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  • Liliana Heker: “Tiene una importancia vital para mí abrir esta Feria del Libro”

    » Clarin

    Fecha: 19/04/2024 08:15

    Hablar en presente. A sus 81 años, la escritora y docente Liliana Heker vive lo habitual para una existencia como la suya: una vorágine de actividades que la tienen en el centro de la escena literaria actual. A saber: acaba de reeditar una rara avis dentro de su obra, Diálogos sobre la vida y la muerte (Hugo Benjamín), en la que entrevista a distintas personalidades (Borges, Fontanarrosa, Ana María Shua, Tato Pavlovsky, entre otros) para preguntarles sobre aquello que mueve al mundo: la vida y la muerte; llegó a la mesa de novedades su tercera novela Noticias sobre el iceberg (Alfaguara) y está por hacer el discurso inaugural de la próxima Feria del Libro de Buenos Aires. Entrevista a Liliana Heker. Foto Guillermo Rodriguez Adami. Para cualquier alma esto sería demasiado. En cambio, esta mañana cualquiera en su departamento de San Telmo, Liliana Heker sirve café y sonríe. Dice: “Tengo más oficio ahora pero el oficio solo no sirve para nada. La creatividad viene de otro lado. Me importa mucho la forma, cómo lo cuento. Esa búsqueda es la verdadera aventura del escritor.” La autora continúa una búsqueda que empezó hace muchos años. Es persistente. A los 17 años, Heker ya era secretaria de redacción de la mítica revista El grillo de papel. El último número fue prohibido. Con Abelardo Castillo decidieron fundar una nueva revista que terminó siendo El escarabajo de oro. “¡Yo conseguí la imprenta!”, cuenta Liliana Heker. Pero significó algo más este comienzo: “En El grillo de papel estaba un poco vacilante y no me animaba a asumir mi rol. Pero a los 18 años con El escarabajo de oro decidí asumir totalmente asumir mi rol.” Desde ahí no paró más. Tallerista, novelista y cuentista reconocida y canonizada hace poco por sus Cuentos reunidos publicados por Alfaguara explica sobre su proceso de escritura: “Primero doy vueltas hasta que surge una idea. Pasa mucho tiempo hasta que se me ocurre algo y puedo sentarme a escribirla. Pero cuando me siento por lo menos sé a dónde voy a ir a parar. Aunque siempre hay cosas inesperadas que aparecen con la escritura. Es parte del proceso”. En agosto del 2022 dejó de dar talleres. Una parte de su vida, luego de 45 años de docencia, se terminó con esa decisión. Pero no lo extraña. Dice ahora mismo: “Hace unos años me encontraron una artrosis en la cadera. Y me dije que si algún día tenía dificultades para caminar me opero. Andaba con dificultades así que el año pasado me operé. Mi marido estaba muy asustado porque una operación a los 80 años puede tener lo suyo. Yo no lo dudé. Me operaron y me sentí nueva: camino, hago yoga, nado. Entonces digo: 81 años, cadera nueva y novela nueva está muy bien.” Con ustedes: la vida extraordinaria de menor a mayor de Liliana Heker. –Hay muchas cosas alrededor de tu nombre y tu obra en estos días. ¿Cómo definirías este momento? –Es una temporada muy acontecida. Debo decir que mi vida siempre fue acontecida desde los 16 años cuando entré a la revista El grillo de papel. Lo que no esperaba en ese momento era tener una vida tan acontecida los 81 años. Me pone contenta. Tener una novela nueva, que se reediten los Diálogos sobre la vida y la muerte que es un libro que quiero muchísimo, haber escrito La trastienda de la escritura donde puedo poner parte de mi experiencia en talleres. Me están pasando muchos acontecimientos. Lo raro es que vinieron todos juntos. Necesito bastante energía para encararlos. –¿Qué representa para vos abrir la próxima Feria del Libro de Buenos Aires? –No lo veo como algo más. Cada cosa que una hace es nueva. Escribir una novela o haber dado taller, cada cosa es la vida. Creo que, en este año en particular, la apertura tiene una significación especial. La Feria del Libro para mí toma un valor en relación a todo el ataque a la cultura. Por lo tanto tiene una significación que tal vez no ha tenido otros años. Y, por otro lado, la situación nacional es ineludible. Entonces, para mí y para muchos, en este momento tiene una importancia vital abrir esta Feria del Libro. Se transforma, tal vez, en un acto de mucha relevancia ahora. Entrevista a Liliana Heker. Foto Guillermo Rodriguez Adami. –Hace poco estuviste dando una clase abierta en la feria del libro de emergencia que se hizo en la plaza Congreso. Estás comprometida con esta situación del país y la cultura. ¿Se puede anticipar algo de eso en tu discurso de apertura? –Mis ideas no cambian, lo que sí suelen cambiar son las circunstancias. En este país en que vivimos las circunstancias son nuevas cada día. De modo que yo tenía planeado el discurso de apertura con cierta anticipación. Pero me di cuenta que era casi imposible para mí anticiparme porque la realidad da circunstancias nuevas cada día. Por supuesto, ya estoy encarando ese discurso. Lo de la clase abierta no fue un discurso escrito, sino que una charla. En general, me siento más cómoda dando charlas. Fue en la calle. Y para mí la calle tiene una significación muy particular. Me recordaba a mis quince años porque en esa misma plaza hicimos una huelga los estudiantes secundarios en defensa de la Ley 1.420 de enseñanza gratuita, laica y obligatoria. Más de sesenta años después sigo acá, en esta plaza, tratando de defender algo que me importa. Las circunstancias que estamos viviendo son muy particulares y así las vivo. Cuando yo era joven ni me imaginaba que iba a llegar a esta edad de este modo. Creo que no podía pensar más allá de los 40 años. La vida sigue y una sigue en todo lo que le importa y todo lo que quiere: escribir y defender lo que me apasiona. –¿Compromiso social y literatura los ves relacionados? –Yo pertenezco a unos años, los 60, donde este tema estaba muy presente. Poner el cuerpo y poner nuestra herramienta, las palabras, no solo para crear novelas, cuentos y poesía, sino también para dar testimonio de la realidad cultural y política. En las revistas en las que estuve, una parte fundamental de mi vida como escritora, siempre nos dedicamos a defender la concepción de una gran literatura, tanto nacional como extranjera, y al mismo tiempo se dio testimonio de la realidad cultural y política que vivimos. Siempre consideramos que la herramienta de la palabra tiene mucho valor y fuerza. En este momento es importante recuperar el valor de la palabra y la discusión. Creo fervorosamente en la polémica, en el debate de ideas. –Hace unos años salieron tus Cuentos reunidos por Alfaguara y pensaba que con tus relatos vos ayudaste a configurar una concepción personal del cuento como género en nuestro país. ¿Lo ves así? –Escribí y publiqué mi primer cuento a los 17 años. Siempre me consideré una cuentista a la que a veces se le cruzaba una novela. Me siento cuentista, me siento muy cómoda en el género. En los Cuentos reunidos está mi mundo, el mundo diverso que quería narrar. De todas formas, me negué al orden cronológico de esos cuentos porque no me importa eso. A mí me importan lo que ese mundo puede transmitir de una manera tan singular en un cuento. Supongo que construye un universo. Y las novelas pertenecen a otros cruces. En general en las novelas más que ese incidente mínimo, que es lo que dispara un cuento, hay un conflicto que yo tengo ganas de contar. Luego aparece el contexto donde se inscribe ese conflicto. Es otro proceso que me fascina. Yo soy tanto los cuentos que escribí como las novelas. En cada uno de esos textos hay algo muy complejo que quiero comunicar. La literatura de ficción es un modo de la comunicación. Una comunicación muy compleja, de ninguna manera explícita y que puede tener varias capas de significación. Pero es un modo de la comunicación, hay algo que uno quiere transmitir a través de la ficción que escribe. En esa comunicación o proyecto de comunicación son significativos tanto los cuentos como las novelas. Integrando el Jurado del Premio Clarin Novela en 2019 junto a Jorge Fernandez Diaz y Jorge Volpi. Foto: Lucia Merle / Archivo Clarín. –Me preguntaba si las discusiones sobre literatura que se armaban en las redacciones de las que formaste parte fueron la base para lo que luego se armó con tus talleres literarios. –En nuestra generación, el taller literario era una especie de mala palabra. Nos imaginábamos señores de corbata y mujeres muy bien puestas que daban talleres en alguna institución. Eso nos parecía ridículo. Nosotros nos reuníamos en los cafés. Alguien llevaba un cuento y discutíamos a muerte sobre ese texto con la impiedad que tienen los jóvenes. En esas esas mesas estaban: Abelardo Castillo, Humberto Constantini, Ricardo Piglia, Miguel Briante, Vicente Batista, entre otros. Éramos una generación brava. Esas discusiones impiadosas son las que nos formaron y las que nos permitían trabajar nuestros textos, verlos. Trabajábamos muy a fondo, nos importaba mucho dar testimonio de la realidad y que estas ficciones fueran todo lo buenas que pudiésemos alcanzar o pudiéramos conseguir que fueran. Entonces ni pensábamos en la idea de dar taller porque representaba a esa otra gente. Ahora bien, en mi caso dar taller tiene un principio nada romántico porque vienen de una doble necesidad. Esto toma fuerza durante la dictadura militar. Por un lado, los jóvenes ya no se pueden reunir en los cafés porque era muy probable se los llevara detenidos. No había espacios donde los escritores conozcan a sus pares. Y estaba la cuestión laboral: yo tenía cierta experiencia en literatura y me había quedado sin trabajo. En el 76 me echan por subversiva. Necesitaba ganarme la vida. Y una forma extraoficial eran los talleres. Cuando terminó la dictadura, los talleres perduraron. Ahora son una experiencia nacional muy fuerte, muy diversa. A veces vienen del exterior para ver el fenómeno de los talleres. Los talleres tienen que ver con nuestra literatura y nuestra cultura. –¿El lugar de maestra de escritores y escritoras te sienta bien? –Yo me siento recómoda pero no puedo evaluarlo. Dejé de dar talleres hace dos años cuando me puse a escribir Noticias sobre el iceberg. A lo largo de los años establecí un vínculo muy intenso con quienes fueron mis alumnos y muchos de ellos son colegas maravillosos y muy exitosos: Samanta Schweblin, Guillermo Martínez, Pablo Ramos, Romina Doval, una cantidad enorme de escritores excepcionales. Pasó en mi vida y yo no lo busqué. Pero descubrí esa pasión dando talleres. Lo mío es transmitir un saber que yo tuve la suerte de recibir. Recibí un legado y creo que es importante pasarlo. Y esta labor sigue completando mi vida. Yo sé que busqué mis cuentos y mis novelas, pero lo otro se dio y, bueno, lo acepto. Empezó por necesidad y se fue dando. –¿Extrañás dar talleres? –No. Lo dejé con plena consciencia. Fueron 45 años en donde puse buena parte de mi energía creadora. Para mí, como para todo el mundo, la pandemia fue algo tremendo. No me gustaba dar taller online porque lo presencial tiene algo irremplazable. También me pasaron cuestiones del orden personal. Y en ese periodo comencé un proyecto. En algún momento me puse a leer lo que había escrito y me dije: “esto es confuso”. Yo me manejo bastante bien con el caos porque en el comienzo las novelas son caóticas. Pero no estoy habituada a la confusión. Algo me estaba pasando. Fue una época muy difícil. Decidí, con bastante egoísmo, que la energía creadora debía destinármela a mí. Avisé con bastante anticipación a los talleres para no dejar huérfanos (risas). Durante 45 años conviví con 20 o 30 textos ajenos. Es una exigencia que no lamento no tenerla. –Se reedita una rara avis dentro de tu obra: Diálogos sobre la vida y la muerte. Un libro donde sos entrevistadora. –Este libro nace en la dictadura militar como un proyecto breve que fue creciendo. Por entonces tenía 37 años y elegí ese tema porque me fascinaba. Muchas veces nombramos a la muerte pero pensarla a fondo es bastante bravo, fue difícil. Elegí yo a los entrevistados a partir de distintas edades y posturas frente a la muerte. Tuvo una primera edición que nunca se distribuyó por cuestiones económicas. En el 2002, gracias a María Fasce se reedita por primera vez. Yo ya tenía 60 años y me enfrenté de nuevo con el tema de la muerte. Decidí ampliar el libro e incluyo el duelo por los desaparecidos, entre otros. Fue una experiencia fascinante. Cada entrevista me movilizó de pies a cabeza, por eso creo que también moviliza a los demás. No creo que el libro ayuda a nadie a morir, ni me interesa eso, pero posiblemente ayude a vivir. Esa fue la idea con la que realmente escribí el libro. Es el único libro mío del que puedo decir: “es realmente fascinante”. En esta reedición ya tengo 81 años y mi relación con la muerte se modificó y tuve que volver a pensarla. Son tres instancias muy diferentes de mi vida. Es el único libro mío del que puedo decir: “es realmente fascinante. –¿Cómo llegás a tu nueva novela Noticias sobre el iceberg? –A mí la edad siempre me interesó como temática. Cuando era joven me irritaba mucho que las escritoras no tenían fecha de nacimiento. Ocultaban su edad, una coquetería disparatada. Prefiero que me digan “tenés 81 años y no parecés” antes que ocultar mi edad. Cada una la vive como puede. Me atrajo eso como temática porque siento que una siempre es nueva respecto de su edad. De hecho, la edad aparece ya en Zona de clivaje. Yo empecé muy temprano en la literatura, parecía menor de lo que era. Estaba muy acostumbrada a trabajar de menor: la menor en mi casa, en el colegio, la menor en las revistas, la menor de mi generación. Llega un momento en el que ya no sos más la menor. Ahí me lo planteé muy conflictivamente lo de la edad. Noticias sobre el iceberg tiene su origen en una escena: una mujer de setenta, mi edad entonces, tratando de hacer la vertical. Eso se cruza con una enfermedad muy terrible de un gato que yo tenía. Eso estuvo en suspenso mucho tiempo. En pandemia lo retomo y lo amplío, lo cambio. Fue un proceso totalmente distinto a cómo trabajaba antes. En esta novela no sabía a dónde iba a parar: lo encontraba mientras lo escribía. Hubo muchos cruces, fue muy movido llegar al final de la novela. Liliana Heker y Abelardo Castillo. Archivo Clarín. –Ya no tenés que demostrarle nada a nadie. ¿Qué implica para vos sacar una novela nueva en este momento de tu vida? –Es un acontecimiento fuerte en mi vida. Ver que realmente pude escribir una novela nueva debo decir que me pone contenta. Siento que no se me terminó la escritura. –¿Había un temor ahí? –No temor pero sí una posibilidad. Siempre me impactó y me impresionó mucho cuando Philip Roth dejó de escribir. Es valiente que cuando alguien siente que ya no puede escribir deje de hacerlo. Cuando Antonio Di Benedetto volvió del exilio decía que lo que escribía no le parecía que tuviese peso y lo sentía mediocre. Eso es muy valiente. En las épocas en las que no puedo terminar los proyectos se me cruza por la cabeza: “A lo mejor ya no puedo escribir más”. Lo más valiente cuando una siente que no puede escribir más es dejarlo. A veces se nota en escritores que fueron extraordinarios que siguen publicando y ya no es lo mismo y me digo: “ojalá no me esté pasando”. Con esta novela sentí que tenía cosas nuevas para decir. Yo era nueva ante la escritura. Tengo un desparpajo que no tenía antes. Es fuerte. –¿Cómo ves los feminismos en la actualidad con relación a la cultura? –Cuando yo era joven me sentía sola en las decisiones que tomaba. Era una generación de varones. Y encima parecía que la gran literatura era cosa de varones. Yo tempranamente escribí un artículo llamado “Las hermanas de Shakespeare” donde exponía que una tiene que ser libre, hacer lo que quiere pero que no me sentía feminista. Era una noción limitada de mi parte. Pero yo veía que las mujeres feministas que conocía eran demasiado burguesas. Lo que me pasa con el movimiento feminista actual es que son realmente libres y luchadora. Creo que el movimiento más revolucionario de la actualidad es el de las mujeres. Hemos conseguido cambiar una mentalidad. Desde el primer número de “El Grillo de Papel”, que salió en 1959, estas ediciones incluyen además dos volúmenes con la colección completa de “El Escarabajo de Oro” (publicado desde 1961 a 1974) y los catorce números de “El Ornitorrinco”, que salió entre 1977 y 1985. –Pensando en este libro que se acaba de reeditar te consulto: ¿qué te sugieren las palabras vida y muerte? –Me importa más la vida que la muerte. La vida es un tesoro. La valoro más. Cuando era más joven la vida era lo natural. Ahora, la vida es un bien demasiado extraordinario. Vivo la vida muy a fondo, me siento vivir, y cada día es un acontecimiento hermoso. No pienso tanto en la muerte. Sé que la muerte está cercana, pero no me preocupa, me ocupa la intensidad de la vida. –Tuviste compañeros de generación extraordinarios. ¿Qué te sucede con el recuerdo de esas personas fundamentales para la cultura argentina? –Eso sí me parece terrible. Lo que me angustia del paso del tiempo es la muerte de mis contemporáneos. Es muy tremendo. Gente valiosa con la que compartimos o discutimos y ya no están. Que falten es muy fuerte. Creo que es es lo que más me angustia del paso del tiempo. Liliana Heker básico Entrevista a Liliana Heker. Foto Guillermo Rodriguez Adami. Estudió Física en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Fundó y fue responsable, con Abelardo Castillo, de las revistas de literatura El Escarabajo de Oro (1961-1974), y El Ornitorrinco (1977-1986). Entre las obras que publicó se cuentan: Los que vieron la zarza (Mención Única del Concurso de Casa de las Américas, Cuba); Acuario; Un resplandor que se apagó en el mundo ; Las peras del mal; Zona de clivaje (Primer Premio Municipal de Novela); Los bordes de lo real; El fin de la historia; Las hermanas de Shakespeare; La crueldad de la vida; Diálogos sobre la vida y la muerte; La muerte de Dios.

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