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Concordia » El Heraldo
Fecha: 29/12/2025 02:48
Stephen Elop vio morir una gigante por aferrarse a lo que ya no servÃa. Jauretche diagnosticó la decadencia polÃtica décadas antes. Hoy, dirigentes y gobiernos repiten el mismo error: creer que el mundo se detendrá para honrar sus glorias antiguas. Quien no lee lo que viene, termina gobernando un museo, o siendo parte de él. La frase que anuncia el ocaso: No hicimos nada malo y perdimos En 2011, Stephen Elop, entonces CEO de Nokia, pronunció una frase que resonó como campana fúnebre en el mundo empresarial: No hicimos nada malo, pero de alguna manera perdimos. No hablaba de negligencia, sino de algo más peligroso: la inercia del éxito. Nokia, lÃder absoluto en telefonÃa móvil, habÃa hecho todo bien según el manual del ayer. Pero el manual habÃa cambiado. Apple y Google habÃan redefinido las reglas mientras Nokia seguÃa confiando en lo que siempre le habÃa funcionado. Murió de soberbia, no de incompetencia. Esa misma lógica aplica a la polÃtica con precisión quirúrgica. Cuántos gobiernos, partidos y dirigentes repiten ese mismo guion: administran con eficacia lo conocido, celebran sus logros pasados, pero no advierten que el suelo se mueve bajo sus pies. Pierden, como Nokia, sin entender por qué. Porque en polÃtica como en el mercado lo peligroso no es equivocarse, sino creer que el error es ajeno a uno. Jauretche y el dirigente que mira al retrovisor Casi medio siglo antes que Elop, Arturo Jauretche ya habÃa escrito el diagnóstico polÃtico de ese mal. En su Carta a Amilcar Vertullo (1959), trazaba la lÃnea roja entre dos tipos de dirigentes: el electoral y el revolucionario. El primero cuida los votos; el segundo, disputa el poder. El primero se queda parado por miedo a perder lo alcanzado; el segundo avanza, aunque eso implique desafiar lo establecido. No podemos incurrir en el error de los radicales en 1945 [] Por cuidar los votos, ellos se quedaron parados y cuando se dieron cuenta, los votos se habÃan ido. Jauretche no condenaba la elección popular, sino la miopÃa polÃtica: creer que los votos de hoy garantizan los de mañana. Alertaba que la verdadera voluntad popular no está en lo que se proclama en voz alta, sino en lo que se dice en voz baja y hasta en lo que no se dice y está en el subconsciente. Quien gobierna solo escuchando los discursos públicos, ya está gobernando el ayer. La soberbia del siempre se hizo asà Aquà confluyen Elop y Jauretche: ambos hablan de la ilusión de la permanencia. Nokia confió en su dominio del mercado; los radicales de 1945, en su tradición de partido mayoritario. Ambos olvidaron que el poder no es un patrimonio, sino una relación dinámica. Quien deja de cultivar esa relación, la pierde. En la gestión pública, esto se traduce en normativas anacrónicas, planes de gobierno desvinculados de las nuevas realidades socio urbanas, discursos que hablan más de logros pasados que de desafÃos futuros. Son gobiernos que, como Nokia, no hicieron nada malo según sus propios parámetros, pero que ven cómo la ciudadanÃa se aleja, desencantada, hacia otras opciones, otros liderazgos, otras esperanzas. La soberbia polÃtica nace de confundir experiencia con infalibilidad. Se cree que, porque algo funcionó antes, funcionará siempre. Se desestima la innovación, se ridiculiza lo disruptivo, se desdeña la voz nueva. Y mientras, como advierte Jauretche, el futuro se construye en los márgenes de lo establecido. ¿Administrando el pasado o construyendo el futuro? Hemos visto ambas actitudes. Hay quienes gestionan desde la cultura del expediente lento, formal, reactivo y quienes impulsan la cultura del proyecto ágil, participativo, anticipatorio. Los primeros suelen sentirse seguros: cumplen plazos, siguen procedimientos, no hacen nada malo. Los segundos, a veces, incomodan: proponen lo no probado, escuchan lo no dicho, invierten en lo que aún no es demanda popular, pero será necesidad colectiva mañana. Jauretche dirÃa: los primeros son dirigentes electorales; los segundos, dirigentes revolucionarios (en el sentido transformador, no violento). Elop añadirÃa: los primeros son la Nokia de la polÃtica; los segundos, los que entienden que el teléfono del gobierno debe reinventarse antes de que la ciudadanÃa busque otro modelo. El futuro no pide permiso La advertencia de Elop a sus empleados de Nokia podrÃa ser hoy dirigida a muchos espacios polÃticos: Tenemos un incendio en la cubierta. Necesitamos elegir entre apagarlo o saltar del barco. Tenemos que tomar una decisión difÃcil e irreversible. En polÃtica, ese incendio es la desconexión entre la gestión real y las expectativas ciudadanas emergentes. No se apaga con más de lo mismo. Se apaga con audacia interpretativa: leyendo no solo lo que la gente dice, sino lo que calla; lo que pide, pero también lo que ni siquiera sabe que necesitará. Como dirigentes, nuestra responsabilidad es gobernar con el oÃdo en el suelo y la mirada en el horizonte. No para repetir fórmulas, sino para redactar las nuevas. No para administrar votos, sino para merecerlos cada dÃa. No para ser guardianes de un legado, sino para ser arquitectos de un porvenir. Dejar de ser Nokia Nokia tenÃa todo para seguir liderando: recursos, talento, trayectoria. Le faltó lo único indispensable: la humildad para cuestionar su propio éxito. Jauretche nos previno: el que hace polÃtica en función del pasado, pierde el futuro. Hoy, en un mundo de cambios acelerados climáticos, tecnológicos, sociales, la polÃtica no puede darse el lujo de la nostalgia. O se gobierna con visión de futuro, o se termina como Nokia: recordada con cariño, pero irrelevante en el mundo que viene. La pregunta no es si estamos haciendo las cosas bien según el manual de ayer. La pregunta es si estamos escribiendo el manual de mañana. Si la respuesta es no, ya estamos perdiendo. Y tal vez, ni siquiera nos demos cuenta.
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