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  • Cansancio festivo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 17/12/2025 06:19

    Se acerca la Navidad y, con ella, ese mandato tácito -más imperioso que decreto- de mostrarnos radiantes, como si la alegría fuese un uniforme que hubiera que almidonar antes de salir a la calle. Hay quien no compra turrón: compra coartadas. Quien no dispone de ánimo, exhibe un envoltorio. Y así desfilamos por diciembre como extras de una superproducción donde el guion pide brindis, reconciliaciones exprés y ternura dictada por anuncios. Lo decisivo no es el consumo; es la tiranía del entusiasmo. Porque la fiesta, cuando se vuelve obligación, deja de ser fiesta y empieza a parecerse a una auditoría del alma. A la mesa no solo se sientan los comensales: se sientan también las facturas, las prisas, los duelos que nadie se atreve a nombrar, los rencores que se maquillan con servilletas. La ciudad se enciende para que no se note la intemperie interior; y el calendario, con su rosario de compromisos, marca el paso y prohíbe detenerse. Pascal escribió que «toda la desgracia de los hombres proviene de una sola cosa: no saber quedarse quietos en una habitación». Nuestra época, que venera el movimiento como si fuese virtud teologal, ha convertido esa quietud en sospecha. Se nos educa para desconfiar del silencio, para tratar la tristeza como descortesía, para confundir la esperanza con una consigna. Si flaqueas, si confiesas que no puedes, enseguida aparece el catecismo contemporáneo del ánimo: sonríe, agradece, supéralo. Y el resultado es un cansancio de fondo, viscoso, que no proviene tanto del trabajo como del teatro. Séneca lo advirtió con una precisión que duele: «No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho». Lo perdemos fingiendo, porque no hay fatiga más honda que la de representar una versión impecable de uno mismo justo cuando el año nos ha arañado. Se nos pide gratitud instantánea, como si el alma tuviera botón de encendido; y al que no lo encuentra se le etiqueta -con esa crueldad amable de la época- como humano. Quizá convendría recordar, contra la bulla de las cajas y la música enlatada, que la alegría verdadera no se fabrica: acontece. A veces se parece a un gesto mínimo, a una llamada sin aplauso, a una visita sin fotografía, a un perdón que tarda y por eso es real. Y también acontece, con dignidad intacta, que uno no está para fuegos artificiales: su Nochebuena es una lámpara modesta, no una verbena. La Navidad no debería ser una prueba de resistencia emocional, sino un refugio. Chesterton desconfiaba de las solemnidades sin gozo, porque el gozo auténtico no se impone: sorprende. A veces, el mejor brindis es descansar. Y si el cansancio nos muerde, quizá sea porque hemos cambiado el pesebre -humilde, silencioso- por un escaparate que exige sonreír aunque el corazón vaya con muletas. Que cada cual celebre como pueda; y que nadie, por no brillar, se sienta culpable. La luz más necesaria suele ser la que no deslumbra. *Mediador y escritor

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