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Usuhahia » Diario Prensa
Fecha: 19/12/2025 05:23
Ambientalismo selectivo. Ushuaia y el impacto de los desechos cloacales en el Canal Beagle. La imagen pertenece al estudio desarrollado en el marco del Plan Director de Agua y Cloacas de la DPOSS por el Estudio Funes y Ceriale. Hay imágenes que incomodan porque no admiten metáforas. La mancha verde de efluentes cloacales dispersándose en el Canal Beagle —producto de los desechos humanos de quienes vivimos en la zona oeste de Ushuaia— es una de ellas. Es lo que ocurre hoy, todos los días. Así sedimenta la caca de los que vivimos en esta zona de Ushuaia (y tenemos cloaca), luego de su paso por la planta de pretratamiento de Bahía Golondrina y su impulsión y dispersión posterior. ¿Qué sucede con la del resto de la población?. Imagínenlo ustedes. Literalmente, nuestra materia fecal termina en el Beagle. Sin embargo, este problema ambiental concreto, mensurable y persistente no suele figurar entre las principales banderas de las organizaciones y colectivos ambientalistas de Ushuaia. Durante estos últimos años han estado más preocupados por la caca y los antibióticos de los hipotéticos salmones. Tampoco figuran en su agenda el tratamiento deficiente de nuestra basura, la saturación del sistema de disposición final, la generación de energía en la ciudad mediante combustibles fósiles, el impacto del turismo masivo sobre algunas áreas sensibles de nuestra geografía (el Canal, el Parque Nacional, Laguna Esmeralda, etc.), solo por citar algunos. Temas incómodos, estructurales, pero poco épicos. Temas que obligan a discutir costos del desarrollo, infraestructura, inversión y gobernanza. En cambio, desde hace años la agenda ambiental fueguina parece girar casi exclusivamente en torno a amenazas potenciales, formuladas en clave de consignas absolutas. El “No” como reflejo automático y permanente. Ese “No” que no es un hecho aislado en nuestra historia como ciudad, sino un patrón reiterado. Recordemos algunos: No a la doble mano de Maipú. No al interconectado eléctrico. No a la Estación Polar Antártica. No a la ruta costera del Beagle. No a la producción de salmones. ¿Alguien puede imaginar la ciudad actual si el obstinado esfuerzo del fallecido intendente Jorge Garramuño no hubiera doblegado a los ambientalistas de entonces, que a pesar de ello le paralizaron y judicializaron la obra de ensanche de nuestra costanera urbana? Cómo no recordar también la oposición férrea al interconectado eléctrico, justificada en su momento por el supuesto impacto visual de las torres sobre el paisaje. Años después, Ushuaia atraviesa una crisis energética grave, con un sistema frágil, saturado y altamente contaminante, que se sostiene a base de gasoil, con costos económicos, ambientales y sociales infinitamente mayores que cualquier afectación paisajística. ¿Y se acuerdan del proyecto de la Estación Polar Antártica que se impulsaba en la cabecera de la Bahía Encerrada? El inversor interesado se hartó de tanta oposición “ambiental” que esgrimía argumentos otra vez de impacto visual. En su lugar pusieron Nave Tierra, una casita “sustentable” de cubiertas y botellas… si, en ese lugar privilegiado. El pobrismo mismo. De otros “impactos visuales”, mutis por el foro. No existen los edificios cada vez más altos, los cables enmarañados en toda la ciudad, los tachos de basura para residuos gastronómicos frente a cada restaurant, los contenedores en el puerto y en todo el frente costero de la ciudad, los food trucks y la feria de artesanos, los edificios públicos en estado deplorable . Nada de eso parece ser impacto visual para el “colectivo ambiental”. El caso de la ruta costera del Beagle condensa como pocos las contradicciones del ambientalismo local. Durante años se impulsó una intensa campaña para frenar su construcción, apelando a impactos sobre árboles y concheros. Sin minimizar la importancia del patrimonio natural y arqueológico, resulta difícil no advertir el contraste: mientras se bloqueaba una traza estratégica para la conectividad y el desarrollo territorial de Ushuaia, se guardaba silencio frente a impactos ambientales mucho mayores y cotidianos sobre el bosque nativo en la propia ciudad y sus alrededores, producto de urbanizaciones desordenadas, desmontes irregulares, apertura de calles, y demás. Del otro lado del Canal, Chile ya cuenta con su ruta costera en Isla Navarino y avanza en la construcción del camino hacia Yendegaia, integrando territorio, soberanía y logística. Ushuaia en cambio quedó atrapada en un ambientalismo de veto permanente, incapaz de pensar soluciones con impacto controlado y beneficios colectivos. La posibilidad de desarrollar la industria salmonera es el ejemplo más reciente: un rechazo cerrado, preventivo y total, a la discusión técnica comparada, la evaluación de escalas, de nuevas tecnologías, de regulaciones posibles y/o aprendizajes internacionales. A esta selectividad temática se suma dos problemas también delicados: uno, los métodos de intervención pública de muchas de estas organizaciones y sus voceros. Campañas construidas sobre exageraciones, imágenes descontextualizadas o directamente tergiversadas, comparaciones forzadas y escenarios apocalípticos presentados como certezas. Recursos eficaces para impactar emocionalmente, sin dudas, pero que muchas veces terminan degradando el debate público. La exageración y tergiversación sistemática no es pedagogía ambiental, es intento de manipulación. El otro, no menos grave, es la tendencia de algunos de estos actores a la demonización de quienes piensan distinto. Disentir suele equivaler a ser señalado como cómplice de intereses espurios, ignorante o directamente enemigo del ambiente. No hay lugar para el matiz, la duda ni la discusión franca: quien no adhiere al “NO” absoluto queda automáticamente fuera del campo de lo moralmente aceptable. Esta lógica binaria no solo empobrece el debate, sino que instala una forma de intolerancia que contradice cualquier pretensión democrática de construcción de consensos mínimos para políticas serias y sostenibles. El resultado es un ambientalismo que, más allá de sus motivaciones (a veces partidarias), ha quedado crecientemente asociado a la obstrucción del desarrollo. No a un desarrollo depredador —que sería una crítica legítima— sino, muchas veces, a cualquier forma de desarrollo. Un ambientalismo severo con algunas causas y sorprendentemente indulgente con otras.
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