19/12/2025 22:33
19/12/2025 22:32
19/12/2025 22:32
19/12/2025 22:32
19/12/2025 22:32
19/12/2025 22:32
19/12/2025 22:31
19/12/2025 22:31
19/12/2025 22:31
19/12/2025 22:31
» Clarin
Fecha: 19/12/2025 20:40
Existe una sensibilidad de niño y otra de adulto, lo sé. Yo era de los que se ilusionaban con el fin de año: me veo aún hoy tarareando un jingle o canción -no sé- que decía “Ya llegaron las tibias Fiestas ...”. Curioso porque en casa -hogar judío- no se celebraba la Navidad, pero sí el Año Nuevo y Reyes. Extraño mestizaje: la llegada de Jesús no, pero su adoración sí. Supongo que era una forma de participar y, al mismo tiempo, de preservar cierta identidad. Con o sin brindis, me gustaba el clima de reuniones, los saludos, la ropa especial, los asados infinitos, la idea de que me iba convirtiendo en alguien adulto. Crecer era una virtud en ese tiempo, tenía ansias por ser independiente, por salir al mundo. Me preguntaba, por ejemplo, cómo se vería la ciudad una mañana de lunes a viernes durante el año lectivo ya que no la conocía: estaba -estábamos siempre- en la escuela y había una intuición infantil que imaginaba otro mundo más allá de las carabelas de Colón que hacíamos con media cáscara de nuez o un pseudo baile -parecía más una clase de gimnasia- con ritmo de Gato. Crecí y, obvio, el paso del tiempo ya no me atrajo. Una cosa es ser ”grande”, otra ser viejo. Y empecé a olfatear una dosis de hartazgo ante el clima festivo que no siempre resulta tal. Reuniones que se clonan cada año y a las que cada vez les encuentro menos significado. Regalos que se acumulan y que a menudo no necesitamos. Comidas exageradas. Y no crean que no me gusta celebrar. Que sí, pero no hacerlo en forma obligada tal día como si hubiera un punto de inflexión que, en verdad, no existe.
Ver noticia original