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  • Paulina la fugitiva: el chismecito histórico que sacudió Trancas

    » Eltucumano

    Fecha: 29/12/2025 09:55

    Paulina la fugitiva: el chismecito histórico que sacudió Trancas En un rincón del Archivo Histórico de la Provincia, se esconde la historia de Paula y Martín, un matrimonio que dio qué hablar en el Tucumán de pasado. En el año 2024, el Archivo Histórico de la provincia de Tucumán publicó el trabajo de la magíster Milagro García Marengo, una tucumana que revisó procesos criminales contra mujeres en nuestra provincia y transformó algunos de ellos en entretenidas e interesantes historias. Así es como llegamos a la que tituló Paulina fugitiva, un relato sobre un matrimonio que habitó Trancas a comienzos del siglo XIX, una pareja que, sin duda alguna, dio bastante que hablar en la sociedad tranqueña y tucumana. María Paula Campero era conocida de ese modo por haber servido desde muy pequeña en la casa de los Borja Campero, una familia tucumana que vivía en plena ciudad: un Tucumán pequeño, pero bastante más interesante que otras partes de la incipiente provincia. A la edad de 13 años, Paulina contrajo matrimonio con Martín Medina, un zapatero de muy buena fama. Este enlace, sugerido por los Borja Campero, la empujó a vivir en Trancas, su pueblo natal, donde Martín pudo desarrollar el oficio heredado de la zapatería. Lo que ocurrió poco tiempo después del matrimonio podría traducirse en una suerte de Madame Bovary de la colonia: Paulina se aburrió. Y se fue. Esa ausencia desató las habladurías propias de un pueblo, ya que no era común que una esposa abandonara el hogar sin más. Durante ese tiempo, Paulina se dedicó a conocer el mundo. Comenzó su viaje hacia el norte y recorrió el Virreinato: pasó por Salta, Jujuy, Potosí y luego Perú. Cinco años después regresó. El zapatero la recibió, solo para volver a perderla dos semanas más tarde: su esposa había vuelto a irse. Esta segunda ausencia duró doce años. Tras ese tiempo, regresó nuevamente a los brazos de su marido, y una vez más fue recibida. Para entonces, ya corría el año 1800 y un nuevo siglo acababa de comenzar. Prácticamente el mismo día en que María Paula regresó con su legítimo esposo, una trifulca sacudió al pueblo: Paulina había apuñalado a Martín, y numerosos testigos presenciaron parte del escándalo. Con la tucumana detenida, las autoridades comenzaron a levantar testimonios sobre lo sucedido, y de allí se construye este relato. Cansada de tanto andar y de las miserias que pasé allí, decidí volver en busca de Martín, solo para darme cuenta de que aún más miserable era mi vida aquí, en esta desolación de pueblo, donde el día de mañana es igual al de hoy y al de ayer, describe la autora poniendo voz en Paulina. Le confesé que durante un tiempo había hecho vida de esposos con otro hombre llamado Baltazar Bustos. Nada me dijo; al fin y al cabo, lo mismo había hecho él, haciéndose de mujer apenas me ausenté yo, de manera que emparejadas quedaron las culpas. Los relatos del pueblo, de Martín y de Paulina coinciden en que esa noche el matrimonio se habría embriagado con aguardiente. Una larga velada los acompañó en un reencuentro de charlas, recuerdos y afectos. Hacía apenas algunas semanas que ella había regresado y, cargada de anécdotas y experiencias, seguramente tenía mucho para contar. El alba los encontró aún bebiendo y conversando, aunque los ánimos comenzaron a cambiar. Cuando Paulina entró a la casa a buscar el postre una bolsa de pasas que le había regalado el vecino Fabio López advirtió que solo quedaban tres. De inmediato concluyó que su marido las habría regalado a la manceba con quien había convivido durante su ausencia. La discusión se volvió corporal. Paulina amenazó al zapatero con un cuchillo de su propio taller. Martín la expulsó y cerró la puerta de la casa, luego de haberle pegado con un palo. Lejos de dar por terminado el conflicto, Paulina saltó la tapia trasera, volvió a ingresar al domicilio, arrojó el cuchillo y encontró a su esposo con un puñal en la mano. Se lo quitó y lo hirió. Consultado sobre el conflicto, Fabio López el mismo que había regalado las pasas dejó asentado en actas que Martín era un hombre tranquilo y de pocas palabras, que había sabido sobrellevar con hombría la ausencia de su mujer. También declaró que ella se había fugado dos veces para llevar mala vida en Perú. Parece ser una mestiza brava y decidida, de costumbres licenciosas, afirmó. Otro vecino, Nicolás José Molina, sostuvo que el día del escándalo la tucumana se jactaba de sus desórdenes y picardías frente a su esposo. Además, aseguró que era una mujer difícil de sosegar y agresiva cuando se la intentaba cercar. Ante las penosas circunstancias que le ha tocado enfrentar con el abandono de su mujer, se ha visto obligado a tener manceba, declaró. El enjuiciamiento de María Paula Campero mezcló dos delitos: las puñaladas y la vida que habría llevado durante sus ausencias del hogar. Nicolás Valerio Laguna, abogado recientemente graduado en Córdoba e hijo de la mujer que años más tarde donaría la casa donde se firmaría el Acta de la Independencia, era asesor del alcalde. Consideró que cuantas más obligaciones tiene el ofensor con el ofendido, mayor es la gravedad del delito, y que el cometido por Paulina era mucho más grave que el uso de armas y que el hurto, es decir, que su vida inmoral o escandalosa resultaba, según la ley, más grave que el ataque con el arma blanca. Francisco Monteagudo, abogado defensor de la tucumana, argumentó que el hecho de que el marido la hubiese perdonado no una sino dos veces, recibiéndola nuevamente en el hogar, anulaba las injurias propias y privadas que solo a él perjudicaban. En palabras recuperadas por la autora: La fuga de Paulina a las provincias del Perú, su vida desastrada y sus reiterados adulterios, todo es cierto y repudiable. Mas estos excesos ya no son criminalidades sujetas al Ministerio Público porque, habiendo el marido recibido a la mujer y vivido con ella en unión y armonía, le perdonó el delito que contra él había cometido. Además, sostuvo que Paulina se defendió con el cuchillo tras haber sido agredida y denunció que Martín Medina mantenía una relación escandalosa con una vecina, sumada a su afición a la bebida, elementos que habrían atravesado el conflicto de aquella noche. Finalmente, y bajo la presión social de un pueblo escandalizado, María Paula Campero fue condenada a 200 azotes y dos años de reclusión con grillete en la cárcel. El castigo debía cumplirse de forma pública, recorriendo la plaza y anunciando la sentencia mediante la voz del pregonero. Sin embargo, Nicolás Laguna cometió un error procesal: no dejó la regulación de la pena al arbitrio del juez, quien debía estimar la pena condigna. En consecuencia, la sentencia fue anulada. Paulina fue enviada entonces a una reclusión de un año en una casa decente del pueblo, con la intención de que esa familia la guiara e inculcara nuevos caminos. No obstante, a la primera oportunidad que tuvo antes de cumplirse el primer mes de condena la tucumana escapó de Trancas por tercera y última vez. Martín Medina sobrevivió, pero nunca quiso declarar contra su esposa ni constituirse como querellante en la causa. ¿Habrá albergado la esperanza de recibir a su compañera una vez más?

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