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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/12/2025 05:06
Vânia de la Fuente-Núñez, médica y especialista en envejecimiento saludable. (Marcos Hervás) El edadismo es un fenómeno global que afecta la salud física y mental de millones de personas, limita su calidad de vida y genera un impacto económico negativo de miles de millones de dólares anuales, según el Informe Mundial sobre el Edadismo de Naciones Unidas. La urgencia de abordar este problema radica en su carácter estructural y universal, lo que exige la implementación de políticas activas y sostenidas para erradicarlo y proteger los derechos de las personas mayores. En los últimos años, la visibilidad del edadismo ha crecido de manera notable. La doctora Vânia de la Fuente-Núñez, experta internacional en envejecimiento saludable y coautora principal del informe de la ONU, destacó que uno de los avances más significativos desde el lanzamiento de la Campaña Mundial contra el Edadismo en 2016 es que el fenómeno ha pasado a ser nombrado, comprendido y debatido en la agenda pública y política. De la Fuente-Núñez es médica y antropóloga. Ha ocupado puestos de liderazgo en diferentes organizaciones, incluida la Organización Mundial de la Salud, donde dirigió la Campaña Mundial contra el Edadismo y el área de formación y apoyo a países en envejecimiento saludable. Actualmente dirige una consultoría independiente que ofrece asesoramiento técnico y estratégico a gobiernos y entidades públicas y privadas en diferentes países para ayudar a mejorar la vida de las personas mayores y acabar con el edadismo. Vânia de la Fuente-Núñez, autora de La trampa de la edad, un análisis sobre los efectos del edadismo en la salud y la sociedad. La especialista, autora del libro La Trampa de la Edad, subrayó que el número de países con legislación nacional contra la discriminación por edad aumentó de 87 en 2018 a 105 en 2023, y que actualmente se encuentra en desarrollo una Convención de la ONU sobre los derechos de las personas mayores, un proceso que hasta hace pocos años parecía inalcanzable. —¿Cuáles fueron los principales aprendizajes y avances obtenidos desde el lanzamiento de la Campaña Mundial contra el Edadismo en 2016 y el Informe Mundial sobre el Edadismo de la ONU en 2021? —Desde el lanzamiento de la Campaña Mundial contra el Edadismo que lideré hasta finales de 2022 se han logrado avances muy significativos. El primero es quizás el más básico: hoy el edadismo se nombra, se entiende y se debate. Ha entrado con fuerza en la agenda de gobiernos y empresas, y en el ámbito hispanohablante incluso hemos conseguido que el término aparezca en el diccionario, algo clave para visibilizar este fenómeno. Además se han desarrollado políticas concretas. Antes de la Campaña y del Informe Mundial sobre el Edadismo, este tema apenas se consideraba una prioridad; ahora los gobiernos empiezan a tomárselo en serio. Un indicador claro es el aumento de países con legislación nacional contra la discriminación por edad: en 2018 eran 87 y en 2023 ya alcanzaban los 105, con una tendencia que sigue al alza. Además se ha iniciado el proceso de desarrollo de una Convención de la ONU sobre los derechos de las personas mayores, algo que muchos consideraban una utopía hace tan solo unos años. Mi gran aprendizaje de estos años es que, pese a los progresos globales, necesitamos más trabajo a escala local y nacional y también más acción de actores que hasta ahora han participado poco, como las empresas y los agentes culturales. —¿Qué evidencias científicas respaldan la necesidad de políticas activas para reducir el edadismo? —Tanto las evidencias recogidas en el Informe Mundial sobre el Edadismo de Naciones Unidas como la investigación más reciente que incluyo en el libro La Trampa de la Edad muestran que el edadismo no es un problema marginal, sino estructural y universal, y por eso requiere políticas activas y sostenidas. La visibilidad del edadismo creció desde 2016 con su incorporación a la agenda pública y política. Hablamos de un sesgo que puede afectar a todas las personas. De hecho, es el único sesgo que todos podemos ejercer y todos podemos sufrir a lo largo de la vida, especialmente en la juventud y la vejez. Además, el edadismo se infiltra en todas las esferas de nuestra vida, incluidas las instituciones y también en lo cotidiano. La evidencia científica también es clara sobre su impacto. El edadismo daña la salud física y mental. Se asocia con menor bienestar, más depresión, deterioro cognitivo, mayores comportamientos de riesgo para la salud y hasta una muerte más temprana. Esto significa que hablamos de una cuestión de derechos y también de un problema de salud pública con costes humanos y económicos. Por eso no puede abordarse solo con cambios individuales. Sin políticas activas no vamos a modificar un problema que está incrustado en la cultura y en los sistemas. —En su experiencia, ¿cuáles son las formas más comunes en que el edadismo se manifiesta en las sociedades contemporáneas? —El edadismo es común en tres niveles. En las instituciones aparece cuando la edad se usa como criterio para excluir o limitar derechos, por ejemplo al negar una vivienda, un préstamo, un empleo o un tratamiento médico. Son formas visibles de discriminación que muchas veces se justifican como “normales”. En las relaciones y la vida cotidiana, se cuela en el lenguaje y en las expectativas sociales. Chistes edadistas o frases como “ya estás mayor para esto” o “eres demasiado joven para…” parecen menores, pero van definiendo qué se espera de cada edad y acaban restringiendo oportunidades. Y a nivel individual, lo vemos cuando las personas internalizan esos mensajes y ajustan su conducta a ellos. Jóvenes que dudan de su capacidad y mayores que se autoexcluyen de proyectos o decisiones porque sienten que “ya no les toca”. Esa mezcla de normas sociales, trato cotidiano y decisiones institucionales explica por qué el edadismo está tan extendido. —¿Qué papel desempeñan los medios de comunicación en la reproducción o en la reducción de los estereotipos asociados a la edad? —Los medios de comunicación tienen un papel decisivo porque no solo reflejan la realidad, también la moldean. Cuando repiten imágenes simplistas, como personas mayores siempre dependientes o automáticamente sabias, y jóvenes siempre irresponsables o inexpertos, refuerzan estereotipos que invisibilizan la diversidad. Esos relatos terminan legitimando la discriminación, ya sea en el trabajo, el médico o el acceso a la vivienda. El lenguaje mediático también cuenta, especialmente cuando presenta el envejecimiento como un problema o como sinónimo de incapacidad, o cuando recurre a discursos anti envejecimiento que dificultan ver las oportunidades y aportaciones de la vejez. El edadismo se manifiesta en instituciones, relaciones cotidianas e internalización individual de estereotipos. (Marcos Hervás) Pero los medios pueden ser parte del cambio sí muestran la diversidad real tanto en la juventud como en la vejez, evitan enfoques paternalistas o ridiculizantes y dan voz a personas jóvenes y mayores como protagonistas con agencia. —¿Qué herramientas está desarrollando la OMS para medir el nivel de edadismo en cada país? —La OMS ha desarrollado una escala para medir el edadismo que actualmente se está validando en distintos países y contextos. Se trata de una herramienta estandarizada para medir el nivel de edadismo en la población general, seguir su evolución en el tiempo y generar datos comparables entre países, de modo que podamos evaluar si las políticas e intervenciones están funcionando. Su creación responde a una carencia clave que identificamos en el Informe Mundial sobre el Edadismo. Aunque existían instrumentos previos, muchos se centraban solo en personas mayores, no captaban bien la complejidad del fenómeno o no habían sido validados de forma robusta. —¿Cómo se articula la campaña con los objetivos de la Década de Envejecimiento Saludable: 2021–2030? —La campaña es una pieza central de la Década de Envejecimiento Saludable porque impulsa su primera área de acción, dedicada a combatir el edadismo. El propio plan de la Década reconoce que reducir este sesgo es indispensable para avanzar en las otras tres áreas. Si no afrontamos el edadismo, será mucho más difícil mejorar la atención sanitaria, reforzar los cuidados de larga duración y construir comunidades realmente inclusivas para las personas mayores. —¿Qué estrategias educativas y comunitarias han demostrado ser más eficaces para acabar con el edadismo? —Sabemos que funcionan mejor las estrategias educativas breves y continuadas en el tiempo que las formaciones intensivas puntuales. También son especialmente eficaces las intervenciones con juegos de rol o ejercicios experienciales que nos permiten ponernos en el lugar de personas de edades diferentes a la nuestra y que se acompañan de un buen espacio de reflexión posterior, para convertir esa vivencia en actitudes y comportamientos más empáticos. Si además se combinan con encuentros intergeneracionales, sus efectos se intensifican. De hecho, las actividades intergeneracionales son una de las herramientas comunitarias más potentes. Cuando hay contacto real y significativo, los mitos se deshacen. La mejor vacuna contra el edadismo es conocer de verdad a personas de otras edades, y eso se logra promoviendo en las comunidades espacios y proyectos que fomenten activamente el encuentro y la colaboración intergeneracional. —En América Latina, donde las desigualdades sociales son estructurales, ¿qué desafíos particulares enfrenta la lucha contra el edadismo? —En América Latina, el edadismo se entrelaza con esas desigualdades estructurales existentes de clase, género, o etnia, de modo que afecta a distintas personas de forma diferente. La edad se suma a otras formas de exclusión y puede amplificar desventajas en el acceso al empleo, a la vivienda o a la salud. Por eso es imprescindible una mirada interseccional que priorice a quienes están en situaciones más desfavorecidas. Otra cosa a tener en cuenta en América Latina es que todavía hay poca conciencia pública sobre el edadismo. Está tan normalizado en el lenguaje y en muchas prácticas institucionales y cotidianas que no siempre se identifica como discriminación. El desafío es, por tanto, hacer visible el edadismo y enfrentarlo con políticas integrales que reduzcan la desigualdad y transformen las normas culturales sobre la edad. Los medios de comunicación influyen de forma decisiva en la reproducción o reducción de estereotipos etarios. —¿Qué papel deberían asumir las universidades, el sector privado y la sociedad civil en este movimiento global? —Las universidades deberían liderar la producción de evidencia y formación. En América Latina todavía hay lagunas importantes sobre el edadismo, y necesitamos más estudios sobre su prevalencia, su impacto y qué intervenciones funcionan en la región. Las universidades pueden impulsar esa agenda de investigación y, además, formar a la futura fuerza laboral incorporando el edadismo en carreras clave como derecho, medicina, trabajo social, comunicación o diseño, porque no podemos combatir un sesgo tan extendido si no se aborda desde la formación. El sector privado debe crear entornos laborales sin discriminación por edad, con acceso equitativo a contratación, promoción y aprendizaje continuo para personas jóvenes y mayores. También tiene responsabilidad en el mercado y la publicidad, evitando mensajes o productos que refuercen estereotipos edadistas. Y la sociedad civil es esencial para visibilizar el problema, movilizar a la ciudadanía y exigir cambios y rendición de cuentas a gobiernos y empresas.
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