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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 29/12/2025 11:12
Eduardo Aliverti Al recorrer el año que termina, sobresale que prácticamente todos los signos y síntomas de lo ocurrido quedaban a la vista. Está dicho con el diario del lunes, por supuesto. Y vaya si había derecho a equivocarse en ciertos pronósticos, como le ocurrió a medio mundo de todas las esferas analíticas. Deberá servir como lección, renovada, a fines de no apurar diagnósticos más ligados a lo emotivo que a lo racional. En febrero saltó la cripto-estafa. Se presumió a ese escándalo como la primera vez en que al Presidente le entraban sospechas de corrupción personal y manifiesta. Luego, y aunque el episodio se reactivó en estos días, pasó de largo. Las maniobras y especulaciones con criptomonedas no son, justamente, algo que quede cerca de la comprensión masiva. En marzo fue el temporal en Bahía Blanca. Milei tuvo el tupé de subrayar que los bahienses debían arreglárselas solos, por fuera de una visita de compromiso durante apenas unas horas. Meses más tarde, la indignación que parecía general mudó al olvido y La Libertad Avanza ganó en las urnas del lugar. En el mismo mes fue cuando un gendarme le reventó la cabeza al fotógrafo Pablo Grillo. Las pruebas irrefutables sobre el disparo fueron adjudicadas por la entonces ministra de Seguridad a un mero escenario de contienda callejera. Patricia Bullrich ganaría después, con comodidad, los comicios porteños. Haber terminado con los piquetes fue más fuerte que la cabeza de Grillo. En abril comenzó a arreciar la confrontación entre Cristina y el gobernador Kicillof, preanunciando lo que persiste en no resolverse. Solamente la muerte del Papa amenguó la repercusión del momento, pero siguió latente y cómo. En mayo, a la par de las elecciones porteñas, despuntó el conflicto en el Garrahan y se creyó que ésa podía ser una suerte de límite. Lo fue y es, al punto de que trabajadores y profesionales del hospital consiguieron su objetivo de lucha. Pero, al resultar segmentado como la enorme mayoría de las luchas sociales, no alcanzó como emblema unificador para torcer el brazo generalizado del ajuste. Las marchas de y con los jubilados también carecieron de acompañamiento contundente. En junio metieron presa a Cristina por una causa bochornosa en que los jueces no pudieron presentar prueba relevante alguna, sino íntima convicción. Como con Lula. Pero tampoco fue suficiente para despertar una respuesta de amplia magnitud. En julio, en medio de presagios cambiarios inquietantes y tasas de interés por las nubes, el Fondo Monetario empezó a prevenir que el nivel de las reservas era crítico y que se imponía un cambio de esquema. En agosto arrancó el Spagnuolo-gate, nada menos que acerca de fondos desviados en la Agencia Nacional de Discapacidad. El 3 por ciento para Karina se hizo meme y canción. Era, se conjeturó, una cuestión que -al revés del caso $Libra- sí pegaría de lleno en la sensibilidad popular. En septiembre, a tono con la presunción anterior y siendo que todos los indicadores económicos de la vida cotidiana ya daban para abajo, el peronismo se impuso con gran diferencia en la provincia de Buenos Aires. Si fue prioritariamente por respaldo a Kicillof, por el trabajo intenso de los intendentes del conurbano, por expresión de bronca contra Milei o por una conjunción de esos factores, es una polémica bizantina que no afectó al juicio mayoritario de tal instancia: al Gobierno se le venía la noche. En octubre estallaron las andanzas de José Luis Espert, sin poder evitarse que permaneciera a cabeza de la boleta libertarista. Plagado de sospechas por narcotráfico, en medio de papelones públicos ¿inolvidables?, eso sí que semejó a la debacle definitiva. Pero surgió Donaldo para advertir que los argentinos estábamos muriendo. Que de su ayuda dependía la resucitación. Asumió Scott Bessent. Y ganó Trump, nomás. ¿Cuál es el hilo que une a esta recorrida? Es uno con el común denominador de que, salvo por el relativo espejismo del triunfo peronista en las elecciones bonaerenses, toda la agenda se sostuvo en lo que el Gobierno hiciera o dejara de hacer. La oposición no produjo más que mantenerse a la expectativa, sin perjuicio de que Kicillof aguanta los trapos mientras Nación le ahorca los fondos correspondientes. Con ese cuadro, agravado por el nuevo apriete general que el Senado aprobó el viernes, una de las pocas seguridades para 2026 es que será un año de altísima conflictividad social. No es un pronóstico arriesgado. Fue el propio Milei quien, en su patético saludo navideño, dijo que hay que abrocharse los cinturones. Nadie debiera tener la más mínima duda acerca de los destinatarios de esa frase, que no son precisamente ni la casta, ni las corporaciones, ni los actores del poder real. El solo hecho de que sea un Gobierno intervenido por Washington exime de mayores comentarios. No está claro cuál será el volumen de respuesta gremial. Habrá de ser una prueba de fuego para la CGT, ante la que es pronto para saber si el cambio de nombres conductivos significará otro tanto en su actitud. Quedarse con que al fin y al cabo no son más que unos burócratas sindicales es una lectura aceptable pero lineal, de confort político-ideológico, que pierde de vista cómo afrontarían circunstancias imprevisibles. En cualquier caso, y esto también es seguro, la eficacia de reacciones sociales y gremiales -así como de bloques legislativos y espacios diversos- terminará dependiendo de que la oposición reaparezca. La que hay, como el año demostró, es antes nominal que real. Podría aventurarse que esa es la gran incógnita de cara a 2026. Aun con todas sus luchas intestinas, ausencias programáticas, parálisis directriz, lacras y ofrecidos al mejor postor, el peronismo se sostiene como la fuerza exclusiva en condiciones de disputa electoral. Y para seguir siéndolo requiere, de piso, que se resuelva su interna desgastante. Esta semana mostró al respecto el episodio bochornoso entre Juan Grabois y huestes de La Cámpora a propósito de la actividad de los trapitos, que desde Quilmes se extendió a Lanús para solaz y esparcimiento del aparato mediático oficial. Que una temática como ésa no pueda ser resuelta en forma previa, a puertas cerradas, puede parecer un aspecto menor. Pero es otro añadido al grado de acefalía que padece el peronismo. Por eso el interrogante supremo es cuándo y cómo se arreglarán semejantes cuitas. A menos, claro, que alguien suponga que restan incógnitas sobre el gobierno de los Milei. Es decir: sí hay preguntas en torno a cómo afrontará esta gestión los vencimientos de deuda. O de qué modo aplacaría una precarización laboral sin freno, como si acaso no la impulsara. O si el apoyo estadounidense se mantendrá a toda costa. O si a la primera de cambio no podría suceder que el dólar se dispare, con ello la inflación y con ello el derrumbe del principal activo libertarista (junto con lo que vaya a suceder en las elecciones estadounidenses de noviembre, con altas probabilidades -a hoy- de derrota trumpista). Pero, aun cuando ocurrieran todas, algunas u otras de esas variantes, ¿quién recogería y administraría, de manera articulada y conducida, los pedazos de aquello que estallase? Así, otra seguridad es que la pelota está notablemente más en el campo opositor que en el terreno oficialista. De hecho, 2025 fue pródigo en materias como caída del consumo popular; cierres de empresas; endeudamientos familiares hasta para comprar alimentos; sectores industriales liquidados, y sigue la lista. Absolutamente nada de eso impidió que el Gobierno fuera ratificado en las urnas, bien que no por una distancia sideral. No hay concordancia entre el margen por el que ganó y el envalentonamiento con que se exhiben los Milei. Sin embargo, esa es la interpretación numérica. La política es que se muestran con soberbia porque enfrente no hay respuesta, al margen de coyunturas como el rechazo parlamentario a que avancen en desfinanciar Universidades, gente con discapacidades, salud pública y etcéteras por el estilo. Por todo eso, y más, la temporada que se viene interpela casi únicamente a la oposición. Y sin el casi también. P/D: Como en todos los fines de año y a punto de vacacionar, renuevo mi agradecimiento a la inmensa mayoría de lectores y foristas de Página. Aun en las disidencias y siempre que fueran manifestadas en forma respetuosa, sin agresiones personales o hacia el diario, volvieron a servirme -mucho- para ratificar, rectificar o atender conceptos. Inclusive, este año respondí y saludé varios de esos mensajes porque me pareció que servían a debates de buena estatura. De más estaría decir que son tiempos muy jodidos para brindar opiniones o despertar polémicas que no queden atravesadas antes por arrebatos emocionales, o eslóganes de circunstancia, que por sustancia analítica. Y en este diario, y en este foro, uno encuentra que todavía tiene, tenemos, un lugar donde sentirnos menos solos en eso de pensar y decir en colectivo. Y en solidaridad con los más débiles. En nombre de ello, muchísimas gracias y un abrazo enorme de felicidades. Fuente: Página12
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