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» Clarin
Fecha: 23/12/2025 08:24
Los barrios humildes del Conurbano contienen sutiles termómetros de la actividad económica y de las fronteras al interior de la pobreza. Tal es el caso de los puestos de ventas callejeros. Hay quienes, situados en encrucijadas de grandes arterias o la entrada en las estaciones ferroviarias, han hallado en esa actividad una fuente de ingresos estables. Pero cuando se diseminan en todas las esquinas indican procesos de fondo entre los que sobresale el receso de la construcción. Los emplazamientos ambulantes brotaron como hongos a la salida de la cuarentena y retrocedieron entre 2023 y 2024; aunque no con la intensidad de los esporádicos periodos de crecimiento durante los últimos veinticinco años. Al compás de ese rebote, también surgieron microemprendedores frecuentemente asistidos por hijos o parientes para responder a la demanda vecinal de mejoramiento de viviendas. Pero el influjo se detuvo, por diversas razones, a principios de este año. Las escasas obras públicas -en las que confluían empresas de gran porte con otras pequeñas y medianas para el asfalto de calles, entubamientos de pluviales e instalación de cloacas, etc.- se ralentizaron. Las firmas de mayor envergadura se re direccionaron hacia las zonas lindantes con countries y barrios cerrados. De ese modo, desplazaron a los emprendimientos menores impedidos de competir en precios y maquinaria y se volcaron hacia sus propias vecindades desplazando a los principiantes. Llegados a este punto, es importante considerar la importancia de la albañilería y de sus actividades encadenadas en los sectores pobres: no requiere de gran educación, y la enseñan los trabajadores más veteranos cuyo prestigio ofrece la oficialización. La reputación se difunde, luego, por distintos canales. Los que se perfeccionan en escuelas de oficios pueden tallarse un camino en la economía formal y movilizarse hacia las clases medias. Pero situaciones como la actual producen el citado aplastamiento de las capas en ascenso afectando a los recién llegados y a los más autónomos. La construcción supone, además, un estatus cultural que pone límites a los recursos de supervivencia en tiempos de receso. Es el caso de las actividades por ellos genéricamente denominadas como “el cirujeo”; es decir, la recolección para reciclar de cartones, metales y plásticos. La amenaza los induce, en cambio, a valorizar su capital familiar y ensayar diversos dispositivos más o menos previsibles entre los que se destacan las parrillas matizadas por puestos de frutas y verduras en tiempos estivales. Uno de los últimos refugios de la dignidad laboral en la legalidad. Tallarse un lugar allí tampoco es fácil: hay que negociar el espacio con pares organizados y asociados con la policía o los inspectores municipales. El resto de la familia suma un conjunto variado de otras transacciones como la venta de ropa usada o comprada a mayoristas por redes sociales o domiciliarias. Así “se zafa”, a la espera de que el trabajo regular retorne. Pero el riesgo de seguir cayendo siempre acecha; sobre todo, cuando el sostén familiar -nuclear o extenso- flaquea por conflictos internos atizando las tentaciones de “salir de caño”. Una vía ofrecida por organizaciones delictivas profesionales flexibles a la hora de habilitarlos a retornar a los trabajos legales. La contención de iglesias y templos evangélicos, con sus respectivas bolsas laborales, suele operar como antídoto de esas seducciones alimentadas por la desesperación. El rechazado “cirujeo”, que también se incrementa o decrece encerrado al compás de los precios de los productos a reciclar, constituye un estamento que suele aglutinar a antiguos “cooperativistas” de entidades organizadas por movimientos sociales o intendencias bajo la promesa incumplida de calificación y reintegración social. “Potenciar Trabajo”; última versión del pionero “Argentina Trabaja” de 2009, se ha desdoblado en dos: “Volver al Trabajo” (formación laboral especializada) y el “Programa de Acompañamiento Social” (jefas de familia de cuatro más hijos menores, y mayores de cincuenta años sin pensiones). Pero ambos ofrecen subsidios menguados respecto de la AUH y las “Tarjeta Alimentar” en los que el gobierno libertario cimenta la asistencia social. Por debajo, campea la marginalidad: un mundo que aglutina a familias desintegradas y supervivencias juveniles breves por la violencia y el consumo de estupefacientes que la alimenta. Síntesis de la tragedia social argentina de las últimas cuatro décadas. Mientras tanto, miles de puesteros al paso aguardan esperanzados el retorno al cemento, los ladrillos los caños, los cables y la pintura para reorganizar su vida en sus oficios primigenios. Núcleo de su autoestima social y personal, más allá de los ciclos endémicos de nuestra espasmódica economía. Sobre la firma Newsletter Clarín
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