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    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 28/12/2025 10:22

    Debate. Hace cinco mil años se creó la escritura, que hizo posible el debate. (Imagen: Pablo Temes). Jaime Durán Barba Desde que los primeros Homo sapiens comenzaron a compartir historias alrededor del fuego, la humanidad construyó un mundo simbólico que dio sentido a la vida en común. Religiones, leyes, identidades y sistemas políticos nacieron de esa capacidad. Hoy, con la aceleración provocada por internet, las redes sociales y la inteligencia artificial, ese universo simbólico se transforma a una velocidad que desborda a las instituciones y vuelve obsoleta la lógica racionalista con la que todavía intentamos gobernar la sociedad. Hasta hace cincuenta mil años, cuando un grupo de seres humanos encontraba una mano de banano, simplemente la consumía. Entre los Homo sapiens, algunos dijeron haber descubierto que un monte cercano tenía poderes sobrenaturales y podían interceder para que este los beneficiara. Les pidieron que, en vez de consumir la fruta, la entregaran a los amigos del dios, para que los bendijera con muchísima comida. Nacieron así las religiones y la realidad imaginaria en la que vivimos. Fue la época en que se consolidó el lenguaje y en la que empezamos a crear el universo simbólico que nos diferenció de los otros seres humanos y nos permitió conquistar el mundo. En ese proceso, generamos conjuntos de significados, creencias y leyes que nos sitúan en la realidad y nos permiten vivir en sociedad. Somos mamíferos que llegamos al mundo más incompletos que los otros. Mientras un potro puede valerse por sí mismo a los pocos días de nacido, nosotros aprendemos que es real lo que nos transmiten nuestros padres. Como dicen Berger y Luckmann en La construcción social de la realidad, construimos un universo simbólico que es la estructura que da coherencia a nuestra biografía, a nuestro entorno y a las tradiciones del grupo en el que nacemos. No podemos conocer la realidad de forma directa; lo hacemos, necesariamente, a través de formas simbólicas. Así como la montaña bendijo a los sapiens ancestrales, actualmente algunos matan a otros porque Alá es grande o porque los rusos son superiores; se produjeron masacres por la hegemonía aria, y quemaron vivas a miles de mujeres por ser amigas del diablo, sin que nada de eso tuviera que ver con la realidad. El mundo simbólico se forma a partir de lo que Pentland llama la sabiduría compartida, que nace al calor de la fogata, cuando los seres humanos conversaban sobre las mejores prácticas para asegurar su supervivencia, las conexiones causales que descubrían y las ideas que intercambiaron primero entre individuos y después entre comunidades y culturas. Cuando las historias compartidas son aceptadas por una comunidad, se convierten en la sabiduría compartida, que cambia sus prácticas y creencias. Al principio, el progreso fue lento. A lo largo de millones de años, distintas especies de seres humanos fueron desarrollando su lenguaje y creando innovaciones culturales y técnicas compartidas al calor del fuego. Perfeccionamos así nuestras lanzas, puntas de flecha y mazos, y fabricamos alfarería. Algunas especies enterraron a sus muertos, lo que supone que tenían algún tipo de pensamiento simbólico y, tal vez, alguna creencia en el más allá. Los Homo sapiens lo hacemos desde hace cien mil años; está confirmado que los neandertales actuaron así en Francia y en Irak hace 70 mil años, el Homo naledi hace 300 mil años en Sudáfrica, y el Homo heidelbergensis hace 400 mil en España. Pero solo los Homo sapiens pudimos crear un mundo simbólico complejo que nos ayudó a formar enormes grupos que, con la revolución agraria, fundaron ciudades en las que diversas comunidades intercambiaron sus conocimientos. Recién hace unos cinco mil años se creó la escritura, que hizo posible la existencia de la literatura científica y el debate. Cada una de estas innovaciones sociotécnicas aceleró el intercambio de historias y la velocidad a la que se propaga la tecnología. Con las revoluciones industriales de los últimos doscientos años especialmente con internet, las redes sociales y la inteligencia artificial (IA), la velocidad del intercambio ha llegado a niveles nunca imaginados, avanzando más rápido de lo que nuestros dirigentes pueden comprender y de lo que nuestras instituciones sociales pueden adaptarse. El paradigma de la política actual lo concibieron intelectuales como Max Weber y Gramsci hace más de cien años, en un mundo que se extinguió, deslumbrado por un modelo mecánico y racionalista del progreso. Su lógica ha colapsado en todos los sentidos. Ni las investigaciones sirven para lo que se creía, ni los mensajes producidos por las campañas y los gobiernos llegan a los nuevos seres humanos que surgieron con la cuarta revolución industrial. La acción racional guiada por la tradicional lógica formal es ineficiente porque vivimos en un mundo complejo, cuya constante es la imprevisibilidad y el cambio. Para lograr una mejor comprensión de lo que ocurre, debemos ir más allá del individuo racional y la sociedad-como-máquina que es el centro del paradigma de la primera revolución industrial hacia una comprensión más moderna y científica de la naturaleza humana y la dinámica social. Los modelos de comportamiento humano y cambio cultural del Siglo de las Luces, que dieron forma a los cimientos de nuestras instituciones y a nuestro pensamiento sobre estas, fueron útiles, pero están fallando. La comunicación fría, que se basaba en la oferta de objetos que ya se consiguieron, o no interesan a la mayoría, debe dar paso a una comunicación que rescate los sentimientos y el calor de las fogatas originales que nos permitieron progresar. (*) Jaime Durán Barba es profesor de la GWU y miembro del Club Político Argentino. Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en el portal de Perfil.

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