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  • El arrasador ataque francés que definió la Batalla de Verdún: más de un millón de bombas y miles de muertos y heridos en un solo día

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/12/2025 04:30

    Las batallas más mortíferas y decisivas de la primera guerra mundial se libraron en Europa, en el frente occidental rozando los fangosos campos del norte de Francia y Bélgica (STF/AFP) Durante seis días infernales las fuerzas francesas descargaron 1.169.000 proyectiles sobre las líneas alemanas en las colinas al norte de Verdun-sur-Meuse. El último bombardeo fue dirigido desde aviones de observación de artillería, con lo que se pudo afinar la precisión para disparar sobre las trincheras, las entradas de refugios subterráneos y los puestos de observación. Recién entonces, el 15 de diciembre de 1916, los franceses liderados por el general Charles Mangin avanzaron de manera incontenible y rompieron las defensas del ejército alemán que, colapsado, retrocedió desordenadamente, dejando un tendal de muertos, heridos y cañones abandonados sobre el campo de batalla. Aunque los enfrentamientos se prolongaron durante 72 horas más, ese día marcó el final de la batalla de Verdún, la que quedaría en la historia como la más larga y sangrienta en el frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Durante diez meses –entre el 21 de febrero y el 18 de diciembre de 1916-, los ejércitos alemán y francés se habían disputado, con avances y retrocesos, esas colinas estratégicas. Según los cálculos más ajustados, en esos 303 días murieron en combate 377.231 soldados franceses y 337.000 alemanes, lo que hace un total de 714.231 bajas, a un promedio de aproximadamente 70.000 muertos por mes. El consumo de munición en los primeros siete meses ascendió a 24 millones de proyectiles. Al rendirse los alemanes, los franceses tomaron 11.387 prisioneros, muchos más de los que el ejército francés había calculado capturar. Algunos oficiales prusianos se quejaron al general Mangin por las malas condiciones que empezaban a soportar en el cautiverio. Su lacónica respuesta fue: “Lo lamentamos, caballeros, pero no esperábamos a tantos de ustedes”. El escenario final fue desolador, con nueve pueblos borrados del mapa y un paisaje calcinado, donde casi no quedó una sola hierba. Así terminó la mayor batalla de trincheras de todos los tiempos, famosa por la consigna de los franceses: ‘Ils ne passeront pas!’ (“¡No pasarán”!), con la que el general Robert Nivelle, segundo al mando en el frente de combate, arengaba a sus tropas y que quedó como símbolo de la resistencia nacional de Francia. Verdún también tuvo su gran héroe en otro general, Henri-Philippe Pétain, comandante del II Ejército francés, un estratega innovador que no vacilaba en exponer su cuerpo a las balas del enemigo. Eso le valió el ascenso a mariscal, el título de “héroe de Francia” y un prestigio que tiraría por la borda años después, cuando se puso al frente del gobierno de Vichy, títere de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El mundo entero siguió paso a paso las alternativas de los combates a través de los descarnados relatos de los corresponsales de guerra que arriesgaron sus vidas para contar el horror desde el frente de batalla. “En una fosa yacen un montón de cadáveres. ¡Su visión es horrible! Los cuerpos están mutilados, vestidos con el uniforme militar hecho trizas, manchado de sangre, asqueroso. Los rostros aparecen contraídos por espasmos macabros de rabia y de dolor supremos. Algunos cuerpos están despedazados. En el montón hay miembros sueltos, descuajados del tronco. Los circunstantes permanecen en un rudo mirar de infinita ternura ante los despojos horribles de sus hermanos, absortos, resignados, con los ojos encendidos por la santa esperanza de vengar su muerte", escribía a mediados de 1916 Agustí Calvet Gaziel, enviado especial del diario español de La Vanguardia, en una de sus crónicas desde las colinas ubicadas al norte de Verdún-sur-Meuse. Enfrentamiento de posiciones en las que el terreno se peleaba metro a metro a punta de bayoneta, con el correr de los años las escaramuzas de Verdún han sido relatadas por libros y películas, entre las que se destaca la inigualable Senderos de gloria, protagonizada por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick. El poeta francés Paul Valery describió con maestría la batalla de Verdún: “Fue una guerra total dentro de la Gran Guerra” Un disparo monstruoso La toma de las colinas de Verdún era vital para la estrategia alemana, tanto que para apoderarse de ellas el ejército prusiano lanzó la mayor ofensiva en el frente occidental desde la batalla de Marne, en 1914. El jefe del Estado Mayor prusiano, Erich von Falkenhayn, diseñó un combate de desgaste caracterizado por el uso intensivo de la artillería y la utilización masiva de efectivos para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. El poderío de fuego alemán era aterrador: 1.220, cañones, muchos de ellos Skoda de 35 milímetros, morteros y otras piezas de artillería pesada. Con ellos buscarían quebrar las defensas francesas para que pudieran avanzar las tropas. Los relojes marcaban exactamente las 7.17 de la mañana del 21 de febrero de 1916 cuando el ejército alemán realizó el primer ataque con un disparo de la Gran Berta, un monstruoso cañón de 420 milímetros que era capaz de lanzar proyectiles a casi doce kilómetros de distancia y abrir cráteres de seis metros de profundidad. Después de ese disparo inaugural, se desató un infierno de ocho horas, a lo largo de un frente de trece kilómetros, en el que cayeron cerca de dos millones de bombas sobre las posiciones francesas, donde el terreno se convirtió en un monstruoso paisaje plagado de agujeros llenos de cadáveres despedazados. Las bombas prusianas hundían las trincheras francesas y los soldados quedaban atrapados bajo montañas de barro. “La trinchera dejó de existir, había quedado sepultada. Estábamos agachados dentro de los agujeros hechos por los obuses, el lodo de cada explosión nos enterraba cada vez más. Nuestros propios soldados heridos o ciegos caían sobre nosotros rugiendo y gritando. Morían salpicándonos con su sangre”, relató el capitán Pierre Cochin. Otro oficial francés, el teniente coronel Driant, escribió en su diario que su posición parecía “barrida por una tormenta, un huracán de adoquines que crecía cada vez con mayor fuerza”. Luego de ocho horas de intenso bombardeo, la infantería alemana avanzó y, al principio, parecía incontenible. Tres días después, el 24 de febrero, el fuerte Douaumont, en el este de Mosa, cayó en poder de los atacantes. Pero esa primera impresión de avance arrasador se convirtió muy pronto en un espejismo: para el 28 de febrero, el ataque alemán quedó frenado sin alcanzar las colinas que rodean Verdún en el margen derecho del río Mosa. Foto tomada en 1916 muestra a los soldados franceses moviéndose en ataque desde su trinchera durante la batalla de Verdun, en el este de Francia, durante la Primera Guerra Mundial (AFP/David Courbet) La resistencia francesa El alto mando alemán a la contundencia de la artillería y al avance arrasador de sus tropas mientras que, del otro lado, Pétain elaboró una estrategia que apuntaba al desgaste de las tropas enemigas y a la preservación de las propias. Para evitar el cansancio extremo de sus soldados implantó una rotación de las divisiones, de modo que los combatientes franceses no estuvieran en el frente de batalla más de dos semanas seguidas. Esa rotación, que llamó “la noria”, hizo que durante los 303 días que duró la batalla, 70 de las 95 divisiones del ejército francés pasaran por la primera línea de fuego mientras que las 46 divisiones alemanas estuvieron constantemente expuestas al fuego, sin un descanso que permitiera que los soldados se recuperaran. El comandante del II Ejército francés ideó, además, un aceitado sistema de logística que mantuvo abierta la principal ruta de acceso a Verdún, por la que llegaron a circular unos seis mil camiones diarios con provisiones que sirvieron para alimentar a las tropas y a toda la población de la zona durante el asedio de los alemanes. A la larga, eso resultó un factor decisivo. Durante marzo la ofensiva alemana logró extenderse hasta la orilla izquierda del río Mosa, donde finalmente las tropas de refuerzo francesas lograron contenerlas. Desde ese momento, el curso de la batalla fue cambiando poco a poco, aunque eso no impidió que el número de muertos, heridos, desaparecidos y amputados de uno y otro lado siguiera creciendo de manera exponencial. La anotación que el capitán Cochin hizo el 10 de abril en su diario es un ejemplo del devastador saldo de bajas: “Regreso de la prueba más dura de mi vida: cuatro días y cuatro noches, 92 horas, los dos últimos días sumergido en barro helado, bajo un terrible bombardeo, sin otro refugio que la estrechez de la trinchera que aparecía incluso demasiado ancha; ni un agujero, ni una cueva, nada. Llegué allí con 175 hombres; he regresado con treinta y cuatro, varios de ellos enloquecidos”, escribió. Erich von Falkenhay, el comandante alemán, creyó que las fuerzas francesas no resistirían los bombardeos, pero no calculó que, al avanzar, las tropas de infantería quedarían expuestas y casi indefensas frente a la artillería francesa y que el campo de batalla de los bosques de Verdún –llenos de cráteres e inundados por la lluvia– no le permitirían avanzar con los pesados cañones alemanes, que quedaban enterrados en el barro. Para junio, el ataque alemán seguía estancado, mientras los franceses comenzaban a vislumbrar la posibilidad de reaccionar y pasar a la ofensiva. Al final de la guerra, considerado un héroe por sus compatriotas, Henri-Philippe Pétain recibió el título de “mariscal de Francia”, la más alta distinción militar del país Armas nuevas y palomas espías Verdún fue escenario además del “estreno” de nuevas armas de guerra, como cañones de alcance nunca visto, los morteros de trincheras, los lanzallamas y también gases letales de efecto devastador. Sin embargo, poco se ha escrito –y ninguna película ha contado– sobre el papel que cumplieron en ese episodio las “palomas espías”, utilizadas primero por los alemanes y luego también por los franceses para tener una visión panorámica y actualizada del campo de batalla. Antecesoras de carne hueso de los actuales drones, las “palomas cámara” –como también se las llamó- se empezaron a utilizar gracias a la idea de un boticario alemán que jamás imaginó que su invento sería transformado en un arma de inteligencia con fines bélicos. Las había “inventado” a principios de siglo un boticario alemán llamado alemán Julius Neubronner, que también era un apasionado por la fotografía. Desde antes de la guerra, el ingenioso farmacéutico venía utilizando sus palomas mensajeras para llevar y traer recetas de un hospital cercano a su negocio, hasta que se le ocurrió adosarles una cámara fotográfica para tener vistas aéreas de su ciudad, Kronberg. Ideó entonces una cámara de aluminio de acción neumática, con un temporizador que la disparaba cada 30 segundos. El artefacto pesaba apenas 70 gramos, lo que permitía montarla con un arnés en el pecho de las palomas mensajeras sin dificultarles el vuelo. Era el mismo peso que cargaban al trasladar las recetas. Cuando se inició el conflicto, tanto franceses como alemanes comenzaron a utilizar la fotografía aérea de los campos de batalla como recurso para conocer las posiciones y movimientos de las tropas enemigas. Lo hacían con globos aerostáticos dotados de cámaras, que presentaban no pocas dificultades: dependían de la dirección y la velocidad del viento, muchas veces caían en manos del enemigo y otras era muy difícil recuperarlos. En el Ministerio de Guerra prusiano alguien recordó el invento que había ofrecido el boticario y lo convocó. Las palomas podían ser una solución, pero había que entrenarlas de manera diferente, porque las aves siempre volvían al mismo palomar de origen. Se idearon entonces palomares móviles y se entrenó a las aves para retornar a ellos. Para 1916, el ejército prusiano contaba con varios, que trasladaba en remolques de dos pisos. En la parte superior estaba el palomar; debajo de él montaron un cuarto oscuro para revelar las fotografías en el mismo lugar para ganar todo el tiempo posible. El ejército francés no descubrió la existencia de las palomas espías hasta que una de ellas cayó casualmente abatida y descubrieron que llevaba adosada una cámara en el pecho. En poco tiempo entrenaron sus propias palomas y para el final de la batalla de Verdún ya contaban con doce palomares móviles muy parecidos a los de los alemanes. Años más tarde, algunas de las imágenes “tomadas” por las palomas espías de Neubronner en Verdún fueron exhibidas en la Exposición Internacional de Fotografía de Dresde y en la actualidad otras pueden verse en una sala dedicada a ellas en el Museo Internacional del Espionaje, en Washington. Durante los 303 días que duró la batalla, murieron en combate 377.231 soldados franceses y 337.000 alemanes, lo que hace un total de 714.231 bajas La victoria francesa En octubre de 1916, las tropas al mando de Pétain comenzaron la primera batalla ofensiva de Verdún, para recuperar Fort Douaumont. Siete de las 22 divisiones en Verdún fueron reemplazadas a mediados de octubre por soldados frescos y los pelotones de infantería franceses se reorganizaron para contener secciones de tiradores, granaderos y artilleros. Así, en poco tiempo, recuperaron las canteras de Haudromont, Ouvrage de Thiaumont y Thiaumont Farm, el pueblo de Douaumont, el extremo norte de Caillette Wood, el estanque de Vaux, la franja oriental de Bois Fumin y la batería Damloup. La artillería francesa más pesada bombardeó el Fuerte Vaux y el 2 de noviembre, los alemanes evacuaron la posición después de una gran explosión causada por un proyectil de 220 milímetros. Los espías franceses escucharon un mensaje inalámbrico alemán que anunciaba la partida y una compañía de infantería francesa entró en el fuerte sin disparar un tiro. En ese momento, los franceses llegaron a la línea del frente del 24 de febrero y las operaciones ofensivas cesaron hasta diciembre. El 9 de ese mes, el ejército francés comenzó el intenso bombardeo de seis días sobre las posiciones alemanas en las colinas situadas al norte de Verdun-sur-Meuse. Fue el preludio de lo que Pétain llamó la segunda ofensiva, lanzada de manera arrolladora el 15 de diciembre. Los alemanes no pudieron resistirla, aunque siguieron combatiendo tres días más. El 18 de diciembre de 1916, los cañones enmudecieron. Verdún se había salvado, pero a un precio descomunal en vidas humanas: casi 715.000 bajas. La victoria de Verdún fue el momento de mayor gloria para Henri-Philippe Pétain. Su innovadora estrategia defensiva y el feroz contraataque con que derrotó a los alemanes le ganaron el respeto de sus superiores y la admiración de toda la sociedad francesa. También el respeto de sus soldados, que lo han visto en la primera línea del frente de batalla, como uno más de ellos. “Sus hombres lo adoran y esta es quizá la razón de su invencibilidad, dado que los soldados franceses combaten como si estuvieran poseídos cuando están liderados por un hombre en quien confían y de quien saben que no les pedirá hacer aquello que él mismo no se atrevería a hacer”, escribió el corresponsal de The New York Times en París una crónica de marzo de 1916. En la batalla más sangrienta de la Primera Guerra Mundial también combatió y fue herido un joven oficial cuyo nombre se convertiría en el símbolo de la resistencia contra los nazis durante la Segunda Guerra, Charles De Gaulle. Cuando, después de la liberación de Francia, Pétain fue condenado a muerte por alta traición, fue De Gaulle, el nuevo héroe francés, quien le conmutó la pena capital por la de prisión perpetua. Sobre la batalla de Verdún se han escrito centenares de libros, pero quien quizás mejor la definió, y lo hizo con muy pocas palabras, fue el poeta francés Paul Valery al escribir: “Fue una guerra total dentro de la Gran Guerra”.

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