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Paraná » Confirmado.ar
Fecha: 30/12/2025 12:47
La votación del Presupuesto 2026 expuso algo más profundo que una interna partidaria: mostró a una Unión Cívica Radical desdibujada, funcional al ajuste y en abierta contradicción con su propia historia. Mientras algunos sectores piden expulsiones, el partido paga el costo de haber abandonado hace tiempo sus banderas fundacionales. La Unión Cívica Radical atraviesa una de las crisis identitarias más profundas de su historia reciente y el Presupuesto Nacional 2026 terminó de dejarla al desnudo. El acompañamiento de siete senadores radicales a un articulado que elimina los pisos de financiamiento educativo, universitario y científico no fue un accidente parlamentario ni una confusión técnica: fue la confirmación de un partido que ya no sabe o no quiere defender aquello que dice representar. El reclamo de expulsión formulado por la agrupación interna UCR Activa, aunque cargado de dureza retórica, llega tarde y deja al descubierto una contradicción mayor: la UCR no cayó en esta situación por un voto aislado, sino por años de ambigüedad política, alianzas oportunistas y silencios cómplices frente a políticas de ajuste que golpean de lleno a la educación pública y al sistema científico. Los senadores cuestionados Mariana Juri, Eduardo Galaretto, Carolina Losada, Rodolfo Suárez, Mercedes Valenzuela, Eduardo Vischi y Silvana Schneider no actuaron en el vacío. Votaron como parte de una estructura partidaria que hace tiempo resignó su rol histórico y eligió convertirse en un engranaje más de proyectos que desprecian al Estado como herramienta de desarrollo. El radicalismo que supo construir su identidad alrededor de la Reforma Universitaria, de la expansión del sistema educativo, de la ciencia como política de Estado y de la universidad pública como motor de movilidad social, hoy aparece fragmentado y reducido a una disputa interna que no logra ocultar lo esencial: el partido acompañó un presupuesto que recorta derechos estratégicos y luego intentó correrse del costo político con comunicados encendidos. Hablar de traición histórica no es exagerado, pero tampoco alcanza. Lo que quedó expuesto es algo más grave: la incapacidad de la UCR para ejercer una oposición coherente y sostener una línea política clara frente al ajuste. Mientras se invoca a Yrigoyen, Illia o Alfonsín, los votos en el recinto van en sentido contrario a ese legado, vaciando de contenido cualquier apelación a la doctrina radical. El pedido de sanciones disciplinarias revela, además, otra falencia estructural: la conducción partidaria aparece ausente, sin autoridad real ni voluntad de fijar límites. El radicalismo discute expulsiones mientras tolera que su bancada nacional vote contra la educación pública, una contradicción que erosiona su credibilidad frente a la sociedad y a su propia militancia. La crisis abierta por el Presupuesto 2026 no es un episodio más. Es una señal de alerta sobre un partido que parece haber perdido su norte político y que hoy se debate entre la nostalgia de su historia y la conveniencia coyuntural de acompañar ajustes que desmantelan políticas de largo plazo. En definitiva, más allá de los nombres propios, el verdadero interpelado es el radicalismo como fuerza política. Porque cuando un partido vota contra la educación pública y luego discute quién es más radical, el problema ya no es una interna: es la pérdida de identidad.
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