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  • Playa, algas y naturaleza: descubrí Caleta Sara, el refugio costero secreto de la Patagonia

    Rio Negro » Adnsur

    Fecha: 22/12/2025 13:25

    El primer sitio que Mara Capdevilla (52) que conoció cuando vino a vivir a Comodoro Rivadavia fue Cabo Dos Bahías. Acostumbrada a las sierras cordobesas, las montañas y los ríos, la deslumbró la infinidad del mar, la naturaleza virgen y el imponente paisaje de la Patagonia y se enamoró "Quedé enamoradísima”, confiesa. "Me pareció increíble el paisaje que tiene, la roca emergiendo de la costa marina con colores rojizos y ocre, la inmensidad del mar y del cielo. Creo que no tiene comparación; eso lo hace único al lugar”. Por aquel entonces, Mara tenía solo 26 años y un sueño claro: dedicar su vida al turismo. El destino, caprichoso y venturoso, la retuvo en el sur cuando una amiga no pudo acompañarla a otro proyecto. La Patagonia, con su viento indomable y su belleza cruda, se convirtió en su hogar definitivo. Pero el destino quería que vuelva a la zona de Cabo Dos Bahías. Hoy, la vida de Mara late al ritmo de la marea en Camarones. Allí no solo lidera su restaurante, sino que también lleva adelante la concesión del camping que el Club Náutico de Comodoro posee en Caleta Sara, el punto geográfico donde la tierra y el mar se abrazan en silencio. UN SANTUARIO VIRGEN Caleta Sara se ubica a 30 kilómetros de Camarones, dentro de la Reserva Provincial Cabo Dos Bahías y bajo el ala protectora del Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral. Es un sitio donde la historia familiar de Mara se mezcla con la geografía: en 2004 comenzó a administrar el lugar junto a su padre, cuyas cenizas hoy descansan allí por decisión de ella. “Tengo un amor especial por Caleta Sara. Es un refugio natural hermoso, una entrada de mar angosta donde entran los veleros, donde salen las embarcaciones para pescar y es el lugar donde empezó la Fiesta Nacional del Salmón”, relata con emoción. Es un territorio de pioneros, de esos pescadores que "iban a pulmón" y que forjaron la identidad de la zona. EL LUJO ESENCIAL: "EL AGUA" En Caleta Sara, la modernidad se detiene. Al ser una reserva natural, no hay energía eléctrica de red ni agua corriente. Aquí, la sostenibilidad no es un eslogan, es una forma de supervivencia. Mara explica que han tenido que agudizar el ingenio para preservar los recursos: “Cuidamos el agua porque no hay agua corriente como en la ciudad. Pusimos un sistema en las duchas donde ponés una fichita, como tenían los videojuegos de antes, y te habilita una ducha de minutos. Si querés tiempo extra, podés comprar más fichas, pero también tenés una ducha incluida en el alojamiento”. La energía se obtiene mediante paneles solares con un generador de respaldo, pero al caer la noche, el verdadero espectáculo comienza. Sin contaminación lumínica, el cielo patagónico se enciende en una danza de estrellas que deja sin aliento. Es la desconexión total; aquí Internet es un recuerdo lejano. La propuesta ha evolucionado con el tiempo, adaptándose a las preferencias de los visitantes. “Ya no tenemos tantas carpas, porque la gente opta por quedarse en el camping de Camarones, que está frente al mar y tiene todos los servicios. En Caleta Sara es más rústico, pero pueden alojarse en carpas o en nuestros containers”, detalla Mara. Los "dormis" en containers ofrecen una alternativa más protegida del viento, equipados con cuchetas y baño privado (no compartido). Actualmente, los valores reflejan la exclusividad de la logística en este paraje remoto: $35.000 por persona con desayuno incluido, o una opción de $70.000 que incluye media pensión (desayuno y almuerzo o cena completa). Los platos no son improvisados: incluyen entrada, plato principal de autor, postre y bebida. El entorno sigue siendo el mismo paraíso agreste de siempre, donde los guanacos y peludos deambulan con curiosidad y las aves costeras vigilan atentas cualquier miga de pan. La playa, serena y casi sin oleaje, es el espejo perfecto para navegar en kayak o probar suerte con la caña cuando baja la marea. SABORES CON IDENTIDAD La gastronomía es, quizás, el pilar que más ha crecido en la zona. Mara ha liderado una búsqueda por revalorizar los productos locales. En su menú actual se destacan el salmón blanco de Camarones, los langostinos, el estofado de cordero y dos nuevas estrellas: las empanadas y los buñuelos de algas. “Las algas son un producto nuevo, gastronómico, con el que comenzamos a incursionar en pandemia”, explica Mara. “Tienen muchísimas propiedades, son súper saludables y las tenemos en el patio de Camarones y también en el de Comodoro. Es importantísimo saber todo lo que aportan porque uno a veces lo ignora, pero en las comidas quedan riquísimas”. Esta cultura culinaria tuvo su punto máximo el pasado 6 de diciembre con el evento “Sabores de Camarones”. Fue un concurso de cocineros que reunió a diferentes cocineros, entre ellos Tiziano Rodríguez, María Pichinán, Alberto Pereyra, Juan Castro y Nanci Tobio. Mara formó parte del jurado junto a Edgardo Ríos y Juan Manuel Illesca. El evento no pudo haber tenido un mejor inicio: comenzó en Caleta Sara —cuna de la Fiesta del Salmón— y culminó en el Club Espora de Camarones. Durante la jornada se cocinó con lo mejor de la zona: mejillones cultivados por los alumnos de la escuela local, langostinos y el "pulpo dormilón", una especie típica de la costa de Camarones que se caracteriza por su tamaño superior al de otras regiones. Ese día una pareja de extranjeros estaba en el lugar. Es que, por sus características, suele recibir visitas de todo el mundo que buscan la contemplación, tanto de Comodoro, como de Madryn o Trelew, como también alemanes e ingleses, brasileros, que buscan "desintoxicarse" del ritmo urbano. Muchos eligen alojarse en el pueblo de Camarones para disfrutar de sus servicios y del Museo de la Familia Perón, y desde allí emprenden el viaje diario hacia la pingüinera o la caleta, otros se quedan en Sara. Para quienes desean comer allí mismo, Mara confirma que “el restaurante está funcionando; los fines de semana está abierto y, a partir de enero, abrirá todos los días”. Así Caleta Sara sigue siendo ese lugar atípico, un refugio que resiste el paso del tiempo manteniendo su esencia agreste. Es la oportunidad de caminar entre rocas rojizas, de comer lo que el mar ofrece y de entender que, a veces, cinco minutos de agua son un tesoro si se disfrutan frente a la inmensidad del Atlántico Sur. En un mundo que corre, Caleta Sara propone detenerse y conocer un destino que, entre sabores de algas y horizontes infinitos, recuerda que la verdadera libertad se puede vivir en la Patagonia.

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