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Parana » La Nota Digital
Fecha: 13/12/2025 11:20
J. Noriega «Lo sagrado guaraní no es un más allá: es el vivir pleno en esta tierra.» Tupã camina en el agua que cae. La lluvia es sagrada. El agua es sagrada. No lo pensamos: lo sentimos al pisar la vereda mojada. El agua cae con un pulso propio, obedeciendo a la memoria ancestral de la ciudad. La pregunta que nos acompaña es angustiante y sencilla: ¿a dónde va la vida cuando deja el cuerpo? No buscamos cielo ni subsuelo. Buscamos un camino bajo la lluvia. Las hojas aplastadas sobre el asfalto parecen mensajes. Su forma gastada no borra la insistencia: seguir siendo algo después de caer. Los árboles, torcidos entre cables y el viento, inclinan las ramas hacia el desaguadero donde el sagrado líquido corre sin apuro. Ese gesto de deferencia hacia Tupã engrandece a la arboleda. En la voz antigua de este territorio, el agua es Tupã: fuerza que desciende, Ser que Habla. No es símbolo. Es presencia viviente. La calle brilla, pobre y completa. Cada charco es un ojo abierto hacia una geografía que no vemos. Su presencia solo es accesible a nuestra memoria, donde resuena un canto apenas escuchado: “Yvy marã’eÿ ndahi’aréi yvate—okápe remokõi ndeapé.” (La Tierra Sin Mal no está arriba: se acerca con tu paso.) No lo repetimos. Lo dejamos trabajar adentro. Que nos llueva. Seguimos caminando. El ruido de los autos pasa por encima como viento metálico. Debajo, la lluvia sigue su viaje, segura de su rumbo. Guasu Rapyta, el gran mar originario, el agua como origen de la vida, lo atraviesa todo. Las aguas se cruzaban cantando, en grupo, con los pies sobre el barro. El Este era horizonte y promesa. El destino no era más allá del mundo: era en esta tierra, pero sin sufrimiento, sin mal. Bajo el techo de un local cerrado, una mujer extraña nos mira. La lluvia dibuja su quietud. Su voz se mezcla con el rumor del agua: —Ykuéra ndohóiri, oñembojerovia. (Ellos no se van: se transforman en confianza.) No explica. No sostiene doctrina. Deja que cada palabra caiga como otra gota. En el silencio posterior sentimos otra presencia, la voz de un anciano hablando desde las hojas: —“Tape porã ogueru teko porã.” (El buen camino trae el buen modo de ser.) La lluvia continúa. Las ramas tiemblan con la cadencia de un canto antiguo. En las hojas moribundas hay un brillo tenue, una voluntad sin cuerpo. Pensamos que quizá la vida hace eso mismo: desciende, se entrega, alimenta lo que vendrá. La pregunta inicial ya no pesa. La respuesta es una corriente: la vida no se pierde. Cambia de forma, como el agua que cae, entra en la tierra, y vuelve al cielo. Cruzamos la calle. Sentimos la lluvia en los tobillos como un bautismo mínimo. Caminamos, ahora, en el suelo húmedo de promesas. El camino ya es destino. (Tape ha’e yvy marã’eÿ.) Julián Noriega
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