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  • Los lemmings de Catilina

    » Diario Cordoba

    Fecha: 16/12/2025 11:13

    El ser humano se ha fraguado en esa combinación de instinto natural, inteligencia, fantasía y contradicciones que le han aupado a reconocer su individualidad y a conformar su trascendencia. Si el mito -y de forma más articulada la religión- es la expiación de nuestras debilidades, el bulo es la deformación de la realidad, muchas veces por intereses espurios, pero otras por una traviesa concatenación de falacias que asientan una convicción. Disney es una gran factoría de estos hechos impostados, comenzando por el cuerpo criogenizado de su patriarca, tan apócrifo como el hallazgo del vellocino de oro. A Disney también hay que imputarle esa creencia popular del suicidio de los lemmings. Fue a partir de un documental del año 1958 cuando hicimos un auto de fe con el despeño por acantilados de estos roedores árticos. Los lemmings no son ratones que hacen banzai, pero su carácter gregario les hace asumir el riesgo de seguir al líder, cayendo igualmente desde vertiginosos precipicios. El sanchismo se ha infestado de lemmings. Hasta ahora, sus acólitos han seguido meticulosamente esta senda de las procesionarias: un culto al líder fraguado en torno a los evangelistas del Peugeot, cuyas presuntas manzanas podridas -si es que las manzanas pueden ser presuntas- acatan el mismo patrón. Primero la histriónica rasgadura por unas imputaciones falsas para que, cuando aflora la perseverancia de la investigación judicial, pedir -dígase forzar- a renglón seguido la baja en el partido y meter en la túrmix una purga falazmente salvífica y el reconcome de la ingratitud. El proyecto hacía aguas por esa concatenación de procesos de corrupción que afectan al núcleo de poder socialista. Pero se ha desmadrado su variante putera y disfrutona, con una metástasis de denuncias por agresiones sexuales que azora al tradicional binomio feminismo e izquierda. Este desmoronamiento deja en evidencia a toda una caterva de cuadros políticos que no negocian la hobbesiana renuncia de libertad a cambio de seguridad, sino unas espuertas de dignidad por quedarse si acaso con unas migajas de las prebendas del poder, incluidas muchas dirigentes socialistas que con su silencio han dado prelación a los posibles. En la Moncloa el descrédito ya solo lo apuntala la resignación y unos intereses personales parasitados por esa miscelánea del arco político que hacen de la debilidad el frente común de su perverso apoyo. Después de todo, es coherente el vampirismo nacionalista, que nunca oculta la ostentosidad de su egoísmo. Mucho más patéticos son los aspavientos de Sumar y todo el espectro de esa izquierda rabiosamente fláccida que está clamando con sus acciones la alternativa de Gobierno. Catilina nunca conoció a los lemmings, pues las lindes de Roma se fijaron mucho antes de los primeros hielos. A nosotros sí nos llega aquella soflama de Cicerón, el último reducto de nuestro latín de bachillerato con aquel «Quosque tandem abutere» mediante el cual perpetuamos por los siglos el umbral de nuestra paciencia. No niego que hayamos estado en el lado bueno de la historia con la causa palestina, pero abochornan esos extraños cortejos con el Gobierno venezolano. Y menuda manera de conmemorar estos cincuenta años, reviviendo la casposidad de aquel machismo que se aliviaba en Perpiñán. Los lemmings no son suicidas, pero sí todos aquellos que están quebrando las esperanzas futuras del socialismo; el que venció en otros tiempos insuflando sus cien años de honradez y hoy nos lacera por quien, por una vez, sea capaz de desprenderse de su narcisismo. No es un final de ciclo. Simplemente, es el final. *Licenciado en Derecho y graduado en Ciencias Ambientales y escritor

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