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» Clarin
Fecha: 15/12/2025 01:03
El appetizer es una broqueta de focaccia de masa madre con escabeche de cordero y brotes de la huerta, cuenta Melina Tuliá mientras deja delicadamente el plato sobre la mesa. Ya pasaron las 9 de la noche y el sol todavía se niega a abandonar la estepa en esta estancia legendaria, en un lugar mítico: con 145 años de historia, Monte Dinero es la estancia más austral de la Argentina continental, en Cabo Vírgenes, al sur del sur, allí donde las costas de la provincia de Santa Cruz se hunden en las aguas del estrecho de Magallanes. Llegamos desde Río Gallegos en unas dos horas por una ruta de ripio en muy buen estado, que es la provincial 1 pero también la ruta nacional 40, que en Cabo Vírgenes arranca su recorrido de casi 5.200 km hasta La Quiaca, frontera con Bolivia, atravesando 11 provincias. De hecho, muchos llegan hasta este confín austral para tomarse la obligatoria foto con el cartel al pie del faro, que dice “Aquí comienza la Ruta Nacional 40”, y estampar el primer -o último- sello del “Pasaporte ruta 40”, ese que certifica el paso de los viajeros por distintos puntos del camino. Es uno de los atractivos de este paisaje infinito de estepa y mar, que tiene a la reserva provincial Pingüinera Cabo Vírgenes como otro imperdible. Desde las alturas del Cabo, a los pies del faro de 26 metros, construido en 1904 en terrenos donados por la familia Fenton, dueña de la estancia Monte Dinero desde 1880, se ve punta Dungeness, última tierra continental. Confitería Al fin y al Cabo, en Cabo Vírgenes. Foto Pablo Bizón / Viajes A unos pasos del faro, la confitería Al fin y al Cabo nos invita a protegernos un rato del viento y disfrutar del horizonte infinito por sus grandes ventanales, al calorcito de un café con alfajores de maicena, que comparten el menú con pizzas, empanadas y minitortas. Pingüinos de... Magallanes El segundo paso de nuestra cena en la Casa Grande de Monte Dinero -el casco principal, en otro edificio hay alojamiento estilo posada y estilo albergue- es un tartar de tomates cubierto con un colchón de avocado y acompañado de “un cremoso de ajo negro, rabanitos de la huerta y flores de tomillo, que tiene un consomé de los mismos tomates y aceite de verdes”. Uno de los platos durante la cena en la estancia Monte Dinero. Foto Pablo Bizón / Viajes La ansiedad nos gana: queremos llegar ya mismo a la última esquina del continente, allí donde la tierra se hunde en las aguas que navegó Magallanes por primera vez en 1520, cuando bautizó a este cruce interocéanico como “Estrecho de Todos los Santos”. Llegamos con la camioneta hasta donde se puede y seguimos a pie por la playa de arena oscura y canto rodado hasta donde ya no se puede más. Es Punta Dungeness, donde hay un faro de la Armada de Chile y el Hito Nro 1, junto a un alambrado que hace de frontera entre Argentina y Chile, aunque la playa por suerte no sabe de tales divisiones: un pie en cada país, y un perro que nos trae piedras para que se las tiremos y corra a buscarlas. Punta Dungeness. Foto Pablo Bizón / Viajes De regreso paramos en la pingüinera Cabo Vírgenes, una reserva provincial que protege una colonia de alrededor de 250.000 ejemplares pingüinos de Magallanes -se censaron más de 120.000 parejas-, y que es una de las más productivas del país, porque mientras otras poblaciones históricas, como Punta Tombo, muestran signos de estancamiento o declive, Cabo Vírgenes, en cambio, crece año a año. “Este éxito depende de la calidad del hábitat terrestre y, sobre todo, de un ecosistema marino saludable, porque los pingüinos se alimentan en el mar y sus rutas migratorias están ligadas a la disponibilidad de alimento y a las condiciones oceánicas”, explica Ana Fernández, de la Fundación Por el Mar, una organización de conservación marina que busca ampliar el conocimiento sobre el mar, promover áreas de protección marina, acompañar el desarrollo sostenible y fomentar una identidad marina en la comunidad, para cuidar el océano. Pingüinos de la colonia de Cabo Vírgenes. Foto Shutterstock “En este rincón tan austral también se pueden ver delfines australes y bosques de macroalgas, ecosistemas marinos claves para la vida de muchas especies. La presencia de estas algas nos habla de un mar sano, y es por eso que desde Por El Mar creemos que seguir fortaleciendo la protección de estas reservas nos permitirá asegurar la continuidad de esta colonia y la conexión de las comunidades vecinas con la naturaleza”, dice Ana. El recorrido a pie por senderos demarcados permite pasar muy cerca de los nidos, en esta época con pichones recién nacidos, y cruzarse con pingüinos -stop, deje pasar- que van al mar en busca de alimentos o regresan de él para dar de comer a sus crías. Una marea extraordinaria que se produjo hace unos meses destruyó parte de las instalaciones, como la plataforma de observación que se levantaba sobre la playa y algunas barandas, por lo que urgen reparaciones, aunque hay que poner del otro lado de la balanza que el recorrido cuenta con nueva y muy buena cartelería explicativa. Estancia Monte Dinero. Foto Pablo Bizón / Viajes Aquí, la Fundación Por el Mar, junto con el Consejo Agrario de la provincia de Santa Cruz, la fundación WCS argentina y la Universidad de la Patagonia (UNPA), realizan investigaciones vinculadas a los pingüinos para conocer hábitos y definir las zonas clave de conservación. Una epopeya con final trágico Cena, paso número 3: empanada de cordero de tres cocciones. Asada a la estaca por 5 horas y luego reducida en consomé por 16 horas. “Ah, lo de arriba es una tarta criolla”, completa Melina. Así se ve el faro de Cabo Vírgenes, de 26 metros. Foto Pablo Bizón / Viajes Mientras vamos por el último -primero, en realidad- tramo de la Ruta 40, la historiadora de Río Gallegos Rosana Avendaño nos cuenta la trágica y no tan conocida historia de la Ciudad del Nombre de Jesús, un temerario intento de colonizar esta inhóspita y estratégica zona allá por 1584, en una misión comandada por Pedro Sarmiento de Gamboa. “Partieron de España más de 20 barcos con unas 3.000 personas, incluidas mujeres y niños, porque venían a instalar gente que trabajara en la fortificación del estrecho, en la construcción de casas, de la iglesia, etc.”, dice. Sin embargo, tempestades y problemas en el largo viaje hicieron que solo llegaran cinco naves con unas 300 personas -incluidas 13 mujeres y 10 niños-; una embarcación se hundió, otras se amotinaron y huyeron, y quienes desembarcaron se establecieron a resguardo al pie del cabo. Eran unas 300 personas “mal vestidas, peor calzadas, con escasas provisiones, y sin abrigos”, y un solo buque, el Santa María de Castro. “Entonces Gamboa decide partir a España en busca de ayuda, pero en el camino tiene muchos problemas y hasta es apresado por los franceses, por lo que la ayuda nunca llega”, cuenta Rosana. El faro de Cabo Vírgenes. Pablo Bizón / Viajes Los colonos del fin del mundo entonces mueren, literalmente, de hambre, de desnutrición, incluido un grupo de 74 que camina casi 300 km hasta el sur de lo que hoy es Punta Arenas, en Chile, donde funda la ciudad Rey Don Felipe, bautizada luego Puerto Hambre por el inglés Thomas Cavendish, quien al navegar la zona en 1587 no encontró más que ruinas y cadáveres. En 2003, una excavación arqueológica encontró restos humanos en lo que fue Ciudad del Nombre de Jesús, pero no de construcciones, ya que usaron materiales como madera o lonas. Hay un monolito en el lugar que recuerda la gesta. Junto al faro de Cabo Vírgenes hay un pequeño e interesante museo que, entre otras cosas, muestra réplicas de algunas de las naves de aquella expedición, además de una larga lista de naufragios y mapas de distintas épocas, que muestran cómo siglo tras siglo se iba detallando mejor la geografía del estrecho. Maremmanos y caballos El contraste con el presente es notable, pensamos, cuando llega el paso 4 de la cena, una lasaña de cordero en tres cocciones: primero al palo, para lograr el ahumado con troncos de calafate; luego mechada y finalmente horneada junto con la pasta hecha en casa, que se acompaña con un mix de salsa de tomate y crema y brotes de la huerta. Desayuno en la estancia. Foto Pablo Bizón / Viajes Además de comer como los dioses y dormir en confortables habitaciones en la estancia más austral de la América continental, en Monte Dinero se puede conocer el día a día típico de una estancia patagónica, esas de estepa ventosa y ovejas, de horizontes infinitos, de noches infinitamente estrelladas. Carolina Fenton y su esposo, Claudio Pamich, están hoy al frente de este establecimiento de 26 mil hectáreas que cría 9.500 ovejas de la raza merino multipropósito (MPM), con el objetivo de obtener la mejor carne y la mejor lana. Y con una ganadería regenerativa, que va rotando los animales entre distintos cuarteles para permitir que los suelos se recuperen. Las ovejas de la estancia. Foto Monte Dinero Ahora Carolina -sexta generación de la familia al frente de la estancia- nos lleva en su camioneta campo adentro, cruzando guardaganados y abriendo y cerrando tranqueras en la estepa ondulada, en busca de una curiosidad: los caballos lusitanos, que crían en libertad, ya que no los usan para trabajar y el arreo se hace con cuatriciclos. En una curva donde el camino baja suave hacia una vega, de pronto aparecen corriendo sobre una lomada, y es imposible evitar la frase “caballos salvajes” mientras se acercan a la camioneta. Les gusta estar entre personas, un rato; son sociables pero aman su libertad de correr por la llanura interminable. Carolina en su camioneta. Foto Pablo Bizón / Viajes Carol les da unos fardos de alfalfa mientras nos muestra a los tres perros pastores Maremmano, originarios de Italia, que desde cachorros se crían entre las ovejas y de grandes las cuidan, casi mimetizados entre ellas con sus largos rulos blancos. “Con estos perros evitamos tener que eliminar a depredadores, como los pumas”, dice. Eso fue justo antes de la famosa cena, cuyo quinto paso es un ojo de bife con dúo de purés, acompañados con micro lechugas y micro rúculas de la huerta y decorado con la flor morada de la cebolla verde. Los perros pastores Maremmano cuidan a las ovejas. Foto Monte Dinero Y el postre viene doble: primero, un tiramisú con reducción de café y brotes de menta de la huerta. Y el cierre, una tarta de dulce de leche y coco “reversionada a mi manera”, dice el chef Angel Cruz, mexicano y enamorado de este paisaje, donde cocina junto con su pareja, la también chef cordobesa Maru Loza. El plan era salir a caminar luego de la cena para ver el cielo estrellado, pero esta noche las nubes se interponen y derraman una llovizna tenue. Habrá que regresar entonces a esta tierra que hechiza con su paisaje infinito y sus historias de pioneros y epopeyas. Caballos lusitanos en la estancia. Foto Pablo Bizón / Viajes Cómo llegar a Cabo Vírgenes De Buenos Aires a Río Gallegos son 2.495 km por ruta nacional 3. Aerolíneas Argentinas vuela todos los días desde Aeroparque y Ezeiza. En enero, a partir de $ 615.816 ida y vuelta. De Río Gallegos a Cabo Vírgenes son 125 km por RN3 y RN 40. Dónde alojarse En la estancia Monte Dinero, a 15 km del faro de Cabo Vírgenes: la noche en Casa Grande, con pensión completa y actividades (visita a la pinguinera y al fin del continente, caminata por el monte Dinero y el casco de la estancia, interacción con caballos en libertad y perros, travesía en 4x4, entre otras), US$ 275 por persona. Con media pensión (cena y desayuno), US$ 185. Desde el 21 de enero (temporada baja), US$ 240 y US$ 160, respectivamente. La estancia. Foto Pablo Bizón / Viajes Posada Ruta 40: US$ 135 por persona con pensión completa en habitación privada con baño compartido; US$ 130 la triple. Con media pensión, US$ 100 y US$ 95, respectivamente. Consultar tarifas en modo albergue.
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