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  • La globalización de la indiferencia divide a los jujeños

    » Jujuy al momento

    Fecha: 26/12/2025 20:02

    Al proyectarnos hacia el 2026, no podemos ignorar que tras una década de una misma línea de gestión, el balance no se mide solo en obras de fachada, sino en la invisibilidad sistemática de miles de jujeños. Estamos ante un gobierno que ha perfeccionado el arte de ocultar lo que le incomoda, confinando a vastos sectores al hacinamiento y a la carencia de lo elemental, negándoles el derecho a la ciudad y a la dignidad bajo un manto de silencio oficial. Lo que el ingeniero Rubén Daza describe con lucidez como un "choque de idiosincrasias" no es un mero concepto académico, es la colisión brutal entre una visión de poder que prioriza la estética y los negocios de sectores privilegiados frente a la realidad cruda de barrios como alto comedero, donde la municipalización surge más como un grito de autonomía frente al abandono que como una simple reforma administrativa. La globalización de la indiferencia divide a los jujeños Hoy ponemos el foco sobre una herida abierta que, lejos de cicatrizar, parece profundizarse en el tejido social de nuestra provincia: la globalización de la indiferencia instalada en el corazón del poder jujeño. Esta desconexión no es accidental, es política; es el resultado de una gestión que ha decidido que hay jujeños de primera y jujeños de descarte. Mientras el discurso oficial se llena de modernidad en pleno siglo veintiuno, la inversión real se desvía hacia proyectos que alimentan la autorreferencial del poder, dejando la urbanización seria y la integración social en el último cajón del escritorio. La desigualdad en Jujuy no es solo económica, es una desigualdad de mirada: el poder mira hacia otro lado mientras la base de su pirámide social sobrevive entre el barro y la falta de servicios. El verdadero desafío para el futuro cercano no será inaugurar más cemento, sino desmantelar esa estructura mental que cree que la pobreza se soluciona escondiéndola, porque una sociedad que crece a espaldas de su propia gente está condenada a un estallido de identidad que ningún marketing político podrá contener. Esta "globalización de la indiferencia" que mencionamos, y que el papa francisco ha denunciado como un cáncer de nuestra era, se manifiesta en Jujuy no solo como una omisión de asistencia, sino como una anestesia moral de quienes toman las decisiones. En nuestra provincia, este fenómeno global se traduce en una gestión que ha naturalizado el paisaje de la carencia, donde ver a una familia sin agua potable o hacinada en un asentamiento ya no genera indignación en los despachos oficiales, sino una fría resignación burocrática. Profundizar en este análisis implica reconocer que la indiferencia es hoy una herramienta de control político: al ignorar las necesidades estructurales de los sectores más postergados, el poder los despoja de su condición de ciudadanos con derechos para convertirlos en meros sobrevivientes que dependen de la discrecionalidad del estado. Lo que vemos en Jujuy es la importación de un modelo donde el éxito se mide por indicadores macroeconómicos o proyectos de vitrina tecnológica, mientras se ignora sistemáticamente el costo humano de un desarrollo que no integra. Esta indiferencia globalizada llega a nuestras tierras y se mimetiza con esa idiosincrasia del poder que mencionaba daza, creando una burbuja donde los funcionarios parecen vivir en una provincia distinta a la que transitan los vecinos de las periferias olvidadas. el peligro de llegar al 2026 bajo esta misma lógica es la cristalización de una sociedad fracturada, donde el diálogo social desaparece porque una de las partes ha decidido, sencillamente, dejar de mirar a la otra. No es solo falta de presupuesto, es una alarmante falta de empatía convertida en política de estado, una ceguera voluntaria ante el sufrimiento ajeno que prioriza la sintonía con los mercados o el marketing internacional por encima de la deuda histórica con el propio suelo jujeño. Si no rompemos esta inercia de mirar hacia afuera o hacia arriba mientras descuidamos lo que sucede en nuestros propios barrios, la desigualdad no solo será económica, sino que se convertirá en un abismo ético insalvable para las próximas generaciones.

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