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  • El increíble caso del hombre que dio su ADN para resolver el crimen de una enfermera cometido por su padre 37 años atrás

    » Infobae

    Fecha: 19/04/2024 02:37

    Teresa Lee Scalf, brutalmente asesinada en 1986 (Crédito: Oficina del Sheriff del condado de Polk) El señor Douglas -su nombre de pila siempre se mantuvo en reserva- quedó atónito cuando el detective se presentó en su casa de Lakeland, Florida, para hacerle un extraño pedido. -Queremos una muestra de su sangre para una investigación – le dijo. -¿Investigación sobre qué? – preguntó Douglas. -Una investigación de asesinato – respondió el policía. -¿Se me acusa de algo? -No, no señor Douglas, se trata de su padre. -Mi padre murió hace quince años… Estaba enfermo. -Sí, ya lo sabemos, por eso venimos a pedirle ayuda a usted – explicó el detective. Cuando el policía terminó de relatarle la historia, el señor Douglas -empleado, casado, tres hijos- aceptó ir hasta el laboratorio forense para dar su muestra de sangre. Había dicho que sí para ayudar a las autoridades, pero también porque, si no lo hacía, viviría el resto de su vida torturado por las dudas. Porque si lo que el policía le acababa de contar era cierto, su padre, Douglas, del que guardaba buenos recuerdos, había sido en realidad un brutal asesino. La historia se remontaba a 37 años atrás y era un cold case que parecía destinado a no ser resuelto nunca. Donald Douglas, el vecino que no fue sospechoso durante la primera investigación y terminó siendo el autor del crimen (Crédito: Oficina del Sheriff del Condado de Polk) El crimen de la enfermera Scalf Teresa Lee Scalf tenía 29 años, un hijo de 8 y trabajaba como enfermera en el Centro Médico de Salud Regional de Lakeland cuando fue asesinada en su departamento el 27 de octubre de 1986. El cadáver lo encontró su madre, Betty, que fue hasta allí extrañada porque Teresa había faltado al trabajo, no había ido a buscar a su hijo a la escuela y tampoco contestaba los llamados. Era ya de noche cuando Betty llamó a la puerta del departamento de Teresa y nadie respondió. Angustiada, sacó una tarjeta de crédito de su billetera y pudo abrir. Encontró a su hija en el suelo, en medio de un charco de sangre que había manado de sus heridas. La habían apuñalado con saña y estaba casi decapitada por un profundo corte en el cuello. Conmocionada, Betty sin embargo atinó a buscar el número de la comisaría más cercana, que estaba pegado en la puerta de la heladera, y pidió ayuda. “Mataron a mi hija – dijo -, esto es espantoso”. “Mi madre llegó al teléfono, porque en ese entonces no teníamos celulares, encontró el número que mi hermana tenía colgado allí para su hijo de 8 años y pudo llamar a la policía. Mi madre hizo eso. No sé cuántas personas tendrían tanta fuerza para hacer lo que ella hizo”, contó años después Shade, hermana de Teresa. La policía llegó en pocos minutos. En el interior del departamento había un desorden que indicaba que Teresa se defendió sin éxito de su agresor. Luego, la autopsia confirmó que había sido violada y que tenía “heridas defensivas significativas” en las manos. La causa de la muerte fue la profunda herida con arma banca en el cuello. “El o los agresores la apuñalaron brutalmente y casi la decapitaron”, fue la descripción que al día siguiente dieron los medios locales, citando a una fuente policial anónima. Fuera de eso, no hubo más precisiones. Los detectives interrogaron a todos los vecinos, pero nadie había visto ni escuchado nada. Eso mismo dijo Donald Douglas, un hombre de 33 años que vivía en el mismo edificio. Como al resto de los vecinos, la policía no lo consideró sospechoso. Ninguno de los habitantes del edificio del crimen tenía antecedentes penales y todos parecían buenos ciudadanos. Semanas después, si bien el caso seguía abierto, los investigadores estaban en un callejón sin salida. El sheriff Grady Judd, clave para darle impulso al caso cuando la tecnología había avanzado y el ADN permitió resolverlo La pista de la sangre Luego se supo que en el departamento, además de la sangre de Teresa, la policía científica había encontrado sangre de otra persona, posiblemente la del asesino. La pista no sirvió de mucho, porque la investigación criminológica basada en las huellas de ADN estaba por entonces en pañales. Las pruebas de ADN tenían apenas dos años de existencia. Esas huellas genéticas habían sido descubiertas por el profesor Alec Jeffreys en el laboratorio de la Universidad de Leicester, en Inglaterra, cuando realizaba un análisis en el cuarto oscuro y extrajo de un tanque de revelado una radiografía. Al analizar el material, el científico encontró patrones genéticos que diferenciaban totalmente a las tres personas que habían estado en contacto con la radiografía. Lo policía y la justicia vieron de inmediato que el descubrimiento de Jeffreys se podía convertir en una herramienta valiosa -y de gran exactitud- para identificar a sospechosos y resolver un crimen, así como en el método estándar para resolver disputas de paternidad e inmigración. Para 1986, el método ya se utilizaba, pero todavía no se hacían comparaciones con la sangre de los sospechosos de los crímenes, salvo en los casos en que otras pruebas apuntaran a ellos. Solo entonces los tribunales ordenaban extraer las muestras. Con la sangre hallada en el departamento de Teresa los investigadores solo pudieron hacer una cosa: introducir una muestra en el recién creado Sistema de Índices Combinados de ADN, una base de datos con perfiles de delincuentes convictos, pruebas de escenas de crímenes sin resolver y desaparecidos a nivel local, estatal y nacional. Fue en vano, porque no encontraron coincidencias. La sangre del departamento no pertenecía a ningún criminal que estuviera registrado en la base de datos. El asesinato de Teresa Lee Scalf se convirtió entonces en lo que la criminología estadounidense llama un cold case, o “caso frío”. Y así permaneció durante 37 años: abierto pero sin resolución. Grady Judd. Cuando egresó de la academia de policía el caso de la enfermera asesinada había quedado olvidado hace años Genealogía genética forense Cuando Grady Judd egresó de la academia de policía de Florida y se incorporó al servicio, el crimen de Teresa Lee Scalf hacía años que estaba en el limbo, luego del fracaso de las comparaciones dentro del Sistema de Índices Combinados de ADN. Nombrado alguacil en Polk en 2021, una de las primeras medidas que tomó Judd fue requerir los servicios de un laboratorio privado especializado en genealogía genética forense para tratar de resolver los casos antiguos que quedaban en su oficina. La empresa se dedicaba específicamente a la comprobación de relaciones familiares en casos de disputas judiciales por herencias o en juicios por paternidad. Por esa razón, su base de datos contenía muestras diferentes a las de los registros criminales y, también, era mucho más amplia. Al comparar la muestra de sangre del agresor desconocido encontrada en el departamento de Teresa, los técnicos del laboratorio encontraron una coincidencia lejana con la sangre de un hombre que había pedido una prueba de paternidad. Con ese dato, la policía fue a entrevistarlo y le pidió que les hiciera una lista de sus parientes, aún los lejanos, que vivieran en los Estados Unidos. Alguno de ellos podía ser el asesino. Cuando el hombre nombró a un primo lejano llamado Douglas, a quien no conocía personalmente, que vivía en Lakeland, las luces de alarma de los investigadores se encendieron. Ese apellido coincidía con el de uno de los vecinos de Teresa interrogados después del crimen: Donald Douglas. No les costó averiguar que el señor Douglas mencionado por ese pariente lejano era ni más ni menos que el hijo de Donald. Y así una tarde de octubre de 2023, 37 años después del asesinato de Teresa, un detective tocó a la puerta de la casa del señor Douglas -empleado, casado, padre de tres hijos- para pedirle que diera una muestra de su sangre. Mi padre, un asesino Esa muestra de sangre trastocó para siempre la vida del señor Douglas y de su familia. Dos días después de haberse presentado en el laboratorio forense de la policía de Lakeland, el mismo detective volvió a llamar a la puerta de su casa. El policía no quiso simplemente llamarlo por teléfono -como habían quedado- porque sabía que sus palabras serían un golpe brutal. Sentados en el living, frente a dos tazas de café, el agente supo que la única manera de dar la noticia era hacerlo de manera descarnada: -Lamento decirle que la muestra reveló que su padre es el asesino de Teresa Lee Scalf – le dijo sin vueltas. Le informó también que esa misma tarde la oficina del sheriff haría el anuncio -algo que era inevitable- y le preguntó si quería que su nombre fuera revelado. Después de un largo silencio, el hijo de Donald Douglas respondió con un simple monosílabo: “No”. Al mismo tiempo que ese detective se entrevistaba con el señor Douglas, otro hombre de la oficina del sheriff tomaba contacto con la familia Scalf, más precisamente con Betty, la madre que había encontrado el cuerpo destrozado de su hija, y la hermana de Teresa, Shade. También sentado frente a una taza de café, el policía les dio la noticia. Pese a sus 84 años, Betty quiso asistir a la conferencia de prensa que convocó el sheriff Judd para anunciar que habían descubierto al asesino de la enfermera. Después de explicar cómo habían llegado a identificarlo, Judd informó que Donald Douglas, el criminal, no podría ser juzgado porque llevaba 15 años muerto. -La justicia llegó tarde – dijo – pero ahora sabemos la verdad. Cuando terminó, le cedió la palabra a Betty Scalf, que se subió trabajosamente al estrado, ayudada por un bastón. -Tengo 84 años y viví para saber quién asesinó a mi hija. Creo que por eso viví tanto – dijo, con voz firme mirando a los periodistas reunidos en la sala.

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