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  • Un hombre se desnuda en la vereda y llora, y los postigos se cierran

    » Jornadaonline

    Fecha: 27/12/2025 00:11

    Un hombre se desnuda en la vereda y llora, y los postigos se cierran Viene sucediendo en todas las navidades: de repente hacemos un paréntesis y nos damos lugar para un brote momentáneo de bondad. El brote nos dura menos que un rato. Y a continuación reanudamos el apogeo de nuestras pequeñas miserias. Después del "feliz Navidad" volvemos a lo que llamamos "la realidad". Ese ratito de bondad que parece obligatoria se nos evapora de la noche a la mañana. Nos dura, la bondad, menos que hacer la digestión. A propósito de navidades y de ser "buenitos", con el debido permiso voy a recontar la leve historia de un personaje que traje a respirar en esta columna, hace una punta de años... Me da placer decir que en mi Luján de Cuyo aprendí a respirar, muy cerca de la cancha del Bajo y del río, en tiempos en que la camiseta era granate. Granate rojovino, granate malbec, naturalmente. De aquellos años de infancia quedan latiendo en mi memoria un puñadito de personajes; uno de esos personajes encarnaba la sonrisa y la ternura. Era nuestro viejo de la bolsa, el entrañable Canario. Con Leonardo Favio, siempre que nos encontrábamos lo recordábamos. Aquel Canario con el tiempo se metió en las páginas de dos de mis libros: "La Misa Humana" y "El hombre de harina". Ahora otra vez lo arranco de mis libros, y lo traigo a los pulsos de estos minutos de eternidad. Ubiquémonos: El Canario vivía, con la Canaria, bajo el puente hierro del río Mendoza. Mi papá me contó que este hombre había nacido en España, en el seno de una familia acomodada. Al parecer, un amor que se volvió desamor le trisó el corazón; en realidad se lo partió, y entonces dejó pertenencias y patria y, vaya a saber cómo, terminó sus días y sus noches en el Luján de Cuyo. ¿Cómo era este fulano, el Canario? No era un vulgar chistoso, era mucho más: un hacedor de humor. Contaba cuentos, y sembraba esa clase de risa superior que empieza en la sonrisa y no necesita de la demagogia de la carcajada. Entretenía sus horas fabricando casitas con restos de vidrios rotos, que pegaba en el cartón con engrudo de harina. Era, el Canario, un viejo de la bolsa con bolsa y todo. Corpulento, de abundante barba blanca, vestía una camisa siempre blanca y casi sin botones. No daba ni metía miedo el viejo. Transcurría sus días silbando, murmurando canciones, deshojando cuentos, dejándose lamer por el sol, iba y venía, de vereda en vereda, manso. Una tarde muy helada de pleno invierno, sin aviso, sin motivo que se supiera, el Canario empezó a desnudarse en plena calle. A la vista de todos se desnudó completamente. Mientras lo hacía, lloraba en silencio. Lloraba con lágrimas reales. Naturalmente, el vecindario se escandalizó. En adelante, los postigos se cerraban presurosos cada vez que el Canario se acercaba con su bolsa al hombro; con su bolsa cargada de nadas y cartoncitos y casitas de vidrios. Es tan pequeña esta pequeña historia que eso es todo, ya ha concluido. Un hombre desnudándose delante de sus semejantes. Un hombre desnudo y llorando, ¿qué es? Es la pura, es la primera, es la última verdad. Sin embargo, la civilizada civilización (que hoy se denomina neoliberalismo) nos ha adoctrinado para rechazar y huir de lo genuino, para escandalizarnos por la simple pura verdad. Damas y caballeros, ni más ni menos: la verdad nos produce desasosiego, espanto. Con uñas y dientes nos defendemos de lo genuino. Así viene siendo, así es: le cerramos los postigos a la Vida. No queremos desvestirnos, no sabemos desnudarnos. Nos resistimos, no queremos sacarnos la apariencia de encima. Somos unos correctos cobardes. Somos unos ¿hipócritas? perfectos. (Esto lo supe, esto lo aprendí, para siempre, por aquel Canario que una tarde de pleno invierno, en plena vereda, se desnudó completamente mientras lloraba en silencio. Un niño de unos cinco años lo estaba viendo, y lo guardó en su memoria, para contarlo toda vez que tiene oportunidad...) Ahora, estamos en el 2025, nos asomamos al umbral de otra Navidad. Me está alumbrando la imagen de aquel hombre cordial, discreto y sabio. Ahí se acerca el Canario, ahí viene por la vereda de la sombra. Camina cerquita de la acequia; ya pasó la euforia de los cohetes, de los brindis, de los augurios, de los perdones, de los arrepentimientos. Una que otra cañita voladora se clava en la inmensidad de la noche. Ahí llega el Canario, ya está aquí: no viene para pedir, ni viene para dar lástima, no viene para aprovechar ese ataque de generosidad que nos brota porque es Navidad. Carga una especie de bolsa sobre su inmensa espalda. Trae flores, muchas flores, decenas de ramitos de esas flores silvestres que no tienen nombre: las que nacen desinteresadas entre las orillas del río. Se detiene apenas, el Canario, en la ventana de cada casa, y deja un ramito por vez. Lo deja sin decir palabras, sin esperar las gracias ni la moneda; lo deja y sigue hasta la siguiente casa. Iluminado por la dignidad de su silencio, el Canario hace camino con esas flores que no tienen nombre, que no se venden. Ahora se aleja manso, allá va, allá va... Se dirige a su puente... Debajo del puente de hierro del río lo está esperando la Canaria, que tiene sed: a ella le dará el último ramito y una canción de palabras silbadas. Y, naturalmente, se amarán a rajacincha. Bien desnudos, como todos los dioses habidos y por haber mandan. Posdata. Hay veces que me asalta una pregunta: ¿habrá sido cierto el Canario? La duda me merodea: este viejo de la bolsa, ¿habrá sido producto de mi fiebre imaginadora? Más allá de mi fiebre, los postigos que se cerraban después del desnudamiento, sí que fueron ciertos. Ay, los postigos... los postigos y las rejas y la paranoia nuestra cada día con su noche... La paranoia, madremía, por estos días de neoliberalismo impiadoso mediante, convertida en repugnante ideología... Pregunto y me pregunto: si una de estas noches se nos cruzara en la vereda un viejo de la bolsa como el Canario, ¿que haríamos? ¿Saldríamos corriendo, escaparíamos o le daríamos un abrazo? Piedad para ese hombre. Piedad para el Canario. Piedad para el eterno viejo de la bolsa. · zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.ar Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires _________________________________________________________________________________ Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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