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  • Llega 2026 en un mundo revuelto - Diario Panorama

    » Panorama

    Fecha: 29/12/2025 09:50

    Concluye 2025 en un mundo atravesado por cambios tan veloces que no nos dan respiro. Todo vuela, dura nada. Guerras y amenaza nuclear. Tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial que transformarán nuestras vidas. Por Liliana De Riz, en diario La Nación Sociedad de redes que cambió los modos de relacionarnos e hizo que la política ya no tenga el monopolio de lo público. Crecientes desigualdades económicas, más desconfianza pública y más autocracias. Vivimos una época de incertidumbre y confusión. Este es tiempo de balances. La sociedad argentina ingresa al nuevo año con la esperanza de un futuro que no sea pura amenaza, soportando el peso de un ajuste necesario y cruel. Esperanza y añoranza mezcladas son los sentimientos que afloran en grupos focales. Acaso hemos encontrado un punto de partida como dice el título de las Bases de Alberdi, para reorganizar un estado desmantelado por dirigencias voraces que lo hicieron su botín, con el único fin de perpetuarse en el poder. Acaso éste es un episodio más de los desgraciados corsi e ricorsi a los que nos tiene habituados la política. No lo sabemos aún. El fracaso de casi dos décadas de kirchnerismo y del interregno de Cambiemos, nos trajo un outsider dispuesto a destruir este Estado que es un rompecabezas desarmado sin que sus piezas encuentren su lugar. Oponiendo la libertad individual a la dependencia del Estado, el presidente Milei proclama que el Estado es una organización criminal. Al igual que Ayn Rand, la filósofa que lo inspira, aunque ella se refería al Estado estalinista que homologaba toda forma de colectivismo. Desde la perspectiva de Milei, el Estado no puede ser el gestor de objetivos colectivos ni anidar la obligación política consentida. La justicia social se convierte en una estafa. No asombra entonces que la libertad se oponga a la igualdad como objetivo de toda política estatal destinada a compensar las desigualdades. Una vuelta de tuerca al viejo dilema Estado-mercado. Los estatistas aparecen como los amigos del saqueo; los partidarios del mercado, como los héroes de la libertad entendida como la saga del sálvese quien pueda. Un liberalismo de mercado. Un Estado mínimo como defiende el presidente Milei que en los hechos es un minarquista pese a que se proclama anarcocapitalista. Tulio Halperín Donghi decía que si la vida te concede la gracia de vivir largo tiempo verás todo y lo contrario de todo. La tradición peronista disoció el valor de la libertad del valor de la justicia. Nacido en un clima de época en el que la denominada democracia sustantiva se oponía a la democracia formal de procedimientos, como si las formas no modelaran contenidos, el movimiento peronista se convirtió en adalid de la justicia social. Los radicales, reducidos a defensores de la denominada democracia formal, contemplaron la revolución social que emprendió el peronismo y fueron por mucho tiempo los adversarios que el peronismo construyó a su imagen y semejanza: conglomerado de gorilas...Hoy, son los ñonos republicanos, es Cambiemos. Son radicales y macristas el blanco de la crítica. Es la derecha que fracasó con su propuesta gradualista, como lo sugiere el agudo analista Rodrigo Zarazaga. Milei intenta una nueva revolución que se fagocite la centroderecha. Un nuevo movimiento atrapa todo que se identifica con la libertad y excluye a quienes engloba con el mote de saqueadores de los bienes de todos. Gente de bien contra lo que ha descalificado como casta. En nombre de esa batalla, ¿todo, vale? Tal vez se trate de otra versión de la revolución peronista, pero aggiornada a la hora de los tiempos. No hay plata y que cada cual que atienda su juego, y el que no.... Muchas son las confusiones que trajo aparejado el mileísmo. Liberales y socialistas no son dos conjuntos excluyentes: sin libertad política, hay amos y esclavos, y sin justicia, condenados y privilegiados: los condenados, son esclavos. Ese malentendido continúa porque se confunde liberalismo político con liberalismo de mercado. Los argentinos tuvimos militares en el poder que eran liberales de mercado y dictadores. Sabemos que la gente en estado de necesidad no es libre. Libertad y Justicia son indisociables. Lo sabemos. La justicia distributiva ejercida durante bonanzas transitorias por mandamases de turno cercena libertades y dura lo que un viento de cola. Los gestores de la pobreza lucraron y, a la vez, sometieron a quienes debían agradecerles las dádivas. Ese es el Estado botín al que repudió Ayn Rand en su Atlas. Pero el Estado, como organización moderna, independiente de intereses particulares y fiscalmente sustentable, es la condición para sostener un nuevo rumbo. Vale la pena aclarar un malentendido porque hemos vivido tanto gobiernos que en nombre de la justicia social despreciaron la libertad de expresión y el control de los poderes del Estado como experimentos fallidos de conciliar libertad y justicia social. Todo eso en un siglo XX caracterizado por la inestabilidad política - recurrentes golpes de Estado que buscaron imponer un orden manu militari a esta sociedad. Mucho se ha criticado la frase de Raúl Alfonsín de que con la democracia se come, se cura y se educa para denostarlo por su fracaso en alcanzar esos objetivos y, sin embargo, ese es el desiderátum de toda democracia, es su horizonte aunque sean promesas todavía incumplidas. La democracia está cifrada en la esperanza de que el día de mañana llegará y todos tendrán su oportunidad, como supo decir Charles Tilly. Tuvo y tiene razón Raúl Alfonsìn. ¿O, acaso, hay que concluir que se come, se cura y educa en un régimen que, como el de Xi Jinping, llama democracia a la dictadura que niega la capacidad de los individuos para elegir qué tipo de vida quieren vivir y reprime toda crítica en nombre de un proyecto colectivo que alimenta jerarcas eternos? Los ejecutivos rojos de siempre, nos decía Gino Germani en los años sesenta. En nombre de la libertad no podemos delegar al mercado la tarea de construir un orden social sin abrir las puertas a un orden hobbesiano. El difícil equilibrio entre Estado y mercado es el desafío de toda democracia. La pregunta que se hacía Tocqueville sigue vigente: ¿Cuánta miseria soporta una democracia?

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