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» Clarin
Fecha: 30/12/2025 22:37
Aún dejando de lado los números optimistas del Presupuesto 2026, el promedio de los economistas cerró 2025 proyectando un período de crecimiento y de baja de la inflación para los próximos doce meses. Las tasas esperadas a diciembre de 2026 son 19,6% (IPC) y 3,4% (actividad económica o PBI). Si todo sale a pedir de los economistas (y en 2025 sus vaticinios se cumplieron bastante), los argentinos estarán alzando la copa el próximo fin de año festejando un nuevo logro. O mejor dicho uno viejo: tres años seguidos de desinflación (2024,2025,206) y dos de crecimiento (2025,2026), algo que no ocurre desde 1991 cuando se lanzó el Plan de Convertibilidad, y hasta 1994. Un recorrido así parece normal en cualquier país vecino pero en cambio resulta una añoranza macroeconómica aquí. En las últimas tres décadas, en el mejor de los casos, Argentina registró años en los que la inflación fue baja y estable (como en los 90's), y otros de crecimiento alto (durante el kirchnerismo). Pero el combo caja feliz que los economistas ofrecen como kit para mejorar el bienestar general (desinflación y crecimiento sostenidos) se logró por última vez con Carlos Menem. Entre la rigidez de la convertibilidad dolarizadora primero, el quiebre del Estado por incentivar el consumo, más la ausencia de un plan de estabilización después, la economía se olvidó de crecer y bajar la inflación a la vez. Incluso se llegó a plantear que eran fenómenos antagónicos. Si Milei consigue sujetar el rumbo de esta trayectoria hasta 2027, y entonces acumular cuatro años de desinflación más tres de crecimiento, las consecuencias de su modelo serán políticas porque el costo para la oposición de revertir el camino será mayor cuanto más cerca estén los comicios o mejores resultados tenga La Libertad Avanza. Ahora bien. Hasta acá la teoría. Nadie sabe en verdad si Milei conseguirá en 2026 los resultados que obtuvo en 2025 en materia de crecimiento y desinflación. Mientras que para algunos el Gobierno está delante de un penal sin arquero por el respaldo que significó el resultado de la elección de octubre en términos políticos, para otros hay riesgos por delante. Y la palabra riesgos en la Argentina puede ser amplia, vaga, pero no menos cierta. Tiene muchos significados. Primero el que más asusta: el cambiario. Desde economistas como Carlos Melconian a Jorge Vasconcelos, vienen señalando que el esquema actual es de carácter transitorio, aún cuando desde este viernes debute el nuevo esquema de bandas indexadas por la inflación pasada. Y al mismo tiempo el Banco Central ha dicho en sus Objetivos y planes 2026 que la flexibilización del cepo irá de la mano del acceso del país al crédito voluntario internacional. Y acá precisamente está el segundo riesgo: la Argentina es un país chico pero abierto y expuesto a los vaivenes globales. Prueba de ello fue que en 1994 la crisis mexicana interrumpió la senda de crecimiento y desinflación de Menem. También el extraordinario 2025 ha dado fe de ello por los buenos motivos: el índice S&P 500 de Nueva York (acciones) ganó casi 17% en el año (cerca de su nivel más alto histórico) y el Nasdaq algo más de 20%. Un bono del Tesoro de EE.UU. a 10 años, que rindió 4%, se valorizó con la baja de las tasas. Precisamente el recorte de tasas de la Reserva Federal hizo más atractivo a los países de la región y ayudó a la Argentina. Los acciones latinoamericanas en promedio subieron 50% en dólares en 2025 según el banco UBS. Hubo alzas fuertes en Brasil, Chile, Colombia y México. En nuestro país al Merval no le fue tan bien (en dólares cayó 6% por el riesgo electoral) y la mejor apuesta terminó siendo para el que se quedó con títulos argentinos en dólares que ganaron hasta 15% tras el sprint final luego de las elecciones de octubre. El tema es qué le deparará a la Argentina si esta economía estadounidense pierde fuerza, si las acciones en Wall Street sufren una corrección, si la Reserva Federal despliega una política monetaria menos laxa o si Donald Trump se vuelve pato rengo. No hay que ser adivino para saber cuáles serán las consecuencias de un mundo más volátil para la Argentina. Menos demanda de sus productos y más tensión sobre el tipo de cambio. De ahí la importancia de contar con más reservas y flotar. Ese será el argumento que esgrimirán los técnicos del staff del FMI en las próximas visitas y reuniones que harán al país. La Argentina tiene estos temas pendientes y otros, razón por la cual el riesgo país sigue arriba de los 500 puntos básicos. Carece de un Banco Central y una política monetaria-cambiaria como otros países de la región. También de normas laborales que se adecuen no solo un mercado laboral del siglo XXI sino a industrias globales que requieren inversiones de mayor escala para dar el salto tecnológico haciendo cada vez más visible los sectores ganadores del modelo como dice Marina Dal Poggetto en un reciente informe. Milei irá por esta reforma (laboral) en febrero. Y será algo para seguir de cerca. En marzo de 1986, cuando el Plan Austral aún era un éxito, Raúl Alfonsín firmó cuatro proyectos de ley que modificaban las relaciones laborales inspirados no solo en la transición democrática española sino en la desinflación que Felipe González había consolidado descentralizando negociaciones y desindexando salarios. A Alfonsín se le terminó escapando el proyecto cuando la inflación renació. Y Menem directamente no hizo reforma laboral, pactó con los sindicatos y empresarios. Milei quiere reescribir todo eso junto. Pero para que ello suceda la melodía que no tiene que dejar de sonar es crecer y bajar la inflación a la vez. Algo que no pasa hace más de 30 años. Y que Milei necesita tocar en 2026 para ser reformista. Sobre la firma Newsletter Clarín
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