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Paraná » 9digital
Fecha: 19/12/2025 15:50
Cómo atropella la luz las cosas arrojadas en los codos: un par de tazas con la boca para abajo, tres bananas unidas por el cabo ennegrecido, las flores del beso que van cerrándose a medida que el agua se hace vieja. La luz a contramano de nosotros insiste en traspasar pétalos y cáscaras, la materia donde hundimos las bocas y nuestras narices en las primeras horas del día. Cómo, con qué permanencia la luz sin saber qué se le pondrá en el camino viene y persevera. Yo no sé más que palabras y pronunciarlas me va costando con los años. Todos los jueves sufro un dolor: migrañas, ovarios, cervicales. El estreno de las aflicciones empieza con silencio, después siguen los ruegos a los dos niños que cruzan entre mis piernas como sombras. Quisiera ser mejor que la mujer que soy, moverme pareja como un árbol que extiende sus hojas contra la ribera, acariciar el agua, dejar que los peces muerdan mis uñas, jugar con la panza cambiante de un arroyo, lamer piedras hasta gastar la lengua. En la vereda, antes de perder la visión por el aura, quedé sin lenguaje. Quise pronunciar paloma y salió ala. Escupí mi bilis por los párpados. Vi marrón el día soleado y creí ahogarme sobre el fango. Todos los pájaros abren la boca antes de cantar. Mi madre puso lombrices entre los hielos, acabó con las pajas en las rodillas, traspasó los puños con garras como de cóndor. Yo no sé qué vio ella, supongo que conoce el lugar donde nace la luz. Ahora las tazas brillan en la alacena, hay sombras jugando a correr entre el hocico de mi perro y la risa de los hijos que gritan mamá. Es viernes, el alumbramiento me trae. La resaca oscura entra en la palma del conejo que salta en el patio. No importa cuán alta esté la luna. El animal corre como una linterna guiada por Dios y lo seguimos.
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