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  • Padre Alfredo Ariza celebró 50 años de sacerdocio y el recuerdo imborrable de la bendición de San Juan Pablo II

    » LaprovinciaSJ

    Fecha: 27/12/2025 15:22

    Medio siglo después de su ordenación, el Padre Alfredo Ariza mira su camino con gratitud. Cincuenta años de sacerdocio que lo llevaron por parroquias, escuelas y comunidades, y que quedaron sellados para siempre por un gesto inolvidable: la bendición personal de San Juan Pablo II, recibida en Roma, como confirmación silenciosa de una vida entregada a Dios. Este 19 de diciembre, el sacerdote celebró 50 años de ordenación, un jubileo que no se reduce a una fecha, sino que resume medio siglo de servicio pastoral, entrega silenciosa y compromiso con la Iglesia y la comunidad. Ordenado en 1975, a los 33 años, el Padre Ariza construyó una trayectoria marcada por la vocación sacerdotal, la educación como herramienta evangelizadora y una profunda devoción mariana que lo acompañó en cada destino en San Juan. Recuerda y agradece por cada etapa de su vida pastoral. Una vocación que se fue revelando con el tiempo La historia vocacional del Padre Alfredo Ariza no fue inmediata ni impulsiva. Tras finalizar el secundario, lejos de ingresar directamente al seminario, comenzó a estudiar el profesorado de Geografía, carrera que cursó durante dos años. En ese tiempo, reconoce, todavía no tenía plena seguridad sobre su futuro asegura a Diario La Provincia SJ. Ese período de búsqueda fue fundamental. Cada vocación es distinta, reflexiona, y en su caso el llamado se fue aclarando lentamente, a partir de la observación, la reflexión y el contacto con la realidad concreta de la gente. La influencia de sacerdotes comprometidos, el ejemplo de su trabajo pastoral y la percepción de las necesidades sociales fueron elementos decisivos. Aunque tenía otras aspiraciones, comprendió que su deseo más profundo era servir, ayudar y acercar a Jesús a las personas a través de los sacramentos y la vida pastoral cotidiana. Chimbas, catequesis y el primer compromiso pastoral Nacido en Chimbas, el Padre Ariza dio sus primeros pasos en la vida eclesial como catequista en una capilla del lugar, que con el tiempo se convertiría en parroquia. Esa experiencia fue determinante para afianzar su vocación. El trabajo con niños, jóvenes y familias le permitió descubrir el sentido profundo del servicio sacerdotal. Allí aprendió que la fe se transmite en el encuentro cotidiano, en la escucha atenta y en la cercanía con la comunidad. Fue, en muchos sentidos, su primer seminario pastoral. Cuando decidió ingresar al seminario, la reacción de su familia fue de respeto y apoyo. Aunque no eran una familia especialmente practicante, sí eran profundamente creyentes. Sus padres, Natividad Espinar y José Ariza, nunca se opusieron a su decisión. Por el contrario, lo acompañaron con discreción y confianza. El sacerdote recuerda con especial cariño las palabras de su padre, que se convirtieron en una guía permanente: Hacé lo que quieras, pero sé feliz. Ese mensaje, sencillo y profundo, marcó no solo su camino, sino también el de sus hermanos. Para el Padre Ariza, esa libertad acompañada de amor fue clave para vivir su vocación con paz y convicción. La ordenación sacerdotal: 19 de diciembre de 1975 El 19 de diciembre de 1975, Alfredo Ariza fue ordenado sacerdote por Monseñor Ildefonso María Sansierra, entonces obispo de la diócesis. Tenía 33 años y una vocación ya trabajada, pensada y asumida con madurez. Su primer destino pastoral fue la parroquia de Concepción, donde se desempeñó durante cinco años como vicario parroquial. Allí comenzó a ejercer plenamente su ministerio, acompañando comunidades, celebrando sacramentos y aprendiendo el oficio cotidiano del sacerdote. Luego fue designado párroco de Nuestra Señora de los Desamparados, hoy basílica, donde permaneció seis años. Más tarde llegó a Nuestra Señora de Luján, y finalmente a la parroquia de Nuestra Señora de Andacollo, en Villa Krause, donde lleva más de 23 años de servicio pastoral ininterrumpido. Educación y sacerdocio: una misma misión Uno de los rasgos más distintivos de la vida del Padre Ariza es su vinculación permanente con la educación. Desde el inicio de su ministerio entendió que la escuela era un espacio privilegiado para evangelizar, formar valores y acompañar procesos de crecimiento humano y espiritual. Durante casi 40 años, desarrolló una intensa tarea educativa. Fue docente en el Colegio San José de Concepción, y más tarde asumió responsabilidades de conducción institucional como representante legal de diversos colegios. Estuvo al frente del Colegio Pérez Hernández, donde impulsó la creación del nivel secundario. En Luján, acompañó un proceso similar. Y en Villa Krause, tuvo a su cargo siete instituciones educativas, que incluyen niveles inicial, primario, secundario y un centro de capacitación laboral. Además, dictó clases en el nivel secundario, en la Universidad Católica y en el seminario, aportando su experiencia tanto a estudiantes como a futuros sacerdotes. Hasta hace poco tiempo fue representante legal de estas instituciones, y actualmente continúa su misión como director de pastoral, acompañando a las comunidades educativas desde una nueva etapa. El encuentro inolvidable con San Juan Pablo II Entre los recuerdos más profundos de su vida sacerdotal, hay uno que el Padre Ariza revive siempre con emoción. A mediados de los años 80, fue enviado por su obispo a realizar un curso en Roma. Allí tuvo la gracia de concelebrar una misa con el Papa Juan Pablo II, hoy reconocido como santo por la Iglesia. Tras la celebración, el grupo de sacerdotes fue invitado a pasar a la biblioteca personal del Pontífice. Allí, Juan Pablo II les entregó un rosario a cada uno como recuerdo. Cuando llegó su turno, el Padre Ariza le dijo: Santo Padre, hoy cumplo nueve años de sacerdote. El Papa reaccionó con un gesto que marcaría su vida: le impuso la mano sobre la cabeza y le dio su bendición personal, acompañada de palabras de aliento. Fue una experiencia extraordinaria, algo que nunca imaginé vivir, recuerda. Conserva hasta hoy una fotografía de ese momento, consciente de que fue bendecido personalmente por un hombre que luego sería proclamado santo. Los desafíos actuales de la fe y la esperanza A cincuenta años de su ordenación, el Padre Ariza observa con realismo los desafíos del presente. Reconoce un clima de indiferencia religiosa, individualismo y soberbia, donde muchas veces se vive como si Dios no existiera. Sin embargo, lejos del desaliento, mantiene una mirada esperanzada. No es lo mismo evangelizar hoy que hace cuarenta años, afirma, y subraya la necesidad de buscar nuevos medios y caminos, sin cambiar el mensaje. En ese sentido, destaca el valor de las redes sociales y la tecnología. Cada domingo envía reflexiones del Evangelio por mensaje, que llegan incluso a personas en otros países. Ahí uno se da cuenta de cómo la Palabra sigue caminando, dice con sencillez. María, compañera constante del camino Si hay una presencia permanente en su vida sacerdotal, esa es la Virgen María. Todas las parroquias donde sirvió estuvieron bajo advocaciones marianas: Inmaculada, Desamparados, Luján y Andacollo. La Virgen es mi compañera de viaje, asegura. En los momentos de dificultad, incluso en medio de problemas de salud, encuentra en ella consuelo, protección y luz. María es para él madre espiritual y presencia constante. Al celebrar sus 50 años de sacerdocio, el Padre Alfredo Ariza no hace balances grandilocuentes. Mira su camino con gratitud, humildad y esperanza. Sabe que su historia está hecha de pequeños gestos, de encuentros cotidianos y de una fidelidad sostenida en el tiempo. Medio siglo después de aquel 19 de diciembre de 1975, su testimonio sigue siendo el de un pastor cercano a los vecinos de Villa Krause en el departamento de Rawson.

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