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    » Diario Cordoba

    Fecha: 13/12/2025 00:56

    Desde que los cazadores del Paleolítico se agazapaban tras de una roca para anticipar el movimiento de un bisonte, la imaginación ha sido una herramienta de supervivencia. Aquellos hombres y mujeres que lograban recrear mentalmente un encuentro futuro, ya fuera una emboscada, una ruta migratoria o una reacción del animal, jugaban con ventaja. Su mente viajaba a un futuro posible para decidir qué hacer en el presente. Ese «entrenamiento imaginado» les permitía sobrevivir. Y aunque hoy vivimos en un mundo completamente distinto, ese mismo mecanismo mental sigue ahí, operando silenciosamente en nuestras decisiones, nuestras emociones y nuestras relaciones. Un nuevo estudio publicado en la revista Nature Communications confirma con rigor lo que la intuición humana arrastra desde hace milenios: la imaginación no es un lujo sino toda una herramienta para el aprendizaje y para modelar nuestro mundo. Según un grupo de investigadores de la Universidad de Colorado Boulder y del Instituto Max Planck, basta con imaginar vívidamente una experiencia positiva con alguien para que nuestro cerebro actúe como si realmente hubiera ocurrido y, además, aumenta nuestra simpatía hacia esa persona. El experimento fue claro. Cincuenta participantes clasificaron a personas que les resultaban neutras. Dentro de un escáner cerebral, durante unos segundos imaginaron encuentros agradables o desagradables con algunas de esas personas. Cuando salieron, algo había cambiado: quienes habían protagonizado más «escenas positivas» imaginadas resultaban ahora más simpáticos. La imaginación había modificado la preferencia real. La explicación de este fenómeno se basa en el hecho de que, al imaginar un encuentro gratificante, se activa en el cerebro el mismo circuito que se usa cuando vivimos una experiencia inesperadamente positiva: cuando nos sorprenden gratamente experimentamos un estallido de dopamina. Que este proceso se encienda también ante una experiencia puramente mental es, sencillamente, asombroso. La imaginación sencillamente deja una huella física en el cerebro. Las implicaciones son enormes. En psicoterapia, podría utilizarse la imaginación como alternativa o complemento a las exposiciones reales para manejar fobias o conflictos sociales. En el ámbito laboral, imaginar un encuentro amable con ese compañero que nos incomoda podría suavizar tensiones reales. Y en el deporte o la música, donde la visualización ya es un clásico, este estudio aporta la evidencia que faltaba: imaginar también es practicar. Pero la imaginación también tiene un lado oscuro. Quienes sufren ansiedad o depresión tienden a imaginar escenarios negativos con extraordinaria nitidez. Si la imaginación moldea expectativas y decisiones, también puede reforzar temores y oscurecer la percepción del mundo. Como advierten los autores: «Puedes pintar el mundo de negro solo con imaginarlo». El estudio no encontró, curiosamente, un efecto similar para las escenas negativas imaginadas: no hicieron que los participantes rechazaran más a esas personas. Pero eso no elimina el riesgo: la imaginación negativa puede encadenarse con facilidad, amplificando miedos en vez de neutralizarlos. Quizá por eso resulta tan potente volver al origen. Nuestros ancestros imaginaban para sobrevivir. Hoy imaginamos para convivir, para gestionar emociones y mejorar vínculos. La imaginación anticipatoria que un día sirvió para cazar ahora sirve para construir o arruinar relaciones. La moraleja es simple y profundamente humana: si imaginamos mejores encuentros, hay muchas probabilidades de que la realidad termine pareciéndose a ellos. En la prehistoria, imaginar cambiaba el destino de la caza. Hoy, puede cambiar el destino de una relación. ¿Funcionará esto entre políticos? *Profesor de la UCO

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