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  • El proyecto turístico que se instaló en una costa prístina y salvaje de la Patagonia

    » La Nacion

    Fecha: 31/12/2025 08:38

    Marisma Camps es el nuevo proyecto turístico que la Fundación Rewilding instaló en la parte norte de la consagrada Bahía Bustamante, al sur de la provincia de Chubut - 9 minutos de lectura' BAHÍA BUSTAMANTE, Chubut. Nadie viene a hacer deporte, sentencia Elizabeth Galarco, proveniente de Puerto Madryn. Marisma Camps es el nuevo proyecto turístico que la Fundación Rewilding instaló en la parte norte de la consagrada Bahía Bustamante, al sur de la provincia de Chubut. Algo tiene en común esta costa: lo salvaje, inexplorado y retirado del mundo moderno. El goce es caminar por sitios donde aún el ser humano no ha hecho su participación. Solo 12 personas comparten este paraíso. Es uno de los pocos lugares vírgenes del mundo, y aquí de verdad podes estar lejos de todo, dice Alain Levi, holandés que viaja con su esposa. El complejo apenas se ve: su diseño tuvo como fin interrumpir lo menos posible la belleza natural, que es íntima e inabarcable. El impacto visual es imperceptible. Seis pequeñas casitas de madera y chapa se posicionan en diferentes niveles, y todas comparten la visión única a la Bahía Bustamante y al cristalino y refrescante mar argentino. Doce camas alejan la idea de masividad, nunca más bienvenida esa docena. Esto es la Patagonia Azul, dice María Mendizábal, a cargo de turismo de la fundación en esta costa. Es uno de los tramos costeros más fascinantes por descubrir de nuestro mar, asegura. El recogimiento es absoluto, el contacto con el mar, natural y de piel. En una Main House un pizarrón anuncia las mareas, único dato necesario para conocer el humor de un mar transparente y amable: a pesar de estar muy cerca del paralelo 46, los baños son un bálsamo. Es fascinante, en Europa no existe nada igual, es como ser un expedicionario, afirma Alain. Hace dos meses que recorre nuestro país. La apreciación del holandés es correcta. Esta costa estuvo cerrada al público, hasta hace menos de tres años este sector del mapa chubutense estuvo vedado. Las estancias privadas cerraban su acceso. Rewilding compró algunas de las más grandes y creó cuatro portales que persiguieron un fin: poner en valor la vieja ruta 1 que seguía el trazado de la costa y volver accesible a todos el mar. Tienen dos Camps (refugios de mar): Isla Leones y Marisma. Este último es su más reciente producto, una cápsula de paz y silencios. Cuando la marea baja se ve el caprichoso curso de una ría y una alfombra de salicornias frescas, espárragos de mar, contrastan con su tono esmeralda el azul del mar. También, en las rocas de la costa, se produce sal marina, ambos pueden ser cosechados por los turistas y son usados en el menú que prepara Carola Puracchio, una de las más reconocidas chefs del país, especialista en platos elaborados con algas. Cuando sube la marea, una de las actividades es navegar por la ría con kayaks. Altos paredones animan a hacer saltos al mar. Allí también se ven róbalos alimentándose. La transparencia el agua legitima la idea de estar en otro mundo, uno mejor. La buena noticia es que seguimos en el planeta Tierra, acaso en su mejor versión: la más primitiva. La de los placeres sencillos. Es como si fuera un pequeño mundo ideal, dice Leticia Chaparro, anfitriona de Marisma. Comenzó en octubre, como todo el staff, que es completamente femenino. La energía femenina armoniza con la marítima, y suaviza aún más la realidad de lo remoto. Ella es quien recibe a los visitantes que llegan desde los aeropuertos más cercanos, Trelew (250 km), Puerto Madryn (320) y Comodoro Rivadavia (200). La mayoría son extranjeros, imantados por la esperanza de comprender el encanto y el misterio que produce la palabra Patagonia. Fin y principio de una tierra misteriosa e incógnita. Es inexplicable para ellos, pero también para nosotros, afirma Chaparro. Casitas frente al mar Las casitas están bien separadas unas con otras. Cada cual está orientada de una manera diferente. De esta manera, aquella tiene el privilegio del amanecer, la otra, del atardecer, orquestal función cromática que se prolonga en verano hasta después de las 22 horas. La diferencia térmica es amplia: el sol es radiante. De la estepa llega un calor sofocante que se equilibra con la frescura del mar. Por la noche, siempre 10, 12 grados. Afables y humanos esos grados: el descanso es una dulce ofrenda para el cuerpo. Los que vienen acá claramente quieren escaparse del mundo, dice Chaparro. Marisma ofrece actividades, para ocupar el tiempo en expediciones que no requieren mucho esfuerzo. Dos son recomendables: una cabalgata que sale desde el antiguo casco de la estancia La Ibérica, hoy una casa de té donde la estrella es la focaccia con algas y un centro de interpretación donde se muestra la cara del único enemigo: la pesca de arrastre. Desde la estepa sale el grupo de curiosos jinetes, aturdidos por la sorpresa de estar transitando mapas nuevos. Se cruzan viejos caminos internos de la estancia y en una vista decorosa, detrás de una pequeña elevación, se llega a una playa que no ha conocido la humanidad aún, en momentos así, la intuición activa una región cerebral nacida en el principio de los tiempos. En una intimidad discreta y que se da en pocos lugares un grupo de guanacos toma agua del mar. Otra chance de explorar es caminar cinco kilómetros hasta un grupo de rocas que los lugareños llaman Punta Mitón y el Canal La Ibérica. Allí se forman piletones de agua fresca e hipercristalina. Aquí se puede hacer snorkel y descubrir el maravilloso y colorido mundo subacuático. Cada cual puede descubrir su propia playa, no hay seres humanos, dice Mendizábal. La pureza de la costa de Marisma es completa. Por el trabajo de la Fundación, este extenso territorio virgen fue declarado por la gobernación de Chubut en 2025 como Parque Provincial Patagonia Azul. Te podés quedar horas mirando el mar, la ausencia de ruidos y de contaminación es total. Son momentos en los que podes pensar en vos mismo. En la vida moderna no existen estos instantes íntimos, en este mar podes tener ese espacio, dice Chaparro. El protagonista es el mar y el paisaje y nada te distrae de ellos, agrega esta mujer que en sus ratos libres lee en una hamaca paraguaya. La lectura es una grata compañía. Un petrel o un ostrero sobrevuelan el cielo, mientras tanto. Nacida en Córdoba y con un recorrido por varios países del mundo. La vida la encuentra sosegada en Bahía Bustamante. La gastronomía es un acto de celebración. En el main house, único lugar donde una antena de Starlink provee internet, los conjurados se acercan. Grandes ventanales atrapan la atención pero también el arcaico deseo humano de comunicarse. Es como estar viendo la mejor película, el atardecer y nadie parece querer hacer zapping, dice Chaparro. Nunca es igual, es imposible no maravillarte con tanta belleza de colores, agrega. Aquí es el punto de encuentro. Aquí personas de diferentes nacionalidades se acercan, cruzan miradas y comparten meriendas, almuerzos, cenas e intercambian el resumen de cada día. Todos saben y acuerdan el grado de soledad que se vive en lugares retirados como estos. No ves a nadie preguntando por la señal: la señal está afuera, en el mar, dice Chaparro. Un menú único El menú es un gran spot de la experiencia en Marisma. Puracchio nació en Camarones, a 80 kilómetros, es el pueblo más cercano, y es una cocinera reconocida en todo el país por su búsqueda de sabores orientados en las algas y en reivindicar los sabores marinos. Creció comiéndolas. Frente a Marisma-en la margen sur- se puede ver Bahía Bustamente, que fuera un pueblo alguero y hoy, es un lodge. Acá se trata de comer mirando al mar y comemos lo que él nos da y ofrece, dice Puracchio. Su menú es diverso porque el mar es generoso. Cosecha algas, sal, y la pesca del día es lo que se come. Esta geografía está asociada al cordero, sin embargo, los platos principales de Marisma suelen ser pescados. En un quincho, a la orilla de la ría se suele hacer una bondiola braseada. Las algas están siempre presentes, en ensaladas, o en pastas. Es un desafío, que la gente coma algas, no estamos acostumbrados, dice Puracchio. Aquí es el lugar ideal para romper prejuicios y entregarse al mar. Ella fue una de las finalistas del Prix Baron B 2024 y en noviembre de este año cocinó en el restaurante El Mercado del Hotel Faena junto a Proyecto Pescado (actuales ganadores del premio) y Gonzalo Aramburu, único chef argentino con dos estrellas Michelin. Su presencia en Marisma es un lujo. Las algas que usa son la luche, la ulva, el codium y la undaria, también conocida como wakame, es una especie con mucho poder nutritivo, pero es exótica. Cada plato que comemos lo estamos ayudando al mar, afirma. Cuando baja la marea es usual verla a Carola caminar sola por la costa. Así como hay personas que necesitan ir al gimnasio, yo necesito estar cerca del mar, dice mientras cosecha algas y algunas salicornias para la cena. Este mar es salvaje, te golpea, te sacude, pero también te mueve la sangre, afirma Puracchio. Su padre tenía una fonda de marineros en Camarones. Se crio entre ollas y aromas de mar. Italiano, la comida era el eje fundamental de su vida. Por eso siempre en el mostrador hay algo para comer, sostiene Puracchio. Las chipas con algas son muy celebradas. Marisma Camps es un espacio de contemplación. Un turismo de recogimiento. De ver estrellas, de reconocerlas, y de entender que la oscuridad sino un manto brillante en movimiento, un telón de piedras preciosas estelares. Un buen plan es ir a Camarones, distinguido como pueblo auténtico o pasar algunas noches en el Camps Isla Leones, a una hora al norte. Otro es mirar esta nada que lo tiene todo, como dice Chaparro. Mientras camina por la costa, reflexiona: Nuestro desafío es cambiar de vida. Regresar a una versión primitiva, que era cuando estábamos cambiando al mundo y no mirando todo el día una pantalla, nos merecemos volver a eso, concluye Chaparro, mirando la costa salvaje de Bahía Bustamante, mientras las olas refrescan esta solitaria latitud al sur del mundo.

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