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Paraná » 9digital
Fecha: 16/12/2025 10:15
Cuidadora del fuego En un intercambio de cartas entre Sarmiento y Aurelia Vélez se encuentran asuntos pedagógicos y las obsesiones educativas del prócer, inquietudes que alimentaba hablando con quien correspondía, que eran sobre todo mujeres que se dedicaban a la enseñanza. Pero un dato curioso, dice mi amiga, es el que señala el presupuesto a quien cuidara del fuego. Una persona que se mantenía cerca de la boca ardiente del horno, al tanto de las formas de calefaccionar y de las ollas. Una mujer que percibía un pago por no dejar que se apague la llama. Llevo dos domingos de entusiasmo. Intento (y lo logro) encender y asar mi carne Arrimo leñas, acomodo brasas, limpio la grasa de los hierros, apoyo las costillas como carriles. Juego a pintar con sal los recovecos de los cortes. Hileras de vagones que de a poco toman otra consistencia y color. Lo importante es la perseverancia. Y aprender a hacer sola todo lo que durante muchos años pedí que me hicieran bien. ¿Con qué tupé si yo no tenía ni idea? Este fin de semana me costó sostener la chispa encendida, como si fuera una metáfora de algo más, el humo y después nada, los papeles ardidos que terminaban en pelusas oscuras sobre el cielo. Pequeños pájaros de cenizas con letritas del diario que se iban desvaneciendo. Estuvo bien matar noticias viejas. Miro todo con más atención desde que hago fuego. Me concentro en los detalles: no arrebato la cocción, no dejo que se enfríe, mantengo en el puño el atizador y después doy aire. Cuando el fuego necesita privacidad, me pongo a regar las plantas pero no lo olvido. Cuando cumplió con su trabajo, tampoco lo abandono. Reúno sus restos como en una ceremonia, un pequeño volcán que ya cumplió su ciclo. Podría pintar paredes con carbón, dibujar bosques entre ladrillos. Mi papá provocaba incendios a veces, otras nos cocinaba rico. Ponía brasas debajo de los muslos, sabía en qué momento dorar el pan para los choripanes, ubicaba con cuidado las vísceras. Mamá solo usaba la cocina, pero lo hacía incansablemente día y noche. Era raro que se aplaudiera únicamente cuando las bandejas venían con humo del patio, decir que rico a cada bocado como una exageración de gratitud. Discualpar que el asador se levantara primero para bañarse y dormir la siesta. Quedar en el comedor con toda la limpieza por delante, sin palmas, sin arengas. Digo que aprendiendo a hacer fuego, estoy templando mi espíritu. Que encuentro la paciencia que se me borra, que está bien tener como plan aprender cosas nuevas que son tan viejas como la humanidad misma. No fue mi idea, por eso me jacto. Mi hija de cinco años me lo pidió. A su edad yo le dije a mi papá que no fumara más y lo hizo. Creo que ese fue su único regalo y tomar una vez una hostia. Demasiado para un hombre que solía dejar solo rastros oscuros en mi memoria. Hay que rescatar cosas de los incendios. Con la carne dorada y la grasa crujiente armé una mesa imaginaria. Con las cosas quemadas hice un pira y pensé en la profesora de literatura grecorromana, en la forma en que se fundan los mitos. En las macanas que nos decimos, en los macaneadores, en las palabras que vienen de otra época.
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