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    Fecha: 15/12/2025 07:18

    Mientras Misiones define una nueva etapa política basada en gestión, diálogo y equilibrio institucional, el contraste con la escena nacional vuelve a ser evidente. El Misionerismo Neo se afirma como una apuesta por la gobernabilidad y el territorio, lejos de la épica vacía, justo cuando el gobierno de Javier Milei elige sobreactuar gestos de grandeza comprando armamento chatarra, descartado por el primer mundo. Dos miradas opuestas sobre el poder, la política y el futuro: una que administra lo posible y otra que confunde relato con realidad. La política también entra en ciclos. Algunos se anuncian con bombos y platillos –a veces virtuales-; otros se consolidan en silencio, a partir de decisiones, gestos y formas de ejercer el poder. En Misiones, el oficialismo provincial eligió transitar este segundo camino. El comunicado difundido por el Frente Renovador Neo el último miércoles no fue un texto más: funcionó como acta de inicio de una nueva etapa, definida con un concepto que busca sintetizar identidad y proyección: Misionerismo Neo, una epifanía política desde donde el oficialismo transitará los próximos dos años de mandato. No se trata de una ruptura ni de un borrón y cuenta nueva. Es una actualización del modelo, una reafirmación de principios en un contexto nacional convulsionado. El Misionerismo Neo se presenta como una etapa donde la conducción sigue siendo clara, pero el diálogo se vuelve método; donde la gobernabilidad no se declama, se ejerce; y donde la política vuelve a ordenarse desde el territorio y no desde la coyuntura. La asunción de Sebastián Macías como presidente de la Cámara de Representantes fue una señal precisa en esa dirección. Perfil técnico, generación nueva, vocación dialoguista. El Poder Legislativo, el más político que tiene cualquier estado democrático, aparece así como un espacio de acuerdos y no de trincheras, en un país donde el grito reemplazó al debate. La sesión especial, con presencia de todos los bloques y un clima de madurez política poco frecuente en la escena nacional, dejó un mensaje claro: en Misiones, la institucionalidad sigue siendo un valor que se encuentra por encima de los espacios políticos y las ideologías. En ese mismo escenario, la figura del gobernador Hugo Passalacqua volvió a ocupar un lugar central, no por protagonismo discursivo, sino por coherencia de gestión. La semana lo mostró combinando presencia institucional con trabajo territorial: Legislatura, prevención de incendios, regularización dominial. Tres agendas distintas, un mismo hilo conductor: cercanía, previsibilidad y administración austera. En tiempos de incertidumbre nacional, la provincia eligió reforzar el orden interno y la estabilidad. El comunicado del Frente Renovador terminó de ponerle marco político a ese recorrido. El Misionerismo Neo se define como un proyecto que integra, escucha y articula, sin renunciar a la conducción. Un modelo que gana y gobierna, pero que entiende que la fortaleza no está en el aislamiento sino en la capacidad de construir consensos amplios, especialmente con los municipios, donde la política se vuelve concreta y cotidiana. Los intendentes aparecen, en ese esquema, como piezas clave de esta etapa. Son ellos quienes traducen el modelo provincial en políticas locales vinculadas al empleo, la infraestructura, la energía, la salud y la producción. No como ejecutores pasivos, sino como actores de una gestión coordinada, con anclaje real en las demandas sociales, potenciadas por la crisis económica derivada de una política nacional que se cerró –aún más de lo que históricamente viene siendo- a las necesidades de lo que no sea conurbano bonaerense. En un país donde la política parece atrapada entre el enojo y la improvisación, Misiones vuelve a ensayar un camino propio. Menos épica, más gestión. Menos confrontación, más gobernabilidad. El Misionerismo Neo no promete milagros ni refundaciones. Propone algo más simple y, por eso mismo, más difícil: sostener el equilibrio, cuidar lo construido y pensar el futuro sin romper el presente. Top Gun (del subdesarrollo) El gobierno nacional presentó la compra de los cazas F-16 como si se tratara de un punto de inflexión histórico, una suerte de refundación del poder militar argentino. Hubo épica, gestos solemnes y un relato cuidadosamente armado para consumo interno. Faltó apenas la música de fondo. Lo que sobró fue exageración. Porque, detrás del envoltorio heroico, la noticia es bastante más terrenal: Argentina compró aviones que el primer mundo ya dejó atrás. Material que no encaja en museos, pero que tampoco representa el salto tecnológico que se quiso vender. Los F-16 que llegan no son la vanguardia del siglo XXI, sino excedentes de países que ya migraron a sistemas más modernos, más caros y, sobre todo, más útiles para los conflictos actuales. La épica libertaria intentó convertir una operación de descarte en una hazaña geopolítica. Como si adquirir armas usadas fuera sinónimo de recuperar soberanía. Como si el problema de la defensa nacional fuera la falta de fierros y no la ausencia de una política integral, sostenida y realista. El relato habló de disuasión, de reposicionamiento estratégico y de volver al mapa, pero evitó una palabra clave: contexto. Argentina atraviesa una crisis económica profunda, con ajuste, recesión y recortes en áreas sensibles. En ese escenario, Milei decidió subirse al avión —literal y simbólicamente— para mostrar decisión, firmeza y autoridad. El problema es que la foto no vuela sola. Y cuando baja el humo del show, queda una compra que parece más pensada para la narrativa que para la defensa. Hay algo de ironía involuntaria en todo esto. Un gobierno que desprecia al Estado, que ajusta hasta el hueso y que desconfía de lo público, encuentra en la compra de armamento una oportunidad para jugar a la grandeza nacional. Pero lo hace con lo que otros ya no quieren. Es una épica de segunda mano, un heroísmo en cuotas, una Top Gun versión outlet o La Salada. Subdesarrollo en su máxima expresión. No se discute la necesidad de modernizar las Fuerzas Armadas. Se discute el modo, el momento y, sobre todo, la honestidad del relato. Porque cuando se sobreactúa una compra y se la presenta como gesta, algo no cierra. Y porque los países que lideran el mundo no construyen poder comprando lo que sobra, sino invirtiendo en lo que viene. La pregunta, entonces, no es cuántos F-16 llegaron. La pregunta es para qué, a qué costo político y con qué prioridades. Todo lo demás es pirotecnia. Y la pirotecnia, ya se sabe, hace ruido, ilumina un rato y después se apaga. Por Sergio Fernández Nota relacionada: Las familias patricias radicales vuelven a ocupar espacios de poder en la Renovación Neo

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