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  • Preguntas incómodas sobre el drama venezolano

    » Clarin

    Fecha: 17/12/2025 06:34

    Todos queremos, o deberíamos querer, una Venezuela libre y democrática. Todos admiramos, o deberíamos admirar, la resistencia de María Corina Machado. ¿Aceptamos que sea Estados Unidos quien la libere? La pregunta es espinosa, preferiríamos no plantearla y mirar hacia otro lado esperando el fin de la tormenta. Pero hay que hacerla. Digo desde ya que no tengo la respuesta, o que tengo más de una. Yo puedo permitirme muchas dudas, pero quienes deben tomar decisiones no pueden. En el fondo es una cuestión de conciencia, cada uno responde ante la suya. Sin embargo, creo que el inminente epílogo del eterno drama venezolano, ya que creo que pronto habrá algún epílogo, merece algunas reflexiones. La primera, la más obvia, es que en un mundo ideal los venezolanos se liberarían por sí mismos. No se puede decir que no lo hayan intentado. Han fracasado, pero solo a medias: gracias a ellos, todos ven ahora, salvo quienes no quieren ver, que el rey está desnudo, que Maduro es ilegítimo. Pero el mundo no tiene nada de ideal, por lo que es inútil hacer sofismas. ¿Cómo liberarse de quien tiene el monopolio de la fuerza, la riqueza, la información? ¿Y cuenta con poderosos protectores externos? Un régimen de este tipo colapsa desde dentro o es derrocado desde fuera. O, como es probable que ocurra esta vez, se derrumba sobre sí mismo por efecto de las presiones externas. En este marco, Donald Trump cae como un espejismo, es un tren que no hay que dejar escapar. Lo saben los venezolanos que lo aman, pero también lo entienden quienes lo detestan. ¿Qué alternativas tienen? No sé si Corina realmente lo admira, ni en qué medida comparte sus ideas. Pero yo haría lo mismo que ella: primero liberémonos, luego ya veremos. Desde nuestros sofás podemos permitirnos ser delicados. Ella no: no siempre se puede elegir a los amigos. Aclarado esto y dejado claro que no se puede pedir a los venezolanos que sean corderos de sacrificio, es cierto que lo que les ayuda a ellos no conviene a todos. Me explico: a Trump no le importa la democracia y eso se nota. Se lleva mejor con Putin que con Macron, con los saudíes que con los alemanes. Y sus métodos no son nada democráticos: bombardear barcos al margen del derecho internacional es piratería, sea cual sea el motivo esgrimido. Pero por mucho que no le queden bien los zapatos del samaritano, en la historia ocurre a veces que, al defender los propios intereses, uno también favorezca los valores. Es en eso en lo que, con razón, confía Corina. Y en cuanto a los intereses, ¿a quién no le importa el petróleo venezolano? Sin embargo, además de los intereses económicos, Trump tiene una obsesión geopolítica: China. Quiere combatirla en todas partes y, ante todo, expulsarla del hemisferio. Derrocar a Maduro supondría un gran golpe para ella. Convencido partidario de las esferas de influencia, ajeno a todo espíritu liberal, con tal de lograrlo está dispuesto a las acrobacias más temerarias. ¿No está acaso trocando la retirada rusa de Venezuela con el abandono de Ucrania en manos rusas? Aspira así a abrir una brecha entre Rusia y China, debe ser que se cree Kissinger. Nada hace suponer que lo consiga, todo apunta a que debilitará a Occidente, pero esta es la ventana abierta para Corina y los venezolanos. La misma cerrada en las narices de Zelensky y los ucranianos. Lo cual, espero equivocarme, además de una traición, pasará a la historia como una tragedia. Ni siquiera el objetivo de desbancar a China de América tiene muchas probabilidades de éxito: “pídanos lo que quieran, confían las diplomacias latinoamericanas, menos romper con los chinos”. Pero explica la recurrente acusación de haber desempolvado la doctrina Monroe. ¿Por qué no? Fue enunciada en 1823 contra las potencias extrahemisféricas.. Una vez terminada la Guerra Fría, pareció morir victoriosa: nadie amenazaba más el hemisferio, todos sus miembros convergían hacia el paradigma liberal. Hasta que apareció China y Trump la resucitó: le reserva el trato que sus predecesores reservaron en su momento a ingleses, alemanes y soviéticos. Pero más que la doctrina original, Trump sigue los pasos del corolario que Theodore Roosevelt le añadió en 1904 y que dio inicio a la era del «big stick». La competencia imperial arrecía en todo el mundo y Estados Unidos quería alejarla de su esfera de influencia. Quienes se comporten bien, explicaron a los vecinos, serán nuestros amigos: zanahoria para los fieles, como hoy en día. Con los demás actuaremos como policía internacional. ¿En nombre de qué? De «nuestra civilización superior». Son palabras que indignan, pero indignarse no sirve, mejor reflexionar. El problema, según Washington, era que los países del Istmo y del Caribe no sabían autogobernarse.. Y dado que su inestabilidad crónica abría las puertas a las potencias europeas, les correspondía a Estados Unidos evitarlo poniéndolos bajo su tutela. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, pero no todas. No solo porque la inestabilidad política vuelve a estar a la orden del día, sino porque la incapacidad latinoamericana para autogobernarse es evidente y nada lo demuestra mejor que Venezuela. En este caso, la tan cacareada Patria Grande ha dado lo peor de sí misma. La crisis venezolana se ha gangrenado ante los ojos de todos con la complicidad de muchos: Lula y López Obrador, Kirchner y Morales, Mujica y Bergoglio, la lista es interminable. En lugar de esforzarse por extirpar el absceso, lo han cultivado, mimado y justificado. Trump se encuentra ahora con un banquete servido en bandeja. ¿Por qué no vemos plazas llenas gritando «yanquis, fuera», se preguntan muchos? Porque Maduro es indefendible, lo sabemos todos desde siempre.

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