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» La Gaceta Tucuman
Fecha: 27/12/2025 15:21
Juana del Carmen Bustos tenía 39 años y era madre de cuatro hijos. Hizo lo que el Estado le pidió que hiciera: denunció, aceptó una medida de protección, recibió recomendaciones, esperó. La perimetral llegó, pero no alcanzó. Su expareja la interceptó en la calle, le disparó cinco veces y huyó. Semanas antes había sido notificado de que no podía acercarse a menos de 200 metros de la víctima. Hay una escena que rara vez ocupa el centro cuando hablamos de femicidios. Es la escena posterior. El después. La casa detenida en el tiempo, los cuartos intactos, las preguntas que no encuentran respuesta. Hijos que buscan a su madre y no la encuentran. Hijos que no solo perdieron a la persona que los cuidaba, sino también el eje que sostenía la vida cotidiana. En muchos casos, además, pierden al padre, porque el autor del crimen es quien termina preso. Así, algunas infancias quedan doblemente huérfanas. Hijos que crecen con una ausencia que no fue natural ni inevitable, sino provocada. De acuerdo con el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina (RNFJA) que elabora la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema entre 2017 y 2024, en la Argentina se contabilizaron 1.958 víctimas directas de femicidios. Detrás de ese número hay otro que suele pasar inadvertido: esas mujeres tenían a su cargo al menos 1.685 niñas, niños y adolescentes. Hijos e hijas que quedaron sin madre de un día para otro. Por una violencia ejercida en el marco de vínculos íntimos, conocidos, cotidianos. Los datos de 2025 de enero a noviembre, según el Observatorio de Femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación confirman que la historia continúa, aun cuando las cifras totales muestren una baja respecto de años anteriores. 111 niñas y niños menores de edad quedaron sin madre como consecuencia directa de los femicidios. 111 infancias atravesadas por una pérdida que no es solo afectiva: es también material, simbólica, estructural. El informe vuelve a mostrar patrones que se repiten. La mayor parte de los femicidios ocurrió en el domicilio de la víctima o en la vivienda compartida con el agresor. En el 85% de los casos existía una relación previa entre víctima y victimario. Parejas, exparejas. La violencia no irrumpió desde afuera; era parte de la convivencia. Dormía en la misma casa. Estaba ahí cuando los hijos hacían la tarea o se sentaban a almorzar. Solo el 16,6% de las mujeres había realizado alguna denuncia previa. No porque no hubiera violencia, sino porque denunciar no siempre protege. A veces expone. A veces acelera los tiempos del agresor. A veces deja a la víctima más sola que antes. Pero ¿qué relato se les ofrece a los hijos después? ¿Cómo se explica que la persona que debía cuidar la familia fue quien mató? ¿Cómo se crece sabiendo que el hogar, ese espacio que debería ser refugio, fue el escenario del crimen? La escritora Rita Segato sostiene que el femicidio no es un hecho privado ni aislado, sino un mensaje social, una pedagogía de la crueldad que busca disciplinar cuerpos y voluntades. En ese mensaje, los hijos quedan atrapados como testigos involuntarios. No solo pierden a su madre: incorporan, desde muy temprano, una lección brutal sobre el poder, el miedo y la violencia. No hay estadísticas que midan del todo el impacto de crecer así. No hay gráficos que expliquen el insomnio, la culpa, la rabia o la vergüenza. Tampoco hay series históricas sobre cuántos de esos chicos acceden a acompañamiento psicológico sostenido, cuántos abandonan la escuela, cuántos cargan con el estigma de ser el hijo de. Hablar de los hijos que quedan no es correr el foco del femicidio. Es ampliarlo. Es entender que la violencia no termina con la muerte de la mujer, sino que se expande y persiste. Que cada caso deja una constelación de daños que no siempre sabemos o no siempre queremos reparar. Mirar ese después implica correr la mirada del hecho policial y sostenerla en el tiempo. Pensar qué pasa con esos chicos cuando la noticia deja de ser noticia, qué políticas los alcanzan, qué acompañamiento reciben y qué espacio les damos como sociedad para tramitar una pérdida que no eligieron. Porque si algo muestran los números, más allá de las variaciones anuales, es que los femicidios no solo matan mujeres. También dejan infancias a la intemperie.
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