá para allá devorando pasto de verdad y cagando mazacotes de bosta. Esto no les gusta a los autoritarios El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca Suscribite En consideración por su gloria pasada, los grandes periódicos se limitaron a señalar que el ciclo anterior había sido el de la ilusión plena, ahora disipado, inexplicablemente, en favor de un materialismo grosero y maloliente. Peor aun, los medios juveniles y revoltosos calificaron lo nuevo como un bodrio, fruto de un barroquismo inane, y como una empalagosa bomba de crema sin crema y sin frutilla. Esas bofetadas fueron las que lo hicieron pensar. En su angustia ante las críticas inesperadas, en cada función introducía nuevos elementos coincidentes o no con lo que se representaba, que tampoco se sabía qué era. Pero los cachetazos de la crítica fueron caricias suaves comparadas con los golpes del público, que vaciaba la sala apenas promediaba cada función. Finalmente, Daguerre decidió volver a las fuentes, al sueño de toda fábula. Entonces inventó el diorama de doble efecto: una aplicación del tradicional recurso del pentimento. Ese recurso expresa, como su nombre italiano lo indica, la voluntad de corrección, el anhelo de perfección del artista, que quiere mejorar lo hecho con nuevas líneas, nuevas capas de pintura. En el origen, la intención es que no se advierta la presunta imperfección inicial. La voluntad de Daguere, en cambio, no tenía que ver con el disimulo y el ocultamiento, sino con el agregado: cada telón se volvía visible y era una variación del anterior, dispuesto sobre el mismo espacio, y al suponerse a la anterior, una tras otra, daban por resultado una serie de momentos distintos que a los parisinos no les movió un pelo. Sus dioramas se incendiaron en 1839, cuando hasta su dueño estaba harto de ellos. A partir de entonces se dedicó a la invención que le dio fama duradera, el daguerrotipo, una caja cuadrada que contenía un dispositivo que permitía obtener registros fotográficos, y con la que retrató a troche y moche a las clases altas del XVI arrondissement y a los marineros y clochards del puerto de Le Havre. El último trabajo que se le conoce es un retrato del Libertador de América, don José de San Martín. Para ser cortés con la nación que le dio amparo en su exilio, San Martín se dejó daguerrotipiar con la diestra dentro del saco y a la altura de su vientre, como un Napoleón del Nuevo Mundo.

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