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» Clarin
Fecha: 15/12/2025 21:17
“Lamentablemente, hay cosas que tienen que suceder para que algo funcione de manera normal”, soltó Juan Sebastián Verón, el presidente castigado del campeón Estudiantes, mientras sus jugadores festejaban la conquista del Torneo Clausura 2025. Fue después de dejar en el camino a Racing por penales en la final-thriller que se jugó inexplicablemente en la tan lejana como agobiante Santiago del Estero con una cancha en muy mal estado. Tiene razón a medias la Brujita, al frente del único club de Primera División que se animó a alzar la voz contra la conducción de la AFA cuando de buenas a primeras decidió que Rosario Central fuera designado campeón de una competencia en la que nadie, ni siquiera el propio Rosario Central, sabía que competía. Es que en los playoffs, después de ese dislate de regalar una estrella -y no hay nada contra Rosario Central, el mejor indiscutido de la temporada- y del insólito castigo a Verón por ser el autor intelectual del pasillo-gate, el fútbol argentino no tuvo margen para las polémicas. Los arbitrajes, esos que estaban continuamente en la mira, fueron en su mayoría impecables. Y así se dio lo impensado. Que Estudiantes, el club rebelde, fuera el que dio la vuelta olímpica. ¿Es un merecido campeón Estudiantes? Si uno se ata a los reglamentos, esos que muchos pisotean sin cesar, hay que decir que sí. Le ganó con justicia y con argumentos a Rosario Central, Central Córdoba y Gimnasia, su clásico rival, para llegar a la final sin recibir goles en contra. Y en la definición tuvo el premio a la resiliencia. No se dio nunca por perdido ni aún perdido, encontró el empate en el tiempo de descuento y se llevó la copa gracias a las atajadas de Muslera y a la buena fortuna de sus jugadores en los penales. Un campeón con todas las letras (las grandes y las chicas). Hasta ahí todo bien. Ahora, ¿premia la competitividad que el campeón sea el equipo que terminó 15° en la tabla anual? Es posible porque el sistema de disputa es así. Pero también es raro. Lo mismo corre para Platense, que festejó en el Apertura del primer semestre y culminó en el 22° lugar en la clasificación de toda la temporada. El presidente de Estudiantes, Juan Sebastián Verón (d), y José Sosa posan con el trofeo de campeón. Foto: EFE/ Juan Ignacio Roncoroni Claramente no apunta a la excelencia. De hecho, tan poco lo es que hasta suena increíblemente más meritoria la copa anómala que ganó Rosario Central. Así de extraño es el fútbol argentino que en lo que va del año, como si fuesen las interminables franquicias del Martín Fierro, ya entregó seis campeones, ya que a Estudiantes, Platense y Rosario Central hay que sumarles la Supercopa Argentina y la Internacional que coronó a Vélez y la Copa Argentina que obtuvo Independiente Rivadavia. Y eso que falta que se defina, el sábado a las 18 en San Nicolás, el ganador del Trofeo de Campeones que protagonizarán Estudiantes y Platense, un equipo ¡que no juega desde el 17 de noviembre! Es, en definitiva, el fútbol en el que todos creen que ganan algo pero que, en realidad, todos pierden. Por más argumentos que esbozan los dirigentes, que hablan de un torneo súper federal y con la oportunidad inmejorable para desarrollar jugadores de las inferiores con potencial de ser vendidos al exterior y así alimentar la rueda de la economía, se trata de un sistema de competencia que empobrece. Se insiste. El torneo de 30 equipos está lejos, muy lejos, de ser competitivo. Es cierto, cualquiera puede ser campeón. Pero el costo es enorme. Sólo Boca, River y ahora Racing son sustentables económicamente sin importar cuándo. El resto la padece. Hay algunos, como Lanús, Vélez y Estudiantes, entre otros, que surfean mejor las olas. Pero hay una mayoría que está atrapada en un tsunami continuo. Y acá no se apunta al modelo de gestión. No va por ahí. El efecto derrame nunca llega a la mayoría de los clubes que así acumulan deudas e inhibiciones por no pagar lo que prometen pagar. El dinero que ingresa por los derechos televisivos se debe repartir entre demasiadas bocas. El ingreso por el pago de la cuota social se licúa en una economía que no termina de arrancar. Y así se todo redunda en una especie de los juegos del hambre, donde casi todos callan u otorgan a cambio de migajas o de un salvavidas en forma de cheque a cambiar en alguna financiera amiga. Chiqui Tapia y Pablo Toviggino. Foto: Marcelo Carroll - FTP CLARIN _CAR7025_3.JPG Z Y no solo se habla simplemente de dinero. El déficit es estructural. No hay tantos jugadores buenos para conformar 30 planteles competitivos. No hay tantos árbitros buenos para dirigir o controlar el VAR con pericia en 15 partidos por fecha. No hay chance de que más de tres o cuatro partidos por fin de semana sean promesa de buen espectáculo. Y así la liga de los campeones del mundo se empobrece. Es cierto que el sistema de playoffs es pochoclero. Atrae el sistema de definición y el suspenso hasta último momento. Pero es un engaño: pochoclero no es sinónimo de calidad. Lo mismo ocurre en las categorías del Ascenso, donde se acentúan todas las problemáticas y todas las miserias.
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