17/12/2025 10:20
17/12/2025 10:19
17/12/2025 10:18
17/12/2025 10:18
17/12/2025 10:16
17/12/2025 10:16
17/12/2025 10:16
17/12/2025 10:16
17/12/2025 10:15
17/12/2025 10:15
» Clarin
Fecha: 17/12/2025 08:38
Se trata, claro, de un fenómeno local: hace algunos días Elon Musk y su empresa xAI anunciaron una alianza con el gobierno de El Salvador para llevar su chatbot Grok a más de 5.000 escuelas públicas de ese país. El proyecto fue presentado como una apuesta por la modernización educativa y la alfabetización digital, pero funcionó como la confirmación final de que la IA ya es una política concreta, con impacto masivo y efectos difíciles de revertir. El anuncio salvadoreño fue la frutilla del postre para un año en donde los estudiantes usaron y abusaron de las plataformas para resumir textos, preparar exámenes, escribir trabajos o destrabar ejercicios complejos. Los docentes, por su parte, echaron mano de ellas para planificar clases, diseñar actividades y corregir más rápido. Sin darnos cuenta, la frontera entre ayuda pedagógica y sustitución del pensamiento se volvió borrosa. La pregunta ya no es si la inteligencia artificial debe entrar a la escuela, sino cómo convivir con ella sin vaciar de sentido a la experiencia educativa. Una arista a tener en cuenta son las implicancias cognitivas que puede tener la delegación sistemática de tareas mentales en sistemas externos. Si bien este proceso puede liberar tiempo y energía, su uso intensivo comienza a ser asociado por los especialistas con la pérdida progresiva de habilidades clave como el pensamiento crítico, la memoria activa y la capacidad de razonar de manera autónoma. El riesgo no es solo aprender menos contenidos, sino acostumbrarse a pensar menos. Frente a este escenario, ocurrió algo inesperado: el regreso de los exámenes orales. Universidades de distintos países comenzaron a recuperar esta forma clásica de evaluación como respuesta directa a la inteligencia artificial generativa. Lejos de ser un gesto nostálgico, los exámenes orales permiten evaluar comprensión profunda, capacidad de argumentación y pensamiento en tiempo real. Bien diseñados, no solo reducen el uso indebido de la tecnología, sino que fortalecen habilidades comunicativas y devuelven centralidad al diálogo cara a cara. Incluso muchos estudiantes, después de la ansiedad inicial, terminan valorándolos como instancias más justas y formativas. La Inteligencia Artificial está transformando la educación, pero no de una sola manera ni en una sola dirección. Introduce nuevas herramientas, sí, pero también nos obliga a repensar qué significa aprender en un mundo donde responder ya no es lo mismo que pensar. El desafío no es expulsarla del aula ni aceptarla sin condiciones sino construir prácticas educativas que preserven el esfuerzo cognitivo, la reflexión y la conversación. En ese equilibrio se juega algo más que una metodología o el orgullo docente, es una discusión sobre qué tipo de ciudadanos estamos formando. El cierre del año escolar le trajo una duda a muchos docentes en todo el país: ¿cuánto de los textos y respuestas que corrigieron en 2025 fue hecho por sus alumnos y cuántos fueron el resultado de cálculos algorítmicos? La educación se encontró, como pocas veces en la historia reciente, frente a una transformación tecnológica que no solo modificó herramientas sino también la manera de aprender, evaluar y pensar. Mirá también Mirá también La polarización digital: de la promesa de unión a la realidad de división
Ver noticia original