13/12/2025 16:10
13/12/2025 16:10
13/12/2025 16:10
13/12/2025 16:08
13/12/2025 16:07
13/12/2025 16:07
13/12/2025 16:07
13/12/2025 16:07
13/12/2025 16:06
13/12/2025 16:06
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/12/2025 14:37
La muerte de Héctor Alterio en Madrid, a los 96 años, marca el final de una era para el cine y el teatro a ambos lados del Atlántico. Figura emblemática del espectáculo argentino, su vida estuvo atravesada por el exilio en España durante la última dictadura militar, sus posteriores regresos de un mundo entre dos tierras y una vigencia artística que se mantuvo hasta sus últimos días. “Siento que la vida ha pasado rápido y eso es algo que no puedo controlar, y cada día es un día menos. Hay que aceptarlo, lo único que uno quiere es que reconozcan las cosas buenas y olviden las malas”, le dijo a Teleshow en una de sus últimas entrevistas en Buenos Aires. Una frase que pinta su humildad, su sencillez y abre la puerta a un legado que recién por estas horas se empieza a tomar dimensión. Nacido en Buenos Aires, hijo de inmigrantes italianos que buscaron un futuro mejor en Argentina, Alterio evocaba sus orígenes con sencillez: “La actuación corrió por mis venas desde muy corta edad”, resumía. Sin embargo, su vocación artística se consolidó en la puerta a la vida adulta, cuando, a los 19 años, debutó en el teatro con la obra Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona. “Mientras comenzaba a cumplir mi sueño, también trabajaba, porque en mi casa no sobraba nada. Hice de todo: pinté casas, vendí productos en la calle y hasta fui visitador médico”, recordó sobre aquellos años en los que alternaba oficios para sostenerse y financiar sus estudios. Héctor Alterio con Víctor Hugo Caula (director de fotografía) en el rodaje de La Patagonia rebelde (Crédito: “Fabricante de sueños”, de Héctor Olivera) En 1950, con apenas 21 años, fundó el grupo Nuevo Teatro, que impulsó el teatro independiente en Argentina. “Fue un antes y un después, porque dimos inicio a una nueva etapa en la actuación”, explicó. Su incursión en el cine llegó en 1965, pero el reconocimiento masivo se produjo en 1974 con La Patagonia rebelde y La tregua, esta última nominada al Oscar. “Nunca me propuse ser una estrella, pero llegué a tal rango por peso propio”, confesó. Hollywood le tenía guardada una revancha que llegaría una década después. El exilio marcó un punto de inflexión en su vida. En 1975, mientras realizaba una gira teatral por España, una carta lo alertó de que la Triple A lo amenazaba en Argentina. “Eso hizo que no volviera, y que tuviera que empezar de cero en tierras españolas”, relató a Teleshow. La adaptación no fue sencilla: “No era una persona conocida allá e introducirme no me fue fácil. Durante mucho tiempo viví de ahorros y de amigos”. La historia de cualquier inmigrante para un desarraigo que, sin embargo, le permitió reconstruirse y forjar una carrera en el cine y el teatro español. “Ahí es donde se encuentra quién es quién. Si bien no es un idioma diferente, hay otras músicas, entonaciones, cosas que difieren de lo que uno estaba acostumbrado. Dicho así es muy fácil, pero tener que interpretarlo, vivirlo, hacerlo permanentemente, eso conlleva muchas cosas, y algunas de ellas angustiosas”, reflexionó a este medio. Con Norma Aleandro en La Historia Oficial, su consagración internacional El regreso a la Argentina, tras casi una década, fue celebrado por el público y la crítica. “Cuando se decidió que no tenía problema, volví y fue una fiesta para mí. Lo hice con Tita, mi mujer, y eso hizo que los impactos no fueran tan fuertes”. Su retorno estuvo acompañado de grandes éxitos, como Camila y La historia oficial, que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera con una trama que contaba el horror de la dictadura. “No soy de aquí ni soy de allá”, citó alguna vez evocando a Facundo Cabral, para describir su identidad tras el exilio, esa máxima del trotamundos que hizo lema. La relación con Buenos Aires, su ciudad natal, fue un eje constante en su vida y en los guiones de sus espectáculos. En su última entrevista con Teleshow, antes de presentarse en el Teatro Reina Victoria de Madrid con Una pequeña historia, Alterio fue categórico sobre la posibilidad de volver a vivir en la capital argentina: “Definitivamente no, pero tengo ganas de ir allí a pegar unas vueltas. Sería maravilloso”. El tango, especialmente la canción "Volver", ocupó un lugar central en su identidad artística. Y recitó la primera frase para que no quedaran dudas: “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno...”. Ese último adiós a su Buenos Aires querido quedó trunco. Pero su estampa, su voz, su acento mestizo y un talento a prueba de cualquier guion lo ubica en lo más alto de los grandes actores de la historia argentina. El grito que marcó a una generación: Héctor Alterio en Caballos Salvajes (Imagen promocional cortesía de Netflix) Nombrar aquí su currículum sería tan trabajoso como injusto. Hay mojones ineludibles de su trabajo, con la pantalla grande como consagración definitiva como actor de época. A los ya mencionados, se suman títulos como Tango Feroz, Caballos Salvajes, El hijo de la novia, A un Dios desconocido o Asignatura pendiente, que le valieron dos de los mayores reconocimientos a los que aspira un actor argentino-español: el Cóndor de Plata honorífico a la trayectoria y el Goya de honor. En televisión se recordará especialmente su papel de Vientos de agua, una historia de inmigraciones y destierros tan parecida a la suya, al punto de que interpreta el mismo papel que su hijo Ernesto en diferentes etapas de su vida. También se lo vio en Alén, luz de luna, 7 vidas, Cuéntame cómo pasó, El barco, Su majestad y Tiempo final. Con su hijo Ernesto y Eduardo Blanco en Vientos de Agua El teatro, aquel gran amor, lo vio brillar desde los sótanos porteños a las grandes salas del mundo. Títulos a montones, entre ellos Casa de muñecas, Un enemigo del pueblo, La sonrisa etrusca, Divinas palabras, Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, El mercader de Venecia y esa última vez con Una pequeña historia, casi una ironía para albergar a un actor gigante. Escrita y dirigida por su gran compañera de la vida, Ángela Bacaicoa, se planteó como un drama, o comedia, cantado y autobiográfico de su último siglo de vida. La continuidad, o la readaptación de lo que mostró su última vez en la ciudad que lo vio nacer. Entonces este texto urgente vuelve a aquella primavera de 2023, cuando se presentó en el Teatro Astros de Calle Corrientes con A Buenos Aires, una obra en la que repasó su vínculo con la ciudad y el paso del tiempo. “Volver es una palabra que uno no puede conducir como querría”, expresó a este medio con sabiduría y cierta resignación. “Pero entre todas las cosas que aparecen, deseo que se repita la oferta de ‘te necesitamos en Buenos Aires’. Ahí nací, está mi vida, mi gente, me siento muy bien, realmente. Y estoy interesado en todo lo que ocurre”. Una visita que hoy se interpreta como una despedida, con homenajes oficiales y el reencuentro con los afectos. Junto a Ricardo Darín y Víctor Laplace durante el acto en el que fue distinguido como Personalidad Emérita de la Cultura (RS Fotos) La despedida de los escenarios llegó en Madrid, donde ofreció tres funciones de Una pequeña historia que conmovieron al público. “Abrazo las palabras y no le temo a los silencios, siempre rescato algo pequeño y lo transformo en un momento inigualable”, relató sobre su forma de actuar. El barrio de Chacarita, las calles de su infancia y la memoria de Buenos Aires siguieron siendo puntos de referencia en su vida y en su arte. La familia ocupó un lugar central en sus afectos. Orgulloso de sus hijos, Héctor y Malena, fruto de su relación con Ángela Bacaicoa, celebraba que ambos lo acompañaran en su camino. “Ellos también siguieron mis pasos y se desempeñan con gran éxito, lo que me genera cierto orgullo que no puedo ni quiero ocultar”, admitió emocionado. Héctor Alterio, su mujer Ángela y sus hijos Ernesto y Malena en una postal familiar (instagram/malenaalteriooficial) En sus últimos años, Alterio mantuvo una mirada lúcida y autocrítica sobre su vida y su carrera. “Algunos papeles por una cosa, otros por otra, todos tienen un recuerdo inevitable, incluso aquellos que me perjudicaron. Trato de no repetir los errores, eso creo que es lo más positivo, estar lo más atento posible a no pisar la misma cáscara de banana y no resbalarse y romperse la cabeza”, reflexionó. El significado de “volver” atravesó su vida y su obra, y en sus propias palabras quedó la huella de una existencia marcada por la nostalgia, el aprendizaje y la gratitud. La experiencia del regreso, siempre compleja y cargada de emociones, fue para Alterio un territorio imposible de dominar del todo, una búsqueda constante que definió su identidad y su legado. Y el escenario, ese aliado para mitigar las tristezas y acercar las distancias: “Practico mi profesión con el mismo entusiasmo, las mismas posibilidades y la misma inquietud, pero con más años. Soy feliz, pero es cierto que tampoco puedo parar”, reconoció.
Ver noticia original