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» Perfil
Fecha: 27/12/2025 10:25
La escena no fue casual ni decorativa. En la cena de fin de año del Gabinete, Javier Milei eligió un gesto político explícito: regalar a sus ministros Defendiendo lo indefendible, del economista libertario Walter Block. La imagen de funcionarios levantando el mismo libro en la Quinta de Olivos condensó, en un solo cuadro, una definición ideológica que el Presidente no está dispuesto a relativizar, aun cuando la gestión cotidiana lo obligue a negociar con la política tradicional. Publicado en los años 70, el libro de Block es una pieza deliberadamente provocadora dentro del libertarianismo extremo. Su tesis central es simple y radical: toda práctica debe ser considerada legítima si se presenta como un acuerdo voluntario entre individuos y no implica agresión física directa. A partir de ese principio, el autor justifica actividades que las sociedades modernas regulan o prohíben por sus efectos sociales, económicos y humanos: la prostitución, el proxenetismo, el narcotráfico, el trabajo infantil, el chantaje, la usura o la corrupción policial. La lógica que recorre la obra reduce la complejidad social a contratos abstractos. El consentimiento aparece despojado de contexto: no importan la desigualdad, la necesidad económica, las asimetrías de poder ni las consecuencias colectivas. El mercado se erige como árbitro absoluto y el Estado queda relegado a una función mínima, limitada a garantizar que los intercambios se realicen sin violencia explícita. En ese marco, la prostitución es presentada como un servicio más; el proxeneta, como un intermediario eficiente; el narcotraficante, como un proveedor que responde a una demanda preexistente; y el trabajo infantil, como una alternativa racional para familias pobres. Incluso prácticas como la difamación, el chantaje o el lavado de dinero son defendidas bajo la premisa de que la moral no puede imponerse por ley y que la palabra, el dinero o la información no constituyen violencia en sí mismos. El problema de este enfoque no es solo su carácter provocador, sino su incompatibilidad con los consensos jurídicos y sociales construidos durante décadas. Las regulaciones modernas no surgieron para imponer moralismos abstractos, sino para reconocer que ciertas prácticas generan daños estructurales aun cuando se presenten como voluntarias. La explotación, la discriminación o la degradación ambiental no requieren golpes para producir efectos persistentes sobre comunidades enteras. Al entregar este libro como obsequio institucional, Milei envía un mensaje claro hacia adentro del poder: su proyecto no es meramente económico, sino civilizatorio. El ajuste fiscal, la desregulación y la reducción del Estado no son herramientas aisladas, sino expresiones de una concepción más amplia donde el interés colectivo pierde centralidad frente a la lógica individual. El gesto también funciona como recordatorio político. En un contexto donde la negociación parlamentaria, los límites institucionales y la realidad social obligan a moderaciones tácticas, el Presidente reafirma su identidad ideológica ante su propio equipo. No se trata de una lectura de verano, sino de una declaración de principios. La pregunta que queda abierta es hasta dónde puede trasladarse esa cosmovisión a la práctica de gobierno. Porque mientras el libro imagina una sociedad regulada casi exclusivamente por contratos, la Argentina real está atravesada por desigualdades profundas, economías informales y conflictos sociales que no se resuelven con acuerdos entre partes iguales. Allí es donde la teoría libertaria extrema deja de ser un ejercicio intelectual y se convierte en un problema político concreto. El libro que expone la matriz ideológica del Presidente La escena no fue casual. En la cena de fin de año del Gabinete, Javier Milei eligió un gesto político explícito: regalar a sus ministros Defendiendo lo indefendible, del economista libertario Walter Block. La imagen de los funcionarios mostrando el mismo libro en la Quinta de Olivos condensó una definición ideológica que el Presidente no está dispuesto a relativizar, aun cuando la gestión cotidiana lo obligue a negociar con la política tradicional. Publicada en los años setenta, la obra es una de las piezas más provocadoras del libertarianismo extremo. Su tesis central es simple y radical: toda práctica debe considerarse legítima si se basa en un acuerdo voluntario entre individuos y no implica agresión física directa. Desde esa lógica, Block justifica actividades hoy reguladas o prohibidas por sus efectos sociales y humanos, como la prostitución, el narcotráfico o el trabajo infantil. El libro reduce la complejidad social a contratos abstractos, donde el consentimiento aparece despojado de contexto y no pesan la desigualdad ni las asimetrías de poder. El mercado se erige como árbitro absoluto y el Estado queda relegado a un rol mínimo, limitado a garantizar intercambios sin violencia explícita. El problema de este enfoque no es solo su carácter provocador, sino su choque con consensos jurídicos construidos durante décadas, que reconocen que ciertas prácticas generan daños estructurales aun cuando se presenten como voluntarias. Al entregar este libro como obsequio institucional, Milei envía un mensaje claro: su proyecto no es únicamente económico, sino civilizatorio, y plantea interrogantes sobre su aplicación en una sociedad atravesada por desigualdades profundas.
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