Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Antonio Muñoz Molina: "Yo he tenido la suerte de que la literatura no me ha fallado nunca"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 13/12/2025 22:15

    Ese lector inocente que Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) fue la primera vez que se adentró en las páginas de 'El Quijote' no ha desaparecido. A pesar del tiempo transcurrido, varias vidas, si contamos todas las novelas, todos los libros escritos desde entonces, por él y por los autores a los que venera, que le han hecho ser el literato que hoy es, sigue existiendo. Sólo necesita, como cualquiera que tenga el mismo fervor que él siente hacia el arte en todas sus formas, un poco de calma, de espacio, de silencio, requisitos que también exige la escritura cuando es sincera, honrada, honesta, como la suya. El problema es que, en este mundo, cada vez más violento, cruel y excesivo en su consumo y su rapidez, en su voracidad, es muy difícil que esas condiciones se den, hay que cultivarlas y, luego, cuidarlas. Y eso procura Muñoz Molina en su cotidianidad, ahora repartida entre Ademuz, el pueblo de Valencia en el que se ha reencontrado con el campo que lo vio crecer, y Madrid. Es en el hogar que aún conserva, lo preserva, en esa ciudad donde nos reunimos para charlar, con su última obra, 'El verano de Cervantes', como acicate. -Si "dentro de toda gran novela, en los márgenes, en los espacios en blanco, están las novelas que se han callado", ¿qué novela aguarda, paciente, a que Antonio Muñoz Molina la escriba? -Esa es la grandeza que tiene una novela, no sólo la que está escrita, sino las otras que se insinúan. Siempre que uno escribe tiene eso, yo siempre estoy esperando a que llegue. No es que decidas escribir, con todos esos trucos que dicen en los talleres estos de escritura, sino que es algo que llega, que estás esperando que llegue en algún momento. -"Ligera más que el viento corre la vida", leemos en 'El Quijote', "sobre todo cuando su fin va estando más cerca", añade usted. ¿Cómo miraba a la muerte aquel primer desocupado lector de esa novela que fue usted? -Un niño no sabe que la muerte existe, piensa que el mundo es inmutable. No piensas que tus padres han sido niños y, de hecho, cuando lo descubres te desconcierta mucho. Todo el mundo está en una edad estática y, de pronto, te llega esa noción de la muerte. Yo creo que esa noción llega entre los cuatro y los cinco años, te das cuenta que esto va a cambiar, que tu madre no va a ser eternamente joven, y entonces piensas en que se puede morir. -¿Ahora cómo mira a la muerte? -No es algo en lo que sinceramente piense. Sé que, evidentemente, está más cerca, pero no. Yo creo, además, que la edad interior que tiene uno se queda un poco paralizada hacia los 40 y tantos años. No porque ya no pienses más cosas, ni ya no adquieras nuevas ideas, ni nada de eso, sino porque te quedas en una especie de 40 y tantos permanente. La muerte no es algo en lo que sinceramente piense. Sé que, evidentemente, está más cerca, pero no. Yo creo, además, que la edad interior que tiene uno se queda un poco paralizada hacia los 40 y tantos años -La última vez que leyó 'El Quijote', ese verano que narra en el libro, leer y escribir fueron, además de su oficio, un refugio literal, de supervivencia. ¿Lo siguen siendo? -Sí, sí, sí. Hay una cosa que a mí me molesta mucho, que es la glorificación del trabajo literario, cuando se dice: "Es que escribiendo me juego la vida". Yo hablo en un sentido más modesto, y más literal, en el sentido de que, en muchos casos, te sirven de refugio contra el infortunio, contra el mundo exterior. Yo he tenido la suerte de que la literatura no me ha fallado nunca, nunca he dejado de disfrutar de ese consuelo o de ese refugio y, en circunstancias muy difíciles, si tenía algo que escribir, he conseguido hacerlo. Yo nunca he dejado de leer, siempre me ha servido de entretenimiento. -De evasión, incluso. -Sí, claro, evadirse en el sentido más profundo de la palabra. El mundo está demasiado encima de ti, continuamente, entonces uno necesita escaparse a través de una novela o de un poema o de lo que sea, no podemos estar permanentemente alerta al exterior. -Y, sin embargo, hay que salir a ese mundo. Tras su última lectura del 'Quijote', reconoce que tuvo miedo de regresar al exterior. ¿Cómo afronta ahora, a diario, ese temor? -Bueno, con dificultad. Igual que te he dicho antes que la muerte no es una cosa en la que yo piense, en lo que sí pienso es en la deriva del mundo, eso es algo que me afecta profundamente, el ver, por ejemplo, cómo esta ciudad es cada día más hostil para todo aquel que tenga algún tipo de debilidad, para niños, para viejos, para pobres, para emigrantes. Esa crueldad objetiva del mundo, aparte de indignarme como ciudadano, me da una conciencia de mi propia fragilidad. Hay demasiada violencia, demasiada crueldad, y yo, personalmente, pues siento necesidad de retirarme, prefiero irme al campo o quedarme en mi casa. Hay demasiada violencia, demasiada crueldad, y yo, personalmente, pues siento necesidad de retirarme, prefiero irme al campo o quedarme en mi casa -En este libro asegura sentir con agudeza "la extrañeza de un tiempo que tal vez ya no es el mío". -Creo que hay que distinguir entre el sentimiento natural del paso del tiempo y las cosas objetivas que cambian para peor. El sistema económico y social en el que vivimos no es que me deje atrás a mí, es que deja atrás a muchísima gente, es un sistema que se basa en la codicia y en la destrucción acelerada del medio ambiente. Es un mundo basado en la creación de basura y en el consumo de esa basura. Es un sistema que yo creo que no puede durar. El capitalismo sin control legal ni social tiende a la autodestrucción porque está guiado por la codicia y por el beneficio máximo a corto plazo. Por otra parte, yo me niego a esto de recrearte en pensar que las cosas han sido mejores o mucho mejores. -Sí, el absurdo de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. -Claro, hay cosas que se pierden y otras que se ganan, es así. Pero yo creo que es una mirada objetiva, lo que estoy diciendo no es un delirio, sino que es algo que vemos a diario, y todavía tenemos la suerte de tener un sistema público de salud. El escritor, y académico de la RAE, Antonio Muñoz Molina. / José Luis Roca -Dice, también en este libro, que «la mediación necesaria del amor» le regaló una memoria distinta pero complementaria de la suya. Me pregunto si el amor le convirtió en el escritor que hoy es. -Sí, porque para mí es la experiencia fundamental de la vida, a veces para lo mejor y a veces para el sufrimiento. Pero sí. De hecho, yo siempre he escrito mucho de relaciones amorosas. Luego, claro, el amor es una compañía y una camaradería, una educación mutua. -También en lo literario. -Claro que sí, es un fundamento. Yo creo que, en el fondo, lo que queremos todos es vivir una intensidad de experiencia y de percepción. -La vida siempre está en otra parte, y a usted los libros le dieron "la rebeldía de los que quieren escapar de su condición y de su mundo obligatorio y conocido". ¿A qué otros lugares le llevó la escritura? ¿Qué vida le ha permitido vivir? -Eso tiene también sus problemas porque a veces te ciega, hay que tener mucho cuidado con la mitologización o con la celebración excesiva de la literatura. Lo que le pasa a Don Quijote es que ha leído demasiado y no ha sabido encontrar el equilibrio entre lo escrito y lo real. Cervantes está advirtiendo permanentemente de eso: cuidado con convertir la literatura en algo como sagrado. A mí a veces me ha servido para cosas muy buenas y a veces no he visto la realidad porque he puesto delante como una niebla de literatura. -En su infancia y adolescencia estaba tan inmerso en los libros que apenas reparaba en la realidad. Aunque, con el paso del tiempo, descubrió que aquel mundo se estaba entonces asentando en usted. -La literatura me llevó de niño a tener un refugio de nuevo literal frente a la aspereza. Cuando yo era niño en la calle había violencia infantil, el abuso de los fuertes sobre los débiles. Y yo creo que esa es una de las cosas que a mí más me han marcado, la conciencia de ese abuso. Por eso yo lo que más detesto en la vida es la brutalidad masculina. Cualquier exhibición de esa masculinidad, desde un idiota que va con una moto haciendo el máximo ruido a la chulería verbal que hay muchas veces ahora en los medios, todo eso siempre me ha descompuesto. Luego tuve la suerte de que empecé a publicar novelas en un momento favorable y me permitió la posibilidad de vivir una vida más acorde con mi carácter. A veces yo he escrito sin ninguna esperanza, con un desánimo profundo hacia mí mismo. Y aun así tienes que hacerlo, contra la esperanza y contra la desolación y contra el triunfalismo -Un momento favorable, y en el que la literatura se valoraba. -En los 80 surgieron nuevos escritores pero también nuevos lectores. Eso fue un cambio. Nosotros tuvimos la suerte de llegar en ese momento de efervescencia de la libertad. El final del franquismo nos pilló bastante jóvenes, tuvimos una visión de primera mano de la dictadura y en mi caso también de la pobreza y el atraso, y luego pudimos salir al mundo. Pudimos leer en libertad y escribir en libertad, porque en el antifranquismo muchas veces había como una coacción de ortodoxia, un exceso de teoría y de ideología. -¿Cuándo se libró de esa atadura? -Yo creo que fue leyendo los cuentos de Borges, cuando empecé a leer 'El Aleph'. Era una belleza aquella... "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió...". Y eso me fue guiando en otra dirección. Cuando llega la gran literatura, pues ya te libras, no del compromiso, pero sí de las intoxicaciones verbales. -La conciencia de ser leído y conocido pesó sobre Cervantes. ¿También pesa sobre usted? -En general, no. Yo creo que eso puede ser dañino, igual que el exceso de exposición pública. -De hecho, en el libro dice que no quiere sentir "el halago corruptor de la conciencia pública". -Quieras que no, por muy honrado que seas, si lo haces con regularidad, la gente te halaga, te aplaude, dices una gracia y la gente se ríe... Eso es peligrosísimo, porque para escribir tienes que estar solo. Lo dice Proust, que la obra literaria requiere soledad y silencio. En el momento en que tú escribes, tienes que estar íntimamente solo, solo con lo que escribes, no puedes pensar ni en el alago ni en lo destructivo, que también existe. A veces yo he escrito sin ninguna esperanza, con un desánimo profundo hacia mí mismo. Y aun así tienes que hacerlo, contra la esperanza y contra la desolación y contra el triunfalismo. -La última: si "todo es lo mismo y todo está cambiando siempre", ¿quién es ahora Antonio Muñoz Molina? -[Ríe] Hombre, en parte soy mucho ese que retrato en esas primeras lecturas, ese lector inocente. La lectura de lo grande a mí me sigue estremeciendo, no tengo ningún resabio. La cultura intelectual española es muy de resabio y muy de sarcasmo, mostrar un entusiasmo incondicional por algo que no venga dictado por la moda es muy difícil, como escribir sobre sentimientos abiertamente, eso las mujeres lo habéis vivido mucho. Pero yo ese fervor lo tengo y es el que siento por la literatura o por la música o por la naturaleza. En lo que sí creo que he cambiado es que he aprendido a mirar la realidad con el mismo fervor con el que miro la literatura.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por