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  • Descubriendo Cabo Vírgenes: donde nace la Ruta 40

    » Tiempo Sur

    Fecha: 29/12/2025 09:55

    El viaje suele comenzar en Río Gallegos. Tras dejar la ciudad atrás, la Ruta Provincial Nº 1 se interna en la estepa: guanacos recortados contra el horizonte, antiguos cascos de estancia, alambrados interminables. El camino atraviesa campos como Chimen Aike, El Cóndor y Cerro Redondo hasta llegar a la histórica Estancia Monte Dinero, que hoy recibe a los visitantes con una hostería y una casa de té con nombre apropiado: Al fin y al cabo. Desde allí, unos kilómetros más de ripio conducen al cabo propiamente dicho, entre pastizales barridos por el viento y vistas cada vez más amplias del Atlántico. Una pingüinera en plena expansión La joya indiscutida de Cabo Vírgenes es su colonia de pingüinos de Magallanes. En temporada, la costa se convierte en un verdadero pueblo pingüino: miles de aves entrando y saliendo del mar, cruzando la playa con su andar inconfundible, defendiendo nidos bajo los arbustos y alimentando a sus pichones. Mientras otras colonias históricas de la Patagonia muestran signos de declive, la pingüinera de Cabo Vírgenes se mantiene como una de las colonias más extensas y productivas del país. Aquí los pingüinos encuentran un hábitat terrestre bien conservado y, sobre todo, un mar que todavía ofrece alimento suficiente. El visitante puede recorrer senderos delimitados y observar a pocos metros escenas cotidianas: disputas territoriales entre machos, saludos entre parejas que se reencuentran después de varios días en el mar, polluelos que reclaman comida con insistencia. La amplitud de las mareas en esta zona hace que la playa cambie de aspecto varias veces al día. En bajamar, el mar se retira cientos de metros y deja al descubierto un amplio escenario donde los pingüinos deben caminar más para llegar al agua; en pleamar, las olas se acercan al pie de los acantilados y la colonia parece replegarse tierra adentro. El faro y la historia de un cabo fundacional Dominando el paisaje, el Faro Cabo Vírgenes se alza sobre la altura del cabo desde 1904. Pintado de blanco y negro, vigila la Boca Oriental del Estrecho de Magallanes, una de las zonas más desafiantes para la navegación desde los tiempos de las exploraciones europeas. Desde la parte alta del cabo, en los días despejados, se distingue hacia el sur la Punta Dungeness, la costa norte de Tierra del Fuego y la línea donde se encuentran las aguas del Atlántico con las del estrecho. El cabo debe su nombre original a la expedición de Fernando de Magallanes. El 21 de octubre de 1520, día de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes, los navegantes bautizaron este punto Cabo de las Once Mil Vírgenes. Siglos más tarde, la zona sería escenario de otros intentos de colonización: muy cerca de aquí se ubicó la efímera Ciudad del Nombre de Jesús, uno de los primeros asentamientos españoles en la región, de la que hoy quedan rastros arqueológicos y una fuerte carga simbólica. En diciembre de 2003 se inauguró el museo del faro en las viejas viviendas del torrero. Paneles, objetos y fotografías permiten entender mejor la vida aislada de quienes cuidaban la luz, las historias de naufragios y rescates, y la importancia estratégica del lugar. La visita al museo y al entorno del faro completa la experiencia. Estepa, mar y bosques submarinos Más allá de lo que se ve a simple vista, Cabo Vírgenes es también un santuario de biodiversidad submarina. Frente a estas costas se desarrollan bosques de macroalgas Macrocystis pyrifera, verdaderos bosques bajo el mar que sirven de refugio y sitio de cría para numerosas especies de peces e invertebrados, amortiguan la fuerza de las olas sobre la costa, producen oxígeno y almacenan carbono. Esos bosques invisibles sostienen gran parte de la vida que hace posible la existencia de la pingüinera y del resto de la fauna marina. Por eso, en la zona se impulsa un trabajo de conservación que involucra a distintos actores. Organizaciones como la Fundación Por el Mar, junto con el Consejo Agrario de Santa Cruz, WCS Argentina y la Universidad de la Patagonia, realizan investigaciones sobre los pingüinos y el ecosistema marino para identificar y conocer los recorridos que hacen los pingüinos y qué áreas son clave para asegurar que la colonia de Cabo Vírgenes siga sana y próspera. El visitante de Cabo Vírgenes tiene un rol clave en el cuidado del lugar. La reserva cuenta con normas claras: no está permitido ingresar con mascotas y es fundamental que cada persona se lleve su basura. Permanecer en los circuitos señalizados, no tocar los nidos ni acercarse demasiado a los animales, evitar ruidos fuertes y respetar las indicaciones del personal son gestos simples que marcan la diferencia. Cabo Vírgenes no es sólo el inicio simbólico de la Ruta 40 ni una postal más de la Patagonia; es un punto de encuentro entre historia y naturaleza.

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