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» Diario Cordoba
Fecha: 14/12/2025 04:22
La liturgia de la Iglesia coloca un pequeño título a este tercer domingo de Adviento: ‘El domingo Gaudete’, el domingo de la alegría, subrayando con fuerza el aroma que envuelve la Navidad. La primera palabra de parte de Dios a sus hijos, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: «Alégrate». Jürgen Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no es condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios, y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo». Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede forzar a que esté alegre; no se le puede imponer la alegría desde fuera. El verdadero gozo ha de nacer en lo más hondo de nosotros mismos. De lo contrario será risa exterior, carcajada vacía, euforia pasajera, pero la alegría quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón. La alegría es un regalo hermoso, pero también vulnerable. Un don que hemos de cuidar con humildad y generosidad en el fondo del alma. El novelista alemán Hermann Hesse dice que los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres y mujeres se deben a que «la felicidad solo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa». Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír cuando aún no están secas todas las lágrimas y brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra? La alegría de la Navidad no es una alegría superficial o puramente emotiva, ni tampoco una alegría mundana o consumista. Se trata de una alegría más auténtica cuya realidad estamos llamados a volver a descubrir. Es una ‘felicidad’ que cala en lo más hondo de nuestro ser y que sentimos mientras esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La alegría de la Navidad es la alegría del corazón, la alegría que nos impulsa a seguir adelante. Pero sólo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a los demás. O como dice hermosamente Cristián Salí: «Somos felices cuando nos convertimos en un don para los demás». En esta hora, contemplamos atónitos tantos «paisajes contradictorios» y tantos «personajes envilecidos», al igual que una escalada de etapas desconcertantes, como son el «pensamiento débil», la «era del vacío», la «pos-modernidad», la «pos-verdad», y ahora, como último grito, la «post-secularidad», surgida a comienzos del siglo XXI, como crítica de la «secularización». Hoy aparece en el evangelio de las eucaristías dominicales, la figura de Juan Bautista, que está en la cárcel, sumido en una doble oscuridad: la oscuridad de su celda y la de su corazón. No entiende la actitud de Jesús y quiere saber si es el auténtico Mesías o si deberán esperar a otro. Lo mismo nos ocurre a nosotros, ante tantos salvadores como nos prometen paraísos. Jesús no responde a sus mensajeros con palabras sino con hechos que demuestran que su «salvación» abarca a todo el ser humano y lo regenera: «los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen…». Dios ha entrado en la historia para liberarnos de la esclavitud del pecado, ha llegado entre nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. Broche final con la silueta de María: «La Virgen sueña caminos, / está a la espera, / la Virgen sabe que el Niño está muy cerca…». *Sacerdote y periodista
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