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» Agencia Nova
Fecha: 27/12/2025 15:01
El Presupuesto 2026 no expuso la fortaleza del Gobierno: dejó en evidencia la debilidad estructural del kirchnerismo. No hizo falta una mayoría automática ni un festival de consensos épicos. Alcanzó con algo más simple y más cruel: que el peronismo dejara de obedecer órdenes. Por primera vez desde que Javier Milei llegó a la Casa Rosada, el PJ del Senado votó dividido. No fue un accidente ni un error de coordinación. Fue un síntoma. Tres senadores peronistas levantaron la mano a favor y rompieron el bloque que durante años funcionó como tropa disciplinada. El mensaje fue claro: Cristina Kirchner ya no manda como antes. Y cuando el mando se resquebraja, el relato empieza a sonar a eco. APROBADO EN GENERAL Y PARTICULAR Los Herederos de Alberdi (@LHDA16) December 27, 2025 Con apoyo de múltiples aliados y algunos Senadores ex Unión por la Patria, el gobierno logró darle la media sanción restante al Presupuesto 2026 tal cual llegó de Diputados. pic.twitter.com/WXgQLIKglu El kirchnerismo volvió a hacer lo único que sabe hacer cuando no controla la botonera: denunciar, dramatizar y acusar de traición. José Mayans habló de sumisión, de sistema educativo destruido, de endeudamiento brutal. El problema no es el tono; el problema es la credibilidad. El mismo espacio que durante años votó presupuestos inflados, con inflación como política pública y déficit como dogma, ahora se rasga las vestiduras por el equilibrio fiscal. Una conversión tardía que nadie compra. Paradójicamente, el kirchnerismo terminó funcionando como el mejor aliado involuntario del ajuste. Su estrategia de bloqueo permanente, su incapacidad para ofrecer una alternativa y su obsesión por sostener liderazgos agotados allanaron el camino para que Milei avance. No porque el Gobierno sea infalible, sino porque enfrente hay un espacio anclado en el pasado, incapaz de leer el presente y mucho menos de construir futuro. La votación del artículo 30, el que elimina los pisos de inversión en ciencia y educación, fue otro espejo incómodo. El kirchnerismo gritó destrucción pero no logró ni frenar, ni modificar, ni negociar. Ni una coma cambiaron. Años de controlar el Senado terminaron en una escena casi pedagógica: cuando se pierde poder real, la épica se vuelve ruido. El dato más incómodo no está en los números fiscales ni en las proyecciones optimistas del Presupuesto. Está en la política pura y dura: el cristinismo ya no ordena, no persuade y no asusta. Su máquina de impedir se quedó sin nafta porque pasó demasiado tiempo girando sobre sí misma, defendiendo a una conducción marcada por condenas por corrupción, causas judiciales y una lógica de poder que ya no enamora ni siquiera a los propios. El resultado no es mérito exclusivo del oficialismo ni debe leerse como un cheque en blanco para Milei. Es, sobre todo, el saldo de años de soberbia kirchnerista, de confundir lealtad con obediencia y de creer que el poder era eterno. El Senado aprobó un Presupuesto; el kirchnerismo aprobó, sin quererlo, su propia irrelevancia.
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