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  • Eficacia: el talón de Aquiles de la democracia argentina

    » Clarin

    Fecha: 24/12/2025 08:44

    Han pasado más de cuarenta años desde la recuperación democrática, y aquel entusiasmo inicial parece estar desvaneciéndose. Según el Latinobarómetro 2023, un 18% de la población argentina preferiría un régimen autoritario, cinco por ciento más que en 2020, y a un 15% no le interesa el régimen político en el que vive. El Barómetro de las Américas (LAPOP) confirma esa tendencia: el apoyo democrático cayó 22% desde 2008. Pareciera ser que la democracia se va desgastando lentamente. Lo que se percibe es una incapacidad del sistema para ofrecer resultados tangibles, que se ha convertido en su mayor vulnerabilidad. En Argentina, la democracia garantiza derechos, pero no eficacia. Asegura elecciones libres, pero no políticas públicas sostenibles. Desde 1983, la democracia tuvo como objetivo desmantelar el estado burocrático autoritario de la dictadura. Sin embargo, en ese proceso se fue consolidando otra distorsión: la cooptación del Estado por parte de los partidos gobernantes. Lo que nació como democratización terminó derivando en patrimonialización, en términos de Max Weber. Cada gobierno —unos más, otros menos— llenó el aparato público con militantes o familiares propios, la gran mayoría de las veces sin evaluación de mérito. El resultado fue un Estado sobredimensionado y poco profesional, donde la endogamia institucional, la falta de concursos, y el clientelismo se transformaron en prácticas normales. Esta dinámica se observa en el estado nacional, y sobre todo en los estados provinciales y municipales, donde el estado se convirtió en la principal fuente de empleo y de poder. El resultado son estados grandes, caros e ineficientes, que terminan debilitando la fe democrática que debían sostener. Y cuando un estado es capturado por el partidismo, y actúa en su solo beneficio, el reclamo de achicarlo deja de ser ideológico y se vuelve transversal. La ciudadanía no rechaza la democracia ni al estado, pero sí a la forma en que ambos son gestionados. Por eso el ajuste promovido por Milei tiene respaldo. Es cierto que se ha concentrado en el nivel nacional, mientras las estructuras provinciales y municipales —que concentran gran parte del gasto público y del empleo estatal— siguen prácticamente intactas. La hipertrofia político-administrativa del federalismo argentino es la raíz de la ineficacia estatal; es allí donde las prácticas clientelares son más continuas y persistentes. Norberto Bobbio sostenía que el talón de Aquiles de toda democracia moderna es su eficacia. Tenía razón. La democracia argentina no perdió legitimidad: perdió credibilidad por ineficaz Y esa pérdida no fue producto del autoritarismo, sino de su propio mal desempeño. Reabrir el debate sobre la eficacia democrática significa repensar el tamaño, el rol y la profesionalización del estado, romper la endogamia institucional y volver a construir confianza a través de resultados. La discusión no es entre estado grande o chico, sino entre estado eficaz o inútil. La democracia argentina no peligra como antaño ante la posibilidad de un golpe, sino por la indiferencia que genera su ineficacia. Su crisis no es de legitimidad, sino de rendimiento. Si no vuelve a demostrar que sirve para mejorar la vida de las personas seguirá existiendo, sí, pero como una forma vacía, sostenida más por la costumbre que por la convicción. Sobre la firma Newsletter Clarín

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