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  • La vigilia que desafió al tiempo: cuando una activista medioambiental vivió 738 días en un árbol milenario para evitar su tala

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/12/2025 04:54

    Julia Hill, la mujer que arriesgó su vida para impedir (y lograr) la tala del árbol milenario al que llamó Luna 10 de diciembre de 1997. Julia Hill tomó aire, ajustó el arnés y comenzó a trepar por el tronco rugoso de una secuoya de unos 1500 años. Abajo, el bosque del norte de California ardía en tensiones: talas masivas, choques entre activistas y madereros, comunidades fracturadas por la urgencia económica y la defensa ambiental. Aun así, aquella joven de 23 años, todavía marcada por un accidente que casi le cuesta la vida, aceptó el llamado de un pequeño grupo de defensores del bosque: subir a ese árbol para impedir su tala. No imaginaba eso sería el inicio de su transformación. A unos 25 metros de altura cometió el error de mirar hacia abajo. El pánico la dejó inmóvil, suspendida en el aire helado, hasta que cerró los ojos y decidió continuar con la vista clavada en el tronco. No sabía que ese gesto —simple, obstinado y silencioso— la llevaría mucho más lejos de lo que imaginaba. Subió pensando estar ahí una semana; quizás un mes, el tiempo necesario para llamar la atención pública y obligar a la compañía maderera a escuchar sus reclamos. Ya instalada en una plataforma improvisada a 55 metros de alto, chocó con lo que no tuvo en cuenta: tormentas históricas, aislamiento extremo, intentos de desalojo, amaneceres soñados y una relación espiritual con el árbol al que llama “Luna”. Esa mañana, Julia comenzó una vigilia de 738 días: dos años y ocho días sin tocar el suelo. “Cuando entré por primera vez a la majestuosa catedral del bosque de secuoyas, mi espíritu supo que había encontrado lo que buscaba. Caí de rodillas y comencé a llorar porque me sentí abrumada por la sabiduría, la energía y la espiritualidad que albergaba este templo, el más sagrado de todos”, cuenta en el sitio web que lleva su nombre. "Me sentí abrumada por la sabiduría, la energía y la espiritualidad que albergaba este templo, el más sagrado de todos", cuenta Julia en su página web (Tom van Dyke) La vida antes de “Luna” Antes de trepar a la secuoya, Julia ya había vivido varias vidas. Su infancia en Mount Vernon, Missouri, transcurrió dentro de una furgoneta en la que viajaba con su familia y su padre, Dale Hill, un pastor que predicaba de pueblo en pueblo. Fue educada en casa, entre biblias, rutas y campamentos, donde aprendió a explorar ríos y a leer el pulso secreto de la naturaleza. En uno de esos recorridos, cuando tenía 7 años, una mariposa se posó en su dedo y la acompañó durante toda una caminata; desde entonces, Butterfly fue primero un apodo y, con el tiempo, también una identidad. En su adolescencia, Julia se graduó de la escuela secundaria a los 16 años y comenzó a trabajar primero como moza y luego fue gerente de un restaurante. En esos años, su vida giraba en torno al trabajo, el éxito y las metas materiales; no pasaba por la reflexión personal ni la conexión con la naturaleza. Pero todo cambió de golpe y de manera drástica. En agosto de 1996, Julia sufrió un grave accidente de tránsito cuando el auto en el que viajaba fue embestido por otro vehículo. El impacto fue devastador: el volante se incrustó en su cabeza, provocándole una lesión cerebral traumática que afectó su lóbulo frontal y, como consecuencia, le impedía caminar y comunicarse. Durante meses enfrentó un doloroso proceso de rehabilitación, en el que tuvo que reaprender a caminar, vestirse y hablar. Cada pequeño avance se convirtió en un gran triunfo para ella. La recuperación le llevó todo un año y la sumió en una profunda introspección. Durante ese tiempo comprendió la importancia de encontrar un propósito auténtico en la vida y de entregarse a una causa mayor que ella misma. El accidente la llevó a replantearse su existencia y a buscar un sentido profundo en la naturaleza, abriéndole el camino hacia el activismo ambiental y la lucha por la preservación de los bosques de secuoyas. Fue el inicio de una transformación que la conduciría a ascender a Luna y a cambiar para siempre la historia de la conservación de bosques en California. Julia sobre la plataforma del tamaño de una cama en la que pasó más de dos años (Dan Winters) El ascenso, el pánico y los 738 días sobre una plataforma del tamaño de una cama Cuando Julia estaba subiendo, enfrentó por primera vez la inmensidad de Luna. “A unos 25 metros de altura, cometí el error de mirar hacia abajo. Entré en pánico y me paralicé. Cuando abrí los ojos otra vez, mantuve la vista fija en Luna a medida que subía”, recordó la mujer en una entrevista con la BBC. Poco a poco, sus manos y pies se ajustaron al pulso antiguo de la secuoya, y comenzó a sentir la energía del bosque como un aliado silencioso. El aire era dulce, cargado de aromas a tierra húmeda y savia; el bosque le ofrecía una claridad que nunca antes había experimentado. Su hogar improvisado en la altura era una plataforma de apenas 2 metros por 1,5; estaba protegida con una lona que debía reconstruir constantemente. Cada tormenta era un desafío: la lluvia, el granizo y los vientos huracanados del fenómeno de El Niño destruían su refugio con frecuencia. “Había mucha humedad y frío. Hasta la niebla penetraba y la lluvia encontraba pequeños agujeros por donde gotear desde las ramas a la plataforma”, contó Julia en aquella entrevista, años después. La nieve y el frío intenso la llevaron al límite, al borde de congelarla y obligándola a encontrar nuevas formas de mantenerse abrigada y segura. Pero la naturaleza también le regalaba momentos de belleza extraordinaria: la niebla que cubría los valles, transformándolos en un mar dorado al amanecer, o la inesperada visita de un oso que cruzaba el bosque, recordándole que no estaba sola en aquel mundo suspendido. Para sobrevivir, tuvo que aprender y recordar habilidades de supervivencia rápidas y creativas. Cocinaba con un quemador de propano, mantenía sus suministros mediante cuerdas y aprendió a dejar que la savia del árbol lubricara sus pies para mejorar el agarre. El grupo de ambientalistas del que formaba parte, Earth First!, le subían comida, agua y todo lo que necesitaba unas dos veces por semana, pero en los días de tormenta, quedaba completamente aislada. “Soportar el peor invierno registrado en la historia a 60 metros de altura, en una pequeña plataforma en el cielo, me desafió en todos los aspectos. Mi deseo de sentir calor y secarme, el miedo a morir… fue a través de esa experiencia que evolucioné como un ser humano”, confesó. Cada momento de miedo y cada noche helada la recordaban que su permanencia era vital para proteger a Luna y al bosque que representaba. Durante 738 días, Julia vivió entre alturas vertiginosas y condiciones extremas, mientras se convertía en un símbolo de resistencia y conexión con la naturaleza. Las plataformas de madera y lona se convirtieron en su mundo, un espacio donde el tiempo se dilataba y cada respiración era un acto de supervivencia y determinación. En lo alto, la activista no solo defendía un árbol milenario sino que descubría los límites de su propia fuerza, su paciencia y su resiliencia, y transformaba su lucha personal en un mensaje al mundo sobre la importancia de proteger los bosques y a la naturaleza. En la copa de Luna, Julia Hill desafió al viento y la soledad durante su protesta por la preservación del bosque de secuoyas. (Dan Winters) La ofensiva de la maderera, la etiqueta de “ecoterrorista” y el triunfo Mientras Julia resistía en lo alto de Luna, abajo se libraba otra batalla. La compañía maderera Pacific Lumber —dueña del terreno y responsable de la tala masiva de secuoyas en la zona— inició una campaña para quebrar su voluntad. Primero intentó aislarla: cortó suministros, bloqueó el acceso de voluntarios y presionó a los jóvenes que ascendían con comida y agua. Luego intensificó el hostigamiento. “Intentaron varias formas de forzarme a bajar: desde cortar mis alimentos, dejarme con hambre, hasta sonar bocinas a alto volumen durante días para que no pudiera dormir”, revivió todo lo que soportó durante esos días. La empresa incluso recurrió a un helicóptero para acosarla desde el aire, haciendo vibrar las ramas que sostenían su refugio precario. La tensión escaló hasta el absurdo. En comunicados internos, la compañía llegó a calificarla de “ecoterrorista”, una estrategia que buscaba desacreditarla y criminalizar su acto de desobediencia civil. Julia, desde su pequeña plataforma, se enteraba por radio de insultos, burlas y desinformación sobre sus motivos. Pese a eso, nunca perdió la calma. En sus palabras: “No bajé porque había dado mi palabra de que no lo haría antes de hacer todo lo que pudiera”. Aquella convicción de salvar a la secuoya se convirtió en su escudo más poderoso. Cada vez que sintió quebrarse, el bosque (el ruido de hojas, los rayos de sol entre las ramas o un animal cruzando entre los troncos) parecía recordarle por qué estaba allí. Julia lamenta el daño que le hicieron a "Luna" (National Geographic) Con el paso de los meses, su hazaña comenzó a recorrer el mundo. Medios de distintos países la entrevistaban mediante un teléfono que se alimentaba de energía solar; las cámaras de televisión treparon hasta su plataforma para mostrar cómo vivía; su voz se multiplicó en periódicos, radios y documentales. De pronto, aquella joven que arriesgaba su vida en un árbol dejó de ser un nombre desconocido para convertirse en símbolo de la lucha ambiental. “Cuando llegué por primera vez al bosque ancestral, quedé muy conmovida por lo sagrado que se siente”, explicó la ambientalista. Esa espiritualidad que mostraba conquistó a miles de personas que comenzaron a seguir su historia, casi con devoción. Luego de dos crudos inviernos, de nevadas que destrozaron su refugio, días de hambre, noches sin sueño y un asedio constante, llegó el desenlace menos previsible: un acuerdo. El 18 de diciembre de 1999, Pacific Lumber aceptó proteger a Luna y a un radio de 60 metros de bosque a su alrededor. A cambio, los activistas donaron 50.000 dólares, fondos que la empresa debía transferir íntegramente a la Universidad Estatal de Humboldt para impulsar prácticas forestales sostenibles. Julia descendió con el cuerpo quebrado por el frío, pero con la paz de haber logrado lo imposible. Había resistido 738 días en un árbol que muchos ya daban por perdido. Un intento de matar a Luna ocurrió un año después, cuando un ecocida atacó a la secuoya con una motosierra, dejándole un corte interno de 80 centímetros. Atentos a eso, un grupo de especialistas lograron salvarla, estabilizando su base con cables de acero. Hoy, la secuoya sigue viva. Y Julia continúa visitándola. La llama “mi maestra” y cuenta que aquel gigante milenario marcó su espíritu para toda la vida.

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