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Usuhahia » Diario Prensa
Fecha: 17/12/2025 05:44
Era demasiado buena para una provincia que no estaba preparada para ella. Sólo los cínicos o desinformados pueden decir que alcanza con prohibir las salmoneras en el Canal Beagle. Mucho menos cuando el gobernador paralelamente, firma un acuerdo para llenarlo de líneas de cultivos de mejillones a escala industrial. Lo que subyace en la destrucción de la Ley 1.355 es la falsa idea de compartimentación del daño: como si fuera posible contaminar “un sector” sin que eso afecte al conjunto. Esa lógica puede funcionar en un plano burocrático o cartográfico, pero no existe en la naturaleza ni en la percepción turística. Desde el punto de vista ambiental, el mar, las corrientes, los fondos y los ecosistemas no reconocen límites administrativos. La contaminación orgánica, química y biológica generada por la salmonicultura industrial no queda confinada a un polígono dibujado en un mapa, se desplaza, se acumula, altera cadenas tróficas y modifica paisajes submarinos y costeros de manera sistémica. Pretender que el Canal Beagle puede “protegerse” mientras se habilitan focos de contaminación en áreas contiguas es desconocer cómo funcionan los ecosistemas y, lo que es peor en este caso, cómo funciona el turismo. Porque hay un segundo plano —igual de grave y a menudo ignorado— que es el plano simbólico y perceptual del turismo. El turismo no se construye sobre compartimentos estancos, sino sobre imaginarios integrales. El visitante no evalúa un destino en función de qué porción exacta está contaminada y cuál no. Evalúa el todo, la idea de “Tierra del Fuego”, de “fin del mundo”, de naturaleza prístina, de aguas limpias, de paisaje extremo y preservado. Si ese relato se quiebra en algún punto, se quiebra completo. Un turista potencial que escucha que “en Tierra del Fuego hay contaminación” no va a hacer la distinción técnica de si están o no dentro del Canal Beagle. Simplemente pierde el deseo. La duda, la sospecha y la desconfianza son suficientes para que elija otro destino. Ese daño es silencioso, progresivo y difícil de revertir. La generación de empleo en un sector —además precario y de bajo valor agregado— se hace a costa de hipotecar actividades ya consolidadas, como el turismo, la pesca artesanal, la identidad paisajística y el capital simbólico del territorio. Es un trueque desigual, se sacrifica un modelo sostenible, diverso y de largo plazo por una actividad extractiva, dependiente y de corto horizonte. El argumento de que “se puede contaminar acá para proteger allá” no solo es ambientalmente falso, sino estratégicamente suicida. En destinos como Tierra del Fuego, la calidad del paisaje es el principal activo económico. Dañarlo, aunque sea parcialmente, equivale a erosionar la marca completa del territorio. En definitiva, la Ley 1.355 no era un obstáculo al desarrollo, era una línea ética y estratégica. Protegía el ambiente, sí, pero también protegía el futuro económico, cultural y social de la provincia. Su destrucción implica asumir que se está dispuesto a cambiar un modelo basado en el cuidado del paisaje y la singularidad, por otro basado en la degradación y la pérdida de sentido. Eso no tiene fronteras, ni ambientales, ni económicas, ni simbólicas. Por otra parte, es necesario decir que el silencio de la actividad turística, en este intenso debate no es neutro: es una forma de posicionamiento, con consecuencias. Se suma una contradicción difícil de justificar: las autoridades de turismo tanto provinciales como municipales— permanecen ajenas a un debate que afecta directamente el corazón mismo de la actividad que dicen representar y proteger. Resulta llamativo, y preocupante, que quienes promueven a Ushuaia y a Tierra del Fuego como destino de naturaleza, paisaje prístino y experiencias auténticas, no adviertan públicamente sobre los riesgos que las salmoneras industriales implican para ese relato. Porque no se trata de un tema colateral o técnico, sino de una discusión estratégica sobre el modelo de territorio y de destino que se está construyendo. El turismo no es solo una actividad económica, es un contrato de confianza con el visitante. Cuando el propio sector que vive de esa confianza guarda silencio frente a una amenaza ambiental evidente, contribuye —aunque sea por omisión— a debilitar su propia credibilidad. Promocionar “fin del mundo”, “naturaleza intacta” o “mares limpios” mientras se tolera la instalación de focos de contaminación es, como mínimo, una disonancia peligrosa. El silencio de las autoridades ante este tipo de debates, se traduce en una renuncia a ejercer un rol político e institucional, el de alertar, anticipar riesgos y defender el interés de largo plazo del destino. Expone una visión reducida del turismo, entendida solo como ocupación hotelera o estadísticas de arribos, y no como un sistema complejo que depende del ambiente, de la identidad y de la coherencia entre discurso y práctica. Cuando se pierde esa mirada integral, el sector turístico deja de ser un actor estratégico y pasa a ser un espectador pasivo de decisiones ajenas. No hay turismo posible en territorios degradados, los costos de una mala decisión ambiental no los paga quien se va, sino quien se queda. Callar es aceptar que otros definan el futuro del destino sin considerar sus impactos cruzados. Este silencio interpela: ¿está el sector turístico dispuesto a defender el capital natural y simbólico que lo sostiene, o resigna ese rol en nombre de una falsa prudencia política? Con la destrucción de la ley 1.355 se pone de manifiesto que nuestras autoridades son incapaces de dar respuesta a una crisis que, lejos de atenuarla, la multiplican. Todos sabemos que las salmoneras contaminan, todos sabemos que generan trabajo precario y que el trabajador de una fábrica difícilmente mañana esté dispuesto a ponerse a cosechar mejillones o alimentar salmones, todos sabemos que la degradación en nuestro litoral marítimo y en nuestros ríos y lagos, banalizará el fin del mundo y con ello el turismo. Sucede que quien nos gobierna, como en una monarquía, envía a sus pajes a mentir, improvisar, a hacer el trabajo sucio. Solamente por una migaja de poder. Varios actores y actrices nos regalaron una pantomima, incluso sospecho que hasta algunos de los que en teoría la defendieron, para sostener su potencial candidatura en un grueso electorado potencialmente hostil. Pero hay un remedio, amigo lector, se llama “memoria”.
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