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  • Inundados, Trenchtown | El Litoral

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 27/12/2025 23:07

    El combo perfecto para la inundación imperfecta. Así puede resumirse la inmersión de calles, barrios y espacios públicos de Corrientes durante los días previos y posteriores a la Navidad 2025 como consecuencia directa de un vendaval imparable que superó el récord 550 milímetros de agua caída y que, según presagian los pronósticos, no ha terminado. La reacción de los habitantes es la airada crítica a los funcionarios, pero sin más fundamento que la bronca contenida. El dato objetivo es que el intendente de Corrientes asumió hace tres semanas y achacarle culpas por la masa líquida acumulada no pasa de ser un espasmo catártico del que mira en las redes sociales a sus vecinos con el agua hasta las rodillas, mientras filman su propia desgracia para transmitirla en vivo por TikTok. Otros observadores de los videos más impactantes de las motos arrastradas por el torrente en calle San Martín o de un Peugeot 208 boyando en el barrio Cambá Cuá, en silencio, piensan en la basura acumulada en los sumideros públicos, en la imprevisión de sus dueños (que no actuaron a tiempo cuando todavía podían llevar sus vehículos a buen resguardo) y en la decisión de mudarse a un departamento cheto de la zona VIP capitalina sin pensar en que todo lo que se multiplicó en forma propiedades horizontales, volvió insuficientes los viejos drenajes de un perímetro que antiguamente era periferia, así llamada la cueva de negros. El intendente Claudio Polich hizo lo que debía en el momento indicado. Salir a recorrer las zonas más afectadas, impartir directivas a sus técnicos más avezados, instalar bombas de emergencia en lo vecindarios más afectados y ponerse en contacto con el gobernador Juan Pablo Valdés para recibir toda la ayuda posible, que se materializó a través de Defensa Civil y Obras Públicas. Todo eso mientras la ciudad de las siete puntas era castigada por un diluvio inusual pero conocido, con antecedentes repetidos que, cada vez que se manifestaron, exhibieron las deficiencias hidráulicas de una ciudad antigua sobre la que hoy se asienta el 40 por ciento de la población provincial. ¿Falta infraestructura para drenar el agua que llueve sobre Corrientes con cada vez más intensidad, producto de un cambio climático negado con obcecación por un Gobierno Nacional que en nombre del déficit cero paralizó la obra pública? Sin duda que faltan. Lo que no quiere decir que las distintas administraciones capitalinas no se hayan ocupado del problema, pues se tomaron medidas algunas de las cuales fueron eficaces como el Plan Hídrico, que además de construir nuevos ductos subterráneos y resucitar troncales colapsados (como los de avenida Romero y avenida Frondizi), se enfocó esencialmente en la desobstrucción de cañerías que estaban obturadas desde hacía varios años o décadas. El ex intendente Eduardo Tassano encabezó aquel plan para el cual fue contratada, con el apoyo del entonces gobernador Gustavo Valdés, una empresa especializada en la recuperación de galerías pluviales. El resultado se pudo evidenciar al poco tiempo: el producto de las precipitaciones más despiadadas invadía los bajos, como siempre, pero las famosas piletas de las calles Catamarca o San Lorenzo, entre otras esquinas críticas de la ciudad, se desagotaron en pocos minutos. No habían inventado la pólvora, sino que solamente destaparon los caños. ¿De qué? De mugre arrojada indiscriminadamente por transeúntes, automovilistas y frentistas, en todos y cada uno de los barrios de la ciudad, sin diferencias de estatus o clase social. Fue una acción adecuada que confrontó con la incultura que empuja a miles de habitantes a quitarse de encima sus bolsitas de porquerías aunque no sea la hora aconsejada por el municipio. Pero lo bueno, poco duraba. A poco de ser desatascados, los desagües volvían a trancarse por la desaprensión vecinal. Una y otra vez los camiones de la compañía Forever Pipe, con sus operarios especializados, se adentraban en las catacumbas urbanas para, como en el Día de la Marmota, repetir el procedimiento: extraer de las profundidades citadinas lo inverosímil, desde esqueletos de caballos hasta chasis de motocicletas. Así pasó el desastre de aquel 3 de marzo de 2024, cuando el cielo se desgració con ganas y dejó decenas de automóviles hundidos en calzadas y cocheras de edificios cuyos drenajes no bastaron para evacuar tanto mar. Eso sí: gracias a que la red subterránea estaba saneada, al cabo de un par de horas los paisajes distópicos de aquella mañana infausta volvieron a la normalidad. Ese mismo día, este cronista hizo un relevamiento absolutamente amateur por las avenidas de las barriadas del sur: con una cámara instalada en el parabrisas del auto, fueron registrados no uno o dos, sino decenas de vecinos arrojando desperdicios en esquinas y parterres centrales de arterias anegables como las avenidas Santa Rosa, Las Heras, Chacabuco y Cazadores Correntinos. Eran los mismos damnificados que por la mañana lloraban por el ingreso del agua a sus livings y comedores, los que ocho horas más tarde repetían la conducta motivadora del aveneciamiento de la capital provincial. Está claro que la basura abandonada al garete, en una ochava cualquiera, no es el único factor en la cadena de causalidades que hizo nacer los pantanales de pestilencia de La Olla y San Alfredo. Hay motivos antiguos, indolencias concurrentes, urbanizaciones indebidas que hace 30 años comenzaron a rellenar con mansiones de barrios privados lo que antes era la cuenca del Riachuelo, así como también se permitió el enclave de villorrios habitados por los expulsados del uno a uno menemista, sobre las orillas de un barrio que no por nada se llama Laguna Seca, como graficó con asertividad el ingeniero Hugo Rohrman entrevistado por Martín Varela. La basura no es la razón de fondo, pero sí es la razón inmediata. Porque una urbe podrá ser quinquecentenaria como Corrientes, podrá tener menos canales de desagüe de los necesarios y podrá adolecer de inversión nacional en obras paralizadas por una cabeza federal antiestado (como la autovía inconclusa de ruta 12), pero siempre tendrá dispositivos diseñados para conducir el agua hacia el río. Siempre, a menos que un tapón de desechos lo impida. Corrientes tiene un intendente que se arremanga. Claudio Polich ama trabajar como jefe comunal y se preparó toda su vida para ese rol. Quizás sea por eso que soportó estoico, sin devolver bofetadas, críticas que no le son imputables. Es consiente que ostenta un cargo que puede convertir a funcionarios de prestigio (como ha sido su caso al frente del Ministerio de Obras Públicas), en el blanco preferido de los quejosos y denunciadores contumaces que, como los gusanos, huelen a podrido y salen a tomar las imágenes más sensacionalistas para acicatear el odio de una opinión pública cada vez menos objetiva y cada vez más influida por los algoritmos de las redes sociales. Se llegó a decir en estos días que la basura a cielo abierto es producto de la ausencia de recolección, una mentira descarada que se desbarata cada 8 horas, la frecuencia con que los camiones de Lusa hacen sus pasadas cuadra por cuadra ya no para que sus operarios depositen las bolsas en las compactadoras móviles, sino para que junten hasta el último tetrabrick desparramado en un perímetro de cinco o diez metros a la redonda de una cesta doméstica de esas que la gente instala frente a sus casas para mantener sus desperdicios elevados, a salvo de los perros vagabundos pero al alcance de los pordioseros famélicos. Es por eso que, cuando un señor jefe de familia deja sus chanchadas en la vía pública un domingo a las 11 de la mañana, todo lo embolsado se transformará al poco tiempo en una alfombra de inútiles heterogeneidades. Colecciones de naturaleza muerta que, en cada lluvia, irán a parar en las bocas de tormenta. Pasó esta vez, en los aguaceros pre y post navideños, y seguirá pasando aunque el intendente coloque un centinela por barrio o intente sancionar a los contraventores mediante algún sistema de videovigilancia. Porque el problema de fondo no es la basura encallada como la grasa de las capitales, sino en la cabeza de quienes obran con impulso cortoplacista para desembarazarse de los desechos hogareños sin pensar en las consecuencias colectivas de sus individuales transgresiones. ¿Por qué lo hacen? Si saben que las derivaciones de tales actos serán catastróficas. Se ha dicho que por falta educación y carencia cultura. Pero en numerosas ciudades del llamado primer mundo ocurre el mismo fenómeno: personas que aparentemente son instruidas bajan el cristal de la Toyota Hilux para dejar caer una botella vacía de Coca Cola. Sin culpa. Una explicación posible a las actitudes autodestructivas de quienes tiran su inmundicia por la ventana para luego quejarse de la intransitabilidad de las calles es la falta de miradas de largo plazo. Porque la tecnología mal aplicada con el objetivo de vender ilusiones por internet ha deshumanizado al homo sapiens. Ya no actuamos como miembros de una comunidad, sino como consumidores. Dice el filósofo Byung Chul Han que la conducta insolidaria se resume en la ausencia de esperanza, sustituida por el placer coyuntural y fugaz de comprar, comer, beber y tenerlo todo ya. Porque la codicia manda y el mañana no importa. Así lo advirtieron en tiempos del neoliberal Collor de Melo Os Paralamas do Sucesso, la banda brasileña que con visión profética compuso Inundados. Su letra sigue sonando como un lamento melancólico de la inevitable sumersión de los arrabales cariocas: Inundados, Trenchtown, favela da Maré La esperanza no está en el mar, ni en las antenas de TV, el arte de vivir con fe, y sin saber con fe en qué.

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