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» Diario Cordoba
Fecha: 23/12/2025 06:47
Hay que felicitar a los organizadores de la exposición El despertar de la vida en Egipto, la comidilla de una ciudad a veces tan esquiva con otra serie de eventos culturales. Egipto vuelve a estar de moda, espoleada esta tendencia por la inauguración del Gran Museo de Egipto (GEM). Supongo que esta suerte de sincronización es más bien el fruto de una meticulosa planificación (hay piezas de una amplia variedad de museos) que el premio de consolación del oportunismo, más cuando la finalización del GEM se ha demorado en diversas ocasiones y ha tenido unos plazos catedralicios. Pero la originalidad de esta muestra no es tanto el refrescar de los tópicos de una civilización que nos fascina, sino una temática poco asociada con la silueta de las pirámides: la infancia y adolescencia en el Antiguo Egipto. Frente a una iconografía estereotipada en torno al ‘Libro de los Muertos’, esta exposición enfrenta al hombre al espejo universal de su niñez; a aquel tiempo faraónico en el que lo núbil marcaba más el tiempo biológico: muchos hijos y a edad temprana porque la muerte raseaba futuras teorías malthusianas. Y dioses zoomórficos en las esquinitas de la cama para proteger a los infantes: Heket, la diosa rana; Tueris, la hipopótama embarazada que repartía las indulgencias del gran Nilo; y Bes, el dios grotesco, que con sus muescas espantaba las sombras y ejercía de Yorick, el bufón que fue casi una nodriza para Hamlet. Entre todas las piezas de la sala Vimcorsa, me detengo en aquel caballito de madera. Napoleón se subyugó ante las pirámides, arengando a sus tropas con aquellos cuarenta siglos que las contemplaban. Hoy podemos arrimar dos siglos más, fascinándonos con aquel sucedáneo del caballito de cartón; el tiro de la cuerda que traccionaba unas minúsculas ruedas para alentar en aquellas polvorientas calles la sabiduría del juego; cuando, en la panza del mito y de otro caballo gigante, Ulises encabezaba el ladino final de Troya. Honor y gloria a ese juguete que ha sorteado todas las zancadillas del tiempo. Si encintamos la ilusión en las estrellas, y nos enganchamos a la magnitud del año luz, es estremecedor pensar que el brillo que hoy percibimos de algunas constelaciones coincidió con los párvulos entretenimientos del poseedor de dicho juguete. La industria juguetera no pasa por su mejor momento. De hecho, el veinte por ciento de sus ventas proviene de una población adulta más desinhibida con los ecos de la niñez que inmunodeprimida ante una saturación de nostalgia. No nos pongamos estupendos con la arrogancia de que los niños de hoy no saben jugar, pero sí debemos esfumar unas estelas preocupantes; esas que confían de una forma abrumadora la invocación de la magia infantil en la tiranía de la pantalla y los pulgares. El juguete es el tótem y el lúdico exvoto del niño para la corporeización y sublimación de nuestra fantasía. Sostengo que más ensancha la imaginación un soldadito de plomo o un héroe galáctico que la tridimensionalidad de un videojuego. Y por muchas mojigangas que se oculten en la digitalización, no abjuro de aquellos vaqueros de plástico de mi niñez en los que las butacas de la salita se convertían en los Cañones del Colorado. También los gladiadores jugueteaban con la muerte, y por eso enterraban en la arena unos pequeños lares para su protección. En las tumbas egipcias había amuletos, y también juguetes. Un nítido pensamiento para la trascendencia, reafirmando en sus vívidas inscripciones que jugar es sinónimo de vivir. *Licenciado en Derecho, graduado en Ciencias Ambientales y escritor - El tercer premio de la Lotería de Navidad toca en Córdoba y en Montilla: el 90.693 trae la suerte - El juez Manuel Marchena apadrina a la nueva promoción de letrados del Colegio de Abogados de Lucena - Más de 20 años de hermandad en torno a un plato de migas: la Cruz Blanca continúa con la tradición - Los grandes municipios olivareros de Córdoba
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