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  • A sesenta años de Nostra aetate: hablar de Dios resulta peligroso

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/12/2025 02:54

    Apóstol Santiago Matamoros Nostra aetate, declaración del Concilio Vaticano II conocida por sus primeras palabras (traducidas del latín, “de nuestro tiempo”) es uno de los documentos más breves de la magna asamblea. Sin embargo, produjo un giro copernicano, y como consecuencia del mismo, una transformación completa en la pastoral de la jerarquía eclesiástica que se mantuvo vigente durante siglos y siglos. En efecto, cambió significativamente el enfoque de sus relaciones con las religiones no cristianas, que a partir de ese momento comenzaron a ser valoradas positivamente desde la propia fe católica. Para comprender el giro, basta recordar la tradicional estampa ecuestre de Santiago Matamoros, cuyo santuario goza de una llamativa popularidad, en la que el santo aparece impartiendo feroces mandobles a los caídos cuerpos de fieles de Alá. Esta nueva actitud no debe ser leída como una claudicación vergonzante de las propias creencias, según suelen interpretar los espíritus más conservadores, sino como una mejor comprensión de la dignidad de las personas y de sus derechos. No se trata de diluir las diferencias en un sincretismo, sino de la posibilidad de poder construir un futuro común. Del anatema al diálogo Hasta entonces, era frecuente encontrar entre las confesiones religiosas una actitud de reticencia, e incluso de oposición, como consecuencia de ser consideradas unas y otras ajenas a la verdad religiosa divinamente revelada. No es que con la declaración se cambie ni una coma de la doctrina de la Iglesia, pero sí hay ahora otra perspectiva en el enfoque. La parte principal del texto se refiere al judaísmo, en virtud de que el cristianismo encuentra en él su propia matriz y hasta podría considerarse -mirado desde ese origen- como una suerte de herejía del mismo. La gente del pueblo llamaba Rabí a Jesús. Cristianismo y judaísmo constituyen en cierto modo dos momentos de una misma y única verdad. Pero no siempre fue así. Los cristianos calificaron a los judíos como un pueblo deicida, a tal punto que, según una opinión común en el judaísmo, ellos no pueden considerarse completamente exentos de alguna relación con el antisemitismo. Esto sería en realidad una contradicción, porque constituye una verdadera negación de su propio mensaje. La cuestión es que resultaba necesario discernir uno y otro, y algunas personalidades judías como Jules Isaac y Abraham Heschel tuvieron una influencia decisiva en ese proceso que cambió una historia de siglos. Todavía subsisten bolsones muy minoritarios de prejuicios entre los cristianos, pero ellos quedaron recluidos en un arcaísmo histórico, aunque han revivido con ocasión de la guerra de Gaza. Debido a esta circunstancia, la declaración ha sido objeto de una preferente atención durante estos sesenta años respecto del judaísmo y también han suscitado interés, aunque menor, las relaciones interreligiosas con el Islam. Las otras religiones, como el hinduismo y el budismo, en cambio, se hallan a considerable distancia de ese paradigma. El sentido de un viaje El papa Francisco ha dado pasos considerables para achicar esa diferencia, como producto de una de sus reglas pastorales más características: ver las cosas desde la periferia. Esta actitud ha suscitado cierto desconcierto en los países de antigua tradición cristiana, que han interpretado ese interés periférico como una desconsideración hacia su identidad histórica. En dicho contexto, el escritor español Javier Cercas, publicó este año un bestseller descriptivo de un viaje a Mongolia que hizo acompañando al pontífice argentino, casi al final de su vida. Cercas es ateo y piensa que el lenguaje de la Iglesia es viejo, oxidado, cursi y a menudo incomprensible, pero el relato de su itinerario es muy amigable y, sin proponérselo, muestra un rostro del cristianismo enormemente positivo y hasta diríase que conmovedor. Hace pocos días, el presidente de Mongolia, Ukhnaa Khurelsukh, devolvió esa visita invitado por el papa León XIV. Mongolia es un país marginal, pobre, despoblado y desértico, con inviernos de cuarenta grados bajo cero. Un ejemplo típico de periferia que ni los vaticanistas creyeron digno de atención, y conjeturaron que el Papa apuntaba a la China en un estratégico tiro a dos bandas. En el texto, Cercas no menciona nada que pueda justificar ni siquiera una perspectiva geopolítica, pero a medida que uno lee, aparece una explicación muy evangélica. Uno de los rasgos más propios de Francisco fue su preocupación por acercar a las distintas religiones, siguiendo los pasos de sus antecesores, pero también por situarse cercano a las comunidades católicas más olvidadas, a la manera de Jesucristo. Mongolia, donde vive un puñado de cristianos, es una muestra de ello. La mística cristiana Entre los raros antecedentes, Juan Pablo II, por ejemplo, tuvo ocasión de entrevistarse con el patriarca budista en Bangkok, pero no se dieron significativos acercamientos. Se trataba de un viaje a la periferia al estilo del papa Francisco. Mediante su reciente visita a Turquía y el Líbano, con ocasión del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, también León parece intentar seguir el mismo camino. Antes de Nostra aetate, la actitud dialogal podría haber sido juzgada de sincretista y acusada de una traición a la verdadera fe. Hoy, en cambio, se ve a las religiones como expresiones distintas de un mismo vínculo con lo sagrado. La declaración caracteriza al budismo como un camino en el que los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de suprema iluminación. La iluminación budista no es asimilable a la mística cristiana, que consiste en la unión con Dios, sino que es el nirvana donde se produce una liberación de los deseos egoístas, de las cosas y del propio yo como una fuente del sufrimiento humano. Ignora una presencia de Dios, como hace el mismo Cercas. Pero el cristianismo no rechaza lo que hay de verdadero y santo en cualquier religión, dice el Concilio. En Mongolia se practica el budismo tibetano. El budismo es la cuarta de las religiones en cuanto al número de fieles y en las últimas décadas (sobre todo desde los sesenta) se está extendiendo progresivamente en todo el mundo occidental, muchas veces encarnado con una pizca de esnobismo en movimientos gnósticos como la New Age. Los pueblos occidentales han llamado bárbaros a los asiáticos y se ha extendido un sordo temor sobre una invasión silenciosa que se estaría produciendo ante nuestros ojos, pero ellos revierten la acusación y no consideran a los cristianos un dechado de virtud, sino transidos de materialismo y sumergidos en procesos y en una corrosiva corrupción proveniente del mal uso del sexo y del dinero, a los que ahora se suma el nuevo flagelo del narcotráfico. Occidente no se muestra como un verdadero ejemplo ante el mundo, y menos si se consultan sus antecedentes de un prolongado colonialismo. De otra parte, se verifica que los cristianos sometidos a un proceso de secularización parecen querer descubrir en las técnicas orientales algo que no han sabido encontrar en su propio patrimonio espiritual. Sucede bastante eso de buscar en la casa del vecino lo que uno tiene en la suya. Una elección decisiva Acaba de fallecer Tatiana Goricheva, la intelectual rusa que fue autora de otro bestseller mundial: Hablar de Dios resulta peligroso. La escritora sufrió un proceso precisamente inverso al de los católicos fascinados por el exotismo oriental: se convirtió al cristianismo en la Rusia soviética y en pleno régimen comunista, una maquinaria cuyo objetivo era aniquilar la religión. Mientras muchos fieles reemplazan el rosario por los mantras, Tatiana encontró el rosario en el yoga, cuando le llegó el don divino de la fe mientras repetía la oración cristiana del padrenuestro. Hablar de Dios sigue resultando peligroso si se advierte crecer una persecución de guante blanco (una de cuyas expresiones es la cancelación) por parte de una cultura del pensamiento único cada vez más intolerante con el otro, transida de crímenes aberrantes y de una prédica contumaz de odio. Algunos observadores han comenzado a hablar de una nueva cristianofobia. Un estilo de vida, como lo ha recordado una vez más el papa León en su exhortación Dilexit te, ajeno a los valores más altos y sublimes, desde un economicismo del mercado hasta el hedonismo más ramplón cada vez más refractario al mensaje evangélico. ¿Será advertida esta luz roja? El Occidente aburguesado e indiferente al bien parece seguir precipitándose en un ocaso prolongado, al decir de Spengler, y no va a salir de él -reflexiona Cercas- a menos que, así como ha hecho un esfuerzo para inculturar la fe en los pueblos más diversos, también la direccione para vivir su mejor ideario, hoy ciertamente bastante necesitado del soplo de un espíritu nuevo. Está por verse qué sucederá en el futuro, si ese espíritu primigenio ahora opacado, declinante y decadente, será revivido en sus raíces o se reinventará en los aires que soplan en otros horizontes, o finalmente morirá sumido en sus propias incurias.

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