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» Clarin
Fecha: 16/12/2025 20:31
Primero, fue la casta: en política resulta imprescindible tener identificado un enemigo al cual culpar de todos los males y Javier Milei acertó de entrada al acusar de villano de la película al sistema entero, del cual sólo él no formaba parte. El público compró. Luego los enemigos se fueron multiplicando. Aparecieron econochantas, mandriles, ensobrados. El Congreso era un nido de ratas; los gobernadores, degenerados fiscales, y cualquiera calificaba, en una suerte de macartismo renacido, de zurdo y comunista. Cayeron en la volteada desde Lali “Depósito” hasta el matrimonio igualitario, al cual el Presidente llegó a equiparar absurda y peligrosamente con la pedofilia. Los insultos -siempre con una particular inclinación a los homofóbicos o relacionados con el sexo anal sin consentimiento- arreciaron, pero en el afán por buscar adversarios, Milei erró grueso en las formas y en muchos casos en el contenido, como cuando consiguió, el 23 de abril de 2024, que una multitud marchara en defensa de la universidad pública. Tanto y tan groseramente puteó que al final se dio cuenta de que ya no le resultaba gracioso a nadie. El 5 de agosto pasado prometió no insultar más y bajó un cambio. Le fue bien: su nueva actitud seguramente fue uno de los factores que confluyeron en el amplio triunfo oficialista en las legislativas del 26 de octubre. Para muchos, así resultaba más digerible. En la campaña, puso en la mira a un solo enemigo, el kirchnerismo, encarnado especialmente en la condenada Cristina Kirchner y en el gobernador Axel Kicillof. Tras los resultados favorables, el Presidente seguramente tomó nota de los beneficios de ubicar en la vereda de enfrente a rivales cuyo desprestigio abundara. Una estrategia que alcanza su máxima expresión con los actuales objetivos centrales de la inquina oficialista: la CGT y Chiqui Tapia, que pelean palmo a palmo para encabezar las listas que reflejen el mayor descrédito. En el caso del jefe de la AFA, los cañones mileístas lo apuntaron a partir de que el propio dirigente futbolero cruzara uno de esos límites imperceptibles que pone la sociedad al otorgar un título de campeón ex post facto a Rosario Central y se enterrara ya sin salida en el demérito profundo. Milei se sumó casi tímidamente al principio, al incluir una camiseta de Estudiantes de la Plata en una foto en su despacho de la Rosada. Pero cuando vio que Tapia y sus amigos pasaban a ser parte del escarnio público, estimuló una andanada de denuncias y revelaciones de negocios turbios que aún no se detiene. Diferente es el caso de los caciques gremiales. Primero porque el rumbo de colisión estaba cantado, a partir de que una reforma laboral siempre estuvo en el horizonte presidencial. Segundo, porque los sindicalistas conviven con el desprestigio desde hace décadas, lo que no les impide continuar en sus puestos: muchos de ellos fueron los mismos que negociaron la flexibilidad laboral en los años de Carlos Menem y en general prefieren evitar la pelea frontal. Eso no quita que, este jueves, una sonrisa de satisfacción surja en la boca del Presidente cuando la imagen de los añosos dirigentes cegetistas, los K y la izquierda marchando al Congreso ocupe las pantallas de los canales y los portales de noticias. Cada frase emitida por un sindicalista en su contra pasa a ser una medalla en su favor. Casi lo mismo que cada título que descubra una capa nueva de mugre en los negocios relacionados con el fútbol.
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