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  • Cómo Escipión aprendió de los errores de Aníbal

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 14/12/2025 01:08

    El nuevo ciclo administrativo y político que esperaba Corrientes a partir del sólido triunfo obtenido por la alianza gobernante comenzó con la tranquilidad que el ciudadano promedio valora en una provincia que supo atravesar borrascas que hoy son parte de la historia. La asunción del gobernador Juan Pablo Valdés se cumplió en un clima de calma institucional que proporcionó una renovada certidumbre a los habitantes de una provincia generalmente vista como una “república aparte” por exégetas que tergiversan las melodías litoraleñas de su cadencia sociocultural. Desde la metrópolis podrán decir que un Valdés sucedió a otro Valdés en una provincia con proclividad dinástica en la que el votante toma decisiones por acto reflejo. Un cliché extraído de los archivos estigmatizantes que, injustamente, encasillan a Corrientes en la categoría de distrito feudal. Los que miran de lejos la renovación gubernamental se apoyan en los antecedentes de las continuidades de hace 20 o 30 años, con los desenlaces traumáticos ya conocidos entre los hermanos Romero Feris y los primos Colombi, episodios que pusieron a la provincia bajo la lupa nacional como consecuencia de escándalos que enseñaron al soberano por su propio cuero. La disputa entre Tato Romero Feris y Pocho Romero Feris comenzó desde antes que el primero asumiera la Gobernación en 1993, después de dos colegios electorales fallidos, un elector escabullido con una valija llena de dólares y una reforma constitucional exprés que le permitió a Raúl Rolando jurar sobre los Santos Evangelios con una aspiración genuina: la de conducir la estrategia política del armado gubernamental desde un liderazgo autonomista que Pocho le escamoteó en el recordado congreso de Curuzú, cuando el consejo de gerontes le hizo saber al gobernador en ejercicio que el jefe fáctico seguía siendo su hermano mayor, José Antonio. Con los Colombi sucedió algo similar. Las diferencias comenzaron a supurar desde antes del triunfo de 2005 debido al criterio que llevó a Ricardo a bendecir a su primo Arturo. Había varios candidatos con aspiraciones, pero el entonces ministro de Obras Públicas llevaba la delantera en las encuestas por portación de apellido. Dicho mal y pronto: los consultores de turno le hicieron notar al gobernador saliente que, sin reelección posible en ese momento, al boleta ganadora sería aquella que llevara la palabra Colombi como cabeza de la fórmula gubernamental. Y así fue como, hace 20 años y pocos meses, Arturo se convertía en gobernador de Corrientes como resultado de una estrategia de pragmatismo puro, sin un consenso íntimo entre el mandatario saliente y el entrante. El primero había dado por sobreentendido que funcionaría como el hombre de atrás, autor mediato del poder en una provincia que había aprendido a disfrutar de la paz social después de la caída del Panu, el Correntinazo del puente, el papelón de la coalición y dos años de intervención federal con acento cordobés que se dedicó a administrar pobreza sin más apego por la provincia que el devenido del “afecttio materialis”. Pero el segundo de los Colombi estaba resuelto a ejercer el poder sin paternidades y comenzó desde un principio a rechazar nombres para eventuales ministerios. Aunque aceptó imposiciones de su antecesor a regañadientes, rompió lanzas por el costado menos verosímil: Arturo tuvo que mandarle una carta documento a Ricardo para que desalojara la residencia oficial número uno, reservada por normativas de tradición protocolar al jefe del Poder Ejecutivo. Llegar a los extremos del enfrentamiento indecoroso para finalizar una relación político-filial, en la mayoría de los casos, no tiene retorno, pero además impregna al Estado del que se trate de una fama inconveniente para la imagen que una administración pretende mostrar a la hora de atraer inversiones, fenómeno esencial del crecimiento económico que cesó por completo en aquellos tiempos de descenso a los infiernos. El que un Romero Feris tuviera que fundar su propio partido luego de ser “renunciado” del autonomismo (la fuerza política a la que abrevó toda su familia hasta entonces) dejó a su gobierno en condiciones de vulnerabilidad que abrieron el camino para la conformación de una mayoría parlamentaria opositora que sólo tuvo que esperar las debilidades económicas del modelo menemista para dar el tiro de gracia a la fuerza naranja en 1999. Diez años después, en medio de una guerra sin concesiones que incluyó la inveterada maniobra de judicializar la política, Ricardo Colombi lograba destronar a su primo Arturo en segunda vuelta para volver al poder con una nueva sociedad de partidos a la que se terminaron incorporando sellos de todos los colores en función de una estrategia de jurisdicciones particionadas conforme la cual, por ejemplo, el municipio de capital quedó en manos del peronismo. Es en torno de ese segundo ciclo ricardista que, en un proceso de madurez progresiva y sin decir agua va, surge la figura joven de alguien que ya había sido ministro y legislador nacional, además de haber aquilatado una militancia juvenil que lo tornaba elegible para una sucesión que no se definiría sino hasta las postrimerías de un 2017 que volvía a mostrar a un Camau Espínola desafiante, en un proyecto serio que lo pudo haber catapultado al poder provincial si no fuera porque el radicalismo y sus aliados ungieron al indicado para contrapesar al medallista: Gustavo Valdés. Aquella victoria de Valdés marcó el adiós definitivo de Ricardo Colombi al sillón de Ferré, aunque en ese momento nadie (sino muy pocos) lo imaginaban. El nuevo gobernador hizo exactamente lo contrario que sus antecesores: nunca se encaprichó con el objetivo de acaparar toda la botonera decisional de buenas a primeras, sino que aceptó una convivencia con el liderazgo decreciente de su antecesor mientras su propio carisma cobraba vigor por un andarivel que -hasta entonces- nadie había usufructuado: las redes sociales. De a poco y en un marco de consenso interno comenzó a mover fichas sin tocar los nervios más sensibles del ricardismo, que contempló el crecimiento del valdecismo como Aníbal, aquel poderoso general cartaginés de las Guerras Púnicas que observó los sutiles movimientos de Escipión con menoscabo e indolencia. El líder de Cartago subestimó a su rival y llegó a burlarse mirando cómo los soldados romanos caían luchando contra sus elefantes del frente sin avisparse de que la verdadera ofensiva llegaba por los flancos de sus caballerías, en silencio, por las noches, hasta anexar al imperio los territorios de Zama. Como alguna vez se dijo en esta misma columna, Gustavo Valdés nunca rompió con Colombi, sino que lo heredó. Tanto creció sin necesidad de pisarle los callos al patriarca que fue Ricardo quien hubo de quebrar la sociedad con el gobernador en ejercicio, enojado porque la brújula política del ituzaingueño marcaba un rumbo diferente al anhelado por el mercedeño. Cuando todos se quisieron acordar, Juan Pablo Valdés ya se había fogueado como intendente de la ciudad que alberga la represa hidroeléctrica más importante del país y se encaminaba a una sucesión predestinada al mismo tiempo que innominada. Ricardo no lo soportó y eligió el camino del agravio. Si a Camau lo bautizó en su momento “Pichón de Picurú”, al ahora flamante gobernador lo atacó con una noticia fake según la cual no había terminado sus estudios. El libelo duró lo que un suspiro: pronto se supo que Juan Pablo es egresado del Liceo Naval, una de las instituciones más exigentes y disciplinantes de la Nación. Ahora que Gustavo es el ex gobernador y Juan Pablo ejerce el Ejecutivo en una nueva etapa que la sociedad mira con naturalidad, sin sorpresas trastocantes, se recorta con claridad el cuerpo orgánico de un gobierno nuevo que conserva la esencia del anterior con la virtud aristotélica del equilibrio. Sumar a ex intendentes jóvenes al gabinete es un acierto que refresca generacionalmente el equipo, pero sin afectar los hitos que amojonan la génesis originaria mediante la continuidad de nombres clave como Carlos Vignolo y Marcelo Rivas Piasentini. A diferencia de los dardos envenenados que se tiraban entre los Romero Feris y los Colombi, no hay indicios de diferendos entre los hermanos Valdés, que guardan las formas hasta en los actos de asunción de los nuevos ministros, mediante la bien meditada ausencia del ahora senador Valdés en la jura de la nueva formación gubernamental. En la intimidad del poder se respira convivencia. Lo mismo que en la relación con los socios de Vamos Corrientes, con ejemplos como el regreso del Panu a un ministerio después de 27 años. El gobernador estrenó su firma con designaciones que exhiben vocación participativa y firmeza a la hora de elegir colaboradores de confianza comprobada como el caso de Lourdes Sánchez en el Instituto de Cultura y de solvencia incontrastable como la exhibida por Pablo Cuenca, ahora al frente de la estratégica Dirección de Energía. Se vienen las fiestas de fin de año, que llegarán con los sueldos al día, el aguinaldo, un posible bono navideño (a confirmarse) y crecimiento del empleo privado por el lado del turismo. Termina 2025 con las cuentas en orden, un ciclo lectivo que finalizó sin conflictos y muchas personas (miles) curándose en un sistema de salud pública de referencia nacional, con numerosos hospitales y dos institutos modelo como son el Oncológico y el Cardiológico. No es poco para una provincia que no es una república aparte, como irónicamente tachan a Corrientes los profanos, pero sí es un refugio en tiempos de ajuste salvaje y motosierra.

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