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» Elterritorio
Fecha: 15/12/2025 22:08
Élida Aranda era una conocida chipera y su hija Valentina Orué fue maestra. Orlando Briz, un joven que trabajaba para las víctimas, fue condenado a prisión perpetua. domingo 14 de diciembre de 2025 | 21:20hs. En la madrugada del 3 de julio de 2009, se registró uno de los hechos criminales más aberrantes de la crónica policial obereña. Élida Aranda (63) y su hija Valentina Orué (42) fueron brutalmente asesinadas en su casa del barrio Villa Falk. Ambas mujeres fueron ultimadas a cuchillazos, con una saña pocas veces vista: los forenses contaron más de diez puñaladas en cada cuerpo. Doña Élida era una mujer muy conocida, una histórica chipera de la esquina de avenida Sarmiento y Jujuy, en pleno centro de Oberá. Con ese sacrificado oficio crio a sus hijos. Valentina también conoció los rigores de levantarse a la madrugada para preparar y cocinar la masa. Estudió magisterio y trabajaba en la Escuela 184 del barrio San Miguel. Gente de trabajo, honesta, esforzada y muy querida por los vecinos. Por ello, el doble homicidio caló hondo en la comunidad obereña. Desde un primer momento, fueron dos los sospechosos: Orlando Briz, entonces de 22 años, quien trabajaba para las víctimas en la fabricación de las chipas, y el paraguayo Euclides Trinidad (48), quien tuvo una relación sentimental con Valentina Orué. Tras permanecer varios meses detenido, el segundo fue liberado y la acusación se centró en Briz, quien el 8 de junio 2012 fue condenado a prisión perpetua. Tras los alegatos, el imputado insistió con su inocencia y aseguró que las víctimas “eran como una madre y una hermana para mí”. De todas formas, luego de las tres audiencias del debate oral y público y la declaración de 16 testigos, el Tribunal Penal Uno lo condenó por homicidio calificado por alevosía -en el caso de Orué- y homicidio simple -por Aranda-. Briz cumple su condena en la cárcel de Oberá. Baño de sangre El cuerpo de Valentina Orué presentaba una decena de puñaladas y tenía el rostro desfigurado, lo que marca el ensañamiento del asesino. El cadáver fue hallado tendido en su propia cama, mientras que su madre habría intentado defenderla, tal como lo indican las marcas de cuchilladas que presentaba en brazos y manos. Se presume que Élida Aranda escuchó gritos de su hija, corrió a socorrerla y se topó con el homicida. Por ello la ubicación de ambos cuerpos en la misma habitación. Durante todo el proceso, el acusado negó su responsabilidad en el hecho y detalló las horas previas al hallazgo de los cuerpos. Dijo que vivía en una casa de la calle Finlandia, y de domingo a jueves dormía en la propiedad de las víctimas, en Río Pilcomayo y Moreno, ya que a las 2.30 se levantaba para preparar la masa y encender el fuego para cocinar las chipas. Relató que en la madrugada del hecho quiso cortar la margarina para acelerar el proceso de la fabricación de la masa y se cortó entre el pulgar y el índice de la mano derecha. Se lavó y se secó con la misma ropa que llevaba puesta porque no tenía una toalla a mano. Coartada endeble Cerca de las 3.20 ingresó a la casa porque Aranda no salía. Prendió la luz del baño, de ahí fue la pieza de Valentina y vio una mancha de sangre en el pasillo. Ingresó a la habitación y encontró los cuerpos. Escuchó que la señora Aranda emitía como un “burbujeo” y creyó que estaba viva. Fue él quien llamó a la Policía. Su actitud y ciertas contradicciones lo pusieron bajo la lupa de los investigadores. Además, hallaron manchas de sangre en su ropa interior. Las posteriores pruebas de ADN determinaron que en un 99,99 por ciento el material genético hallado correspondía a Valentina Orué. Dato que resultó demoledor para su coartada. En su defensa, Briz expuso un argumento poco convincente: dijo que por moda usaba el elástico del calzoncillo sobresaliendo del pantalón, y que tal vez por eso se manchó con sangre al encontrar los cuerpos. También tres personas que estuvieron detenidas con el acusado declararon que éste les confesó el crimen. Juicio y careo En la primera jornada del juicio, la testigo Olga Estigarribia, sobrina y prima de las víctimas, aseguró que Briz actuó con premeditación ya que conocía en detalle los movimientos de la casa. Según la mujer, ella y su hijo visitaban a diario a las víctimas, pero el día del crimen se hallaban en Buenos Aires. “Actuó con premeditación porque sabía que el 3 de julio yo viajaba a Buenos Aires por una audiencia de mi separación y no iba a estar”, indicó la testigo, al tiempo que reconoció que el sindicado gozaba de toda la confianza de las víctimas. También dijo que su prima le comentó que se veía a escondidas con Euclides “Chiqui” Trinidad. “Valentina me contó que se veían a escondidas con Trinidad en la piecita de Briz y un par de veces se cruzaron con él”, señaló ante el Tribunal. Luego de su testimonio se produjo un careo con el acusado para aclarar que la mujer y su hijo no residían más en el lugar, sino que lo habían hecho tiempo atrás, aunque las visitaban a diario. En el careo Briz negó que se haya cruzado con Valentina y Trinidad en su pieza. “Ella no me dijo que tenía novio”, declaró, pero antes había señalado que nunca hablaban de la vida privada. Dudas en torno al ex de Orué Si bien el paraguayo Trinidad fue sobreseído y no fue juzgado, en el debate no quedó bien parado. Karina Núñez, docente y amiga de Valentina Orué, contó que la docente tenía muchos problemas con su ex pareja. “La acosaba mucho y quería retomar la relación. Ella tenía vergüenza de la relación, no quería seguir con él. De Briz siempre me habló bien. Estaba contenta porque les aliviaba el trabajo y nunca habló mal. La única persona que decía que le hacía mal, era Trinidad”, indicó. Miriam Núñez, ex empleada doméstica, aseguró: “Valentina me contó que Chiqui (Trinidad) vino un día antes con un cuchillo en la cintura y que con ese cuchillo le iba a matar si se portaba mal. Tenía un moretón en el brazo porque le sacudía”. Los alegatos El primero en abrir los alegatos fue Andrés Moreira -en representación del actor civil Marcelo Orué, hijo y hermano de las víctimas-, quien relató su visión de los hechos y señaló que el acusado “no siente culpa” por lo que hizo. Dijo que, en la madrugada del 3 de julio del 2009, como lo hacía a diario, Briz encendió el horno para cocinar las chipas y con un ladrillo forzó el pasador de una puerta para acceder a la casa. Con ese elemento contundente le asestó el primer golpe a Valentina Orué; con la víctima inconsciente, fue a la cocina y buscó un cuchillo con el que la apuñaló varias veces. “Ella habrá gritado, pedido auxilio. Por eso su madre fue a socorrerla y ahí el acusado la asesinó con más de diez puñaladas. Exultante, inundado de adrenalina, inició su coartada. Cortó el cable del teléfono, revolvió cosas simulando un robo, se lavó las manos, se puso un delantal y llamó al Comando”, detalló Moreira. A su turno, la fiscal Estela Salguero confirmó que la muerte de las mujeres se produjo entre las 1 y las 3 del 3 de julio del 2009, horario donde Briz reconoció haber estado en la propiedad, ya que dormía en una pieza exterior porque madrugaba para preparar las chipas. Alevosía La fiscal se apoyó en el testimonio de Olga Estigarribia, sobrina y prima de las víctimas que las visitaba a diario, pero ese día se encontraba en Buenos Aires. “Por ello (Briz) era la única persona que tenía acceso a la vivienda”, indicó. También citó los testimonios de otros ex detenidos que indicaron que el acusado quemó en el horno las ropas que usó en el hecho, aunque reconoció que entre las cenizas no se halló vestigios de prendas. Consideró que Briz “es una persona sana, no tiene problemas que le impidan comprender la gravedad de sus hechos”. Por ello, argumentó que sólo las circunstancias del asesinato de Orué implicaban la carátula de homicidio calificado por alevosía, ya que se hallaba dormida cuando fue atacada. La defensa del acusado, a cargo de Luciano Luna, consideró que el caso tuvo “una gran presión mediática” y desestimó la sustancia de las pruebas. “Acá se detuvo al primero que apareció. La Policía en este caso actuó con comodidad”, opinó el letrado. Enumeró que las únicas pruebas fueron las manchas en el calzoncillo, el cuchillo con sangre -hallado en un terreno cercano- y la declaración de algunos presos.
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