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  • El día que “Bernie” Madoff fue denunciado por sus hijos y detenido por cometer la mayor estafa financiera de la historia

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/12/2025 04:42

    Bernie Madoff El sábado 11 de diciembre de 2010 los principales medios neoyorquinos recibieron en sus redacciones el comunicado de un prestigioso estudio de abogados de la ciudad. El texto era breve y, a la vez, condenatorio. “Mark Madoff se ha suicidado hoy. Fue una víctima inocente de los monstruosos crímenes de su padre que ha sucumbido tras dos años de falsas acusaciones”, decía. A los periodistas no se les escapó la coincidencia: en esa fecha se cumplían exactamente dos años de la detención de Bernie Madoff, a quien el propio Mark, junto con su hermano Andrew, habían denunciado ante la Justicia por cometer la mayor estafa de la historia, mediante maniobras con las que se apoderó de decenas de miles de millones de dólares. Cuando se conoció la muerte de Mark, Bernie estaba purgando una condena de 150 años en la cárcel de Butner, en Carolina del Norte, y aunque el juez que lo había sentenciado lo autorizó a asistir al velorio de su hijo no pudo ir. Stephanie, la mujer de Mark, le hizo saber que no sería bienvenido. “Si lo tuviera frente a mí, le escupiría la cara”, fueron sus palabras. En junio de 2009, cuando se dirigió por última vez al tribunal antes de recibir su condena, Madoff se había arrepentido de sus pecados financieros al mismo tiempo que libraba de toda culpa a sus dos hijos. “Me avergüenzo y lo siento profundamente. No puedo expresar adecuadamente cómo lamento lo que he hecho. Sabía lo que estaba haciendo. He dejado un legado de vergüenza a mi familia y a mis nietos. Ellos no sabían nada hasta que se los confesé. Es algo con lo que cargaré el resto de mi vida. Y lo siento”, dijo en un susurro tan bajo que el juez Denny Chin tuvo que pedirle que hablara más fuerte. El magistrado no se conmovió en absoluto y, al dictar sentencia, dijo que su decisión de no imponerle a Madoff una pena menor —como pedían sus abogados— se debía a que no quería que se pensara que había tenido clemencia con él: “Francamente, no es ese el mensaje que quería enviar”, dijo. Y agregó, como uno de los agravantes, que no estafó solamente a gente rica o clientes institucionales, sino a personas de clase media, gente mayor o jubilados”. El juez Chin había encontrado a Madoff, otrora presidente de Nasdaq —la bolsa más importante de Nueva York y una de las más grandes del planeta— y financista admirado hasta que sus más de cuarenta años de carrera se derrumbaron en un instante, culpable de once delitos de blanqueo de dinero, perjurio y robo. En realidad, lo había juzgado por ser el ideólogo y ejecutor de una estafa que provocó un agujero de casi 65.000 millones de dólares en 4.800 cuentas que afectaban a 27.300 clientes de 122 países. Sentado en el banquillo de los acusados, el financista reconoció haber engañado con un esquema simple a una cadena de víctimas que traspasaba las fronteras de los Estados Unidos. Entre ellas había desde grandes empresas y millonarios con ansias de multiplicar fácil su dinero hasta pequeños inversores y jubilados que perdieron los ahorros de toda su vida cuando se los confiaron para tener una renta. No solo eso, sus maniobras lo convirtieron en un nuevo tipo de asesino en serie, por su responsabilidad en las muertes de una decena de esos clientes que se suicidaron al ver que los ahorros de toda la vida ya no existían. El financista Bernard Madoff es escoltado por la policía y fotografiado por los medios cuando sale del Tribunal Federal de Estados Unidos después de una audiencia en Nueva York, el 5 de enero de 2009 (REUTERS/Lucas Jackson) La gran estafa Bernard “Bernie” Madoff había sabido jugar como el mejor con la ambición desmedida de los demás, pero su propia ambición fue también la perdición de su familia. Comenzó su carrera financiera a los 22 años con 5.000 dólares ganados como guardavidas durante las vacaciones de verano. Con eso, y algo de ayuda de su suegro, el padre de Ruth, su novia de la adolescencia, en 1960 creó su primera compañía, Bernard L Madoff Investment Securities. Desde el principio, la firma de Madoff ofreció lo que buscan la mayoría de los inversores: bajo riesgo y altos rendimientos, algo “demasiado bueno para ser verdad”. Los inversores, sin embargo, no tuvieron en cuenta que ninguna otra empresa de inversión podía igualar —o acercarse— a los rendimientos que ofrecía el joven agente de bolsa. En general, las inversiones funcionan de acuerdo con una escala: los rendimientos más altos generan un riesgo mayor. Sin embargo, tanto en años positivos como negativos, las inversiones realizadas por la empresa de Madoff siempre devolvieron a sus clientes entre un 12% y un 13%, una tasa alta y siempre constante. Su estrategia financiera fue algo más que un esquema piramidal, más conocido como Esquema Ponzi por Charles Ponzi, que fue el creador del primer plan de este tipo en la década de 1920 mediante la venta de inversiones que generaban beneficios, pero, en realidad, se pagaban con los fondos aportados por nuevos inversores. En el caso de una firma de inversión, por ejemplo, la parte “propia” de un balance incluye las inversiones que realiza la empresa y el efectivo que tiene disponible. Los depósitos de los clientes son la parte “debe” del balance. En una empresa no fraudulenta, las inversiones propias crecerían y el “valor” aumentaría. Sin embargo, en el Esquema Ponzi, el efectivo y las inversiones no crecen a la velocidad que se requiere para poder pagar los beneficios prometidos a los clientes. Para continuar, debe atraer nuevos depósitos de clientes para apuntalar “artificialmente” la sección de inversiones del balance general. En realidad, la sección “haber” del balance general está bajando y, por lo tanto, el valor también está bajando. El resultado es una necesidad constante de efectivo, lo que presiona a la empresa para atraer inversiones cada vez mayores a un ritmo cada vez más rápido para pagar a los inversores que buscan reembolsos. En otras palabras, el dinero aportado por los inversores no se invierte en nada y los beneficios se pagan con el aporte de nuevos inversores. Como muchos no retiran las “ganancias” que les corresponden, el esquema funciona. Sólo se viene abajo si muchos de los inversores quieren retirar el dinero a la vez. A Ponzi lo descubrieron en apenas un año. En cambio, Madoff pudo mantener a flote esta maniobra —que incluso superó investigaciones de Nasdaq, frenadas por el propio “Bernie”— durante más de cuarenta, hasta que la recesión económica de 2008 generó una corrida de inversores y no tuvo los fondos para pagarles: los pedidos de “retiros” sumaron 7.000 millones de dólares, pero Madoff solo tenía 300 millones para responder. Bernie Madoff junto a su familia: su esposa, Ruth, y sus hijos, Mark y Andrew La fortuna y el poder Entre todos los animales, el preferido de Madoff era el toro, una figura que en el mundo de las finanzas es el símbolo del optimismo, de la confianza, de las expectativas de que las inversiones rendirán buenos frutos. Por extensión, un toro es aquel capaz de hacerlas realidad. Él se veía así y estaba obsesionado por esa figura. “Bull” se llamaba su yate de 18 metros de eslora, y sus residencias en Estados Unidos y en Francia acumulaban obras de arte que reproducían al animal, antiguas y modernas. Tenía —no podía ser de otro modo en el caso del “rey de las finanzas”— una residencia en Manhattan: un ático dúplex de más de 370 metros cuadrados con amplias habitaciones, cuatro chimeneas, escaleras de mármol para unir los dos pisos y una terraza desde la que tenía una vista de 360 grados. Si se tiene en cuenta que el metro cuadrado en Manhattan cotiza unos 18.000 dólares, la cuenta da 7.400.000 dólares. Allí Bernie y su mujer, Ruth, pasaban buena parte del año, pero cuando querían algo de sol y mar se trasladaban a su residencia de Palm Beach, una casa de 600 metros cuadrados, situada en un inmenso terreno arbolado, con una entrada con suelo de terracota, habitaciones luminosas, siete baños completos, terraza cubierta, cocina de chef, un muelle privado de 25 metros y, claro, pileta de natación y acceso directo a la playa. La revista Forbes la describió así: “Una de sus características clave es la amplia sala de estar con techos curvos de madera clara y enormes ventanas de doble altura con vistas al océano. Tiene un ambiente amplio y luminoso en cada habitación, en parte gracias a las grandes ventanas que permiten la entrada de mucha luz natural. El estilo elegante y centrado se ve mejor a través de los tonos neutros en cada habitación y los suntuosos elementos de textura que hacen que esta casa junto a la playa sea tan cálida y soñadora”. Fue vendida por 22.500.000 dólares. El estafador la había comprado en 1980 por solo 250.000. Menor valor tenía la “humilde” residencia que tenía en Cap d’Antibes, en el sur de Francia, donde pasaba por lo menos un par de meses todos los años, valuada en apenas un millón de dólares. Frente a ella tenía siempre amarrado el yate “Bull”, que se vendió en siete millones, es decir, siete veces más caro que la residencia francesa. Durante el proceso judicial que se le siguió a Madoff en 2009, sus abogados presentaron un dossier que detallaba sus propiedades y otros bienes con el fin de lograr que se le otorgara la libertad bajo fianza mientras durara el juicio. Allí, además de las tres residencias, constaban joyas por valor de 2,6 millones de dólares, un piano Steinway de 39.000 dólares y 65.000 dólares en platería solo en su departamento de Nueva York. En los remates que se llevaron a cabo en 2011 para recaudar dinero con el fin de resarcir a las víctimas de la gran estafa, se subastaron una colección de vinos y licores de más de cien mil dólares, obras de arte y muebles antiguos por otros diez millones, y hasta la ropa interior de Madoff. Un calzoncillo boxer del otrora “rey de las finanzas” se vendió por 200 dólares. Sin embargo, el producto de la venta de esos bienes y de las residencias no alcanzó para cubrir ni una ínfima parte del monto total de la estafa perpetrada con el esquema más sencillo del mundo. La casa de Bernie Madoff en Palm Beach La confesión de un acorralado Ante la fuga de inversores provocada por la crisis de 2008, Madoff bicicleteó como pudo el asunto durante casi seis meses hasta que, la noche del 10 de diciembre de ese año, durante una cena familiar, les confesó a su mujer y sus dos hijos, cómo había perpetrado la mayor estafa de la historia de Wall Street. Mark y Andrew, que llevaban años trabajando junto a su padre, no lo perdonaron y lo denunciaron al día siguiente. Ruth lo defendió y eso hizo que sus hijos también cortaran el vínculo con ella. La familia se quebró, mientras que Madoff debía responder a los requerimientos judiciales y Ruth no podía siquiera salir a la calle sin que la asediaron ahorristas enojados o periodistas pidiéndole una declaración. “Decidí que no me iba a divorciar, que iba a permanecer casada. ¿Me dolió la traición? Terriblemente. Terriblemente. Pero lo aguanté. No puedo explicar tampoco por qué hice eso y lamento no haber hablado del tema”, contó años después en una entrevista con Vanity Fair. Sin embargo, la presión judicial y mediática, más el rechazo de Andrew y Mark llegó a aplastarlos. La Nochebuena de 2008, Ruth y Bernard decidieron suicidarse juntos en su piso neoyorquino, donde cumplían la prisión preventiva domiciliaria con tobilleras electrónicas. “No sé de quién fue la idea, pero los dos estábamos muy tristes por todo lo que había sucedido. Odio el correo, las llamadas telefónicas, los abogados. Creo que también influyó tener ese dispositivo en el tobillo. Me refiero a que fue horrible y que pensé ‘No puedo, no puedo soportar esto, no sé cómo voy a superar esto, ni siquiera sé si quiero intentarlo’. Entonces decidimos hacerlo. Los dos estábamos de acuerdo. No recuerdo demasiado lo que hablamos. Calculamos cuántas pastillas tomar y creo que ambos nos sentimos aliviados de dejar este lugar. Todo lo que puedo decir es que fue muy, muy impulsivo y que me alegré de despertarme por la mañana”, explicó Ruth en esa entrevista. Luego de ese episodio, Madoff decidió confesar todas sus maniobras ante la Justicia y responsabilizarse de ellas para que Ruth y sus dos hijos quedaran en libertad. Así, el 12 de marzo de 2009 reconoció haber cometido el mayor fraude de la historia de Wall Street. En una declaración de 75 minutos tuvo que repetir once veces la palabra “culpable”, cada vez que le leyeron los cargos: cuatro de fraude, tres de lavado de dinero, uno de falso testimonio, otro por perjurio, otro por presentar documentación falsa ante la Securities and Exchange Commission y otro de robo de planes de pensiones. En su confesión aseguró que su esposa no sabía nada de sus maniobras, y que sus hijos, Mark y Andrew, tampoco, aunque fueran directivos de una de sus compañías, la legal, la del piso de arriba. Aseguró que nunca habían estado en el piso de abajo, ese que estaba lleno de papeles y computadoras viejas, desde donde había realizado la estafa más grande de la historia financiera del país con el método cazabobos más sencillo, el esquema Ponzi. Bernard Madoff es escoltado en un vehículo desde el Tribunal Federal de Nueva York, el 5 de enero de 2009 (REUTERS/Lucas Jackson) Muertes y más muertes La Justicia sobreseyó a Mark y Andrew, pero la sociedad no los dejó libres de culpa. Casado y con tres hijos, desde que se destapó el escándalo —y pese a haber sido declarado inocente— Mark vivía prácticamente como un paria. Sus amigos y el círculo social donde se había movido le dieron la espalda, nadie quería darle trabajo y hasta se avergonzaba cuando salía a la calle. A fines de 2010 convenció a su esposa, Stephanie, de que llevara a sus dos hijas mayores a Disneylandia para que pudieran relajarse y salir de la presión continua que la familia vivía en Nueva York. Se quedó con Nick, su hijo de dos años. Ya había elaborado un plan. El 11 de diciembre Mark se sentó frente a su computadora y envió dos correos electrónicos. En el primero de ellos le anunció a su abogado que se suicidaría y le indicó que hiciera las diligencias necesarias después de su muerte. El segundo correo fue para Stephanie: le dijo que la amaba a ella y a sus hijos pero que ya no toleraba más. Y lo más importante: que dejaría abierta la puerta del piso y que enviara a alguien a recoger a Nick, que estaba durmiendo en su habitación. Cuando terminó de enviar los mensajes, se ahorcó con la correa del perro. El suicidio de Mark tuvo consecuencias para toda la familia. Ruth, que todavía seguía apoyando a Bernard e incluso lo visitaba en la cárcel, decidió cortar toda relación con él. Dejó el piso donde el matrimonio había vivido décadas y criado a sus hijos y se mudó a vivir primero con una hermana y más tarde con su otro hijo, Andrew, para estar cerca de sus nietos. La muerte de su hermano mayor también fue devastadora para Andrew, que estaba por entonces bajo tratamiento por un cáncer que se mantenía bastante controlado. Su estado de salud se agravó sin remedio. Aun así, tuvo fuerzas para escribir un libro, Verdad y consecuencias. En su presentación dijo que no había manera de justificar el daño que causó su padre a tanta gente y que en lo personal no podía perdonarlo. “No sospeché nada. Me crié viendo cómo la gente lo trataba como una leyenda. Todos lo veían como un inversor con un talento espectacular, nunca se me ocurrió que era un farsante. Sigo sin perdonarlo, ya está muerto para mí”, dijo también en una entrevista con la cadena NBC. Murió a consecuencia de un linfoma en 2014. Bernie tampoco pudo asistir a su entierro. Como en el caso de Andrew, el juez lo autorizó, pero nadie lo quería allí. Después de la muerte de Andrew, Ruth, que ya había dejado de visitarlo en la cárcel, dejó de mantener cualquier comunicación con él y finalmente solicitó el divorcio. Vive hoy en Old Greenwich, a unos 60 kilómetros de Nueva York, en una casa por la cual paga 2.900 dólares mensuales. No pasa estrecheces: la Justicia la autorizó a conservar dos millones y medio de la fortuna familiar, amasada con las estafas de su ex marido. Bernard “Bernie” Madoff, el “rey de las finanzas” que resultó ser el mayor estafador de inversores de la historia de los Estados Unidos, pasó los últimos siete años de su vida en una soledad casi total. En 2020, con una enfermedad renal grave que un año después lo llevaría a la muerte, solicitó una “libertad compasiva” que no le concedieron. Para ese momento, solo lo visitaban sus abogados y algún periodista en busca de una entrevista. Entre una y otra cosa, se entretenía contándoles sus maniobras a los presos de la cárcel federal de Butner, en Carolina del Norte. Allí murió el 14 de abril de 2021, a los 82 años. Se escribieron miles de necrológicas sobre él, pero no hubo quien lo llorara.

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